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"Las cosas me siguen resultando muy traumáticas y ni siquiera las quiero recordar", admitió Silvia. No obstante, resaltó que "el periodismo fue el único que realmente se involucró en el tema e hizo algo" y agradeció la actuación del fiscal Federico Uriburu.

"Me duele y me sigue doliendo que la religión católica es como si fuera una elite social intocable, como sucede con los curas pedófilos que se tapan entre ellos", afirmó.

Lamentó también que aún hoy "hay muchos comentarios propios de la gente que no sabe la situación porque no lo vivieron" y describió que "más allá del silicio y del flagelo está el tormento psicológico, directamente te anulan".

Recordó "el uso de la mordaza por una supuesta falta de respeto a la superiora", cuestionó que "no consideran bastante humillante tener que andar con una mordaza que parece un freno de caballo por todo el convento, delante de todas" y aseguró: "me anularon, no podía tomar una decisión, me sentía mala persona porque era lo que me hacían creer, te atan de pies y manos en cuanto a lo interior".

Un año después


"En este año desde la Iglesia nadie me preguntó cómo estaba, me reclamaron por el daño que le hice a la Iglesia por haber acudido al periodismo, me reprocharon el escándalo y que no habrá más vocaciones sacerdotales. Nadie me pidió perdón", reclamó indignada.

"Una sola señora que conocí en Buenos Aires, muy allegada a la Iglesia, me pidió perdón por todo el daño que me había hecho la Iglesia; pero acá nadie más me pidió perdón. Si alguien me hubiera pedido perdón por lo que me hicieron, hubieran sido diferentes muchas cosas, hubieran sanado muchas cosas antes, pero nadie me pidió perdón", criticó.

Silvia sostuvo que "fue muy significativo todo lo que sucedió hace un año, porque más allá de que había autoridades de la Iglesia que ya conocían la situación, hasta ese momento nadie había hecho nada al respecto". "Me tuvieron dos horas hablando y tomando notas en una libretita, pero nada cambiaba y nadie hacía nada al respecto", recordó.

Aseguró que "hace un año del allanamiento en el convento y en ese momento fue muy doloroso revivir todo" y también admitió que no brinda entrevistas periodísticas ni testimonios "para no seguir reviviendo estas cosas que son muy traumáticas. Por suerte hace algunos años que pude salir de ahí pero las cosas me siguen resultando muy traumáticas y ni siquiera las quiero recordar", sostuvo.

De todos modos, rescató que "el periodismo fue el único que realmente se involucró en el tema e hizo algo, y el fiscal que tuvo la consideración de ir hasta Paraná para que yo no tuviera que volver a Nogoyá porque era muy doloroso para mí, y en este momento solo tengo palabras de agradecimiento por esas cosas".

Impunidad religiosa


Respecto del traslado a Roque Sáenz Peña de la superiora acusada de los abusos, Silvi reflexionó: "Me duele y me sigue doliendo que a veces la religión católica es como si fuera una elite social intocable, como sucede con los curas pedófilos que se tapan entre ellos. Si hubiera sido otro caso capaz le dan prisión domiciliaria o preventiva, pero como son curas y monjas se trasladan entre ellos y siguen estando bien".

Contó que cuando se hizo pública la investigación, tuvo contacto "con algunas familias, porque una hermana de una monjita que estaba en el convento me llamó para preguntarme si era cierto lo que estaba saliendo. Fue una situación muy angustiante para las familias, pero después no tuve más contacto con quienes siguen en el convento; solamente me comunico con ex religiosas", afirmó.

En cuanto al alejamiento de la madre superiora del convento, aseguró que "hubiera sido impensable que algo fuera a cambiar con ella ahí adentro" y dudó sobre la posibilidad de que se produjeran cambios: "No sé si el lugar llegó a ser más humano y más habitable porque ella fue muchos años superiora e influyó mucho en la formación de muchas monjas jóvenes; y además son muy cerradas y es imposible penetrar ahí para saber lo que está sucediendo".

"Fue muy difícil salir"

"La gente nos decía que era imposible que fuera cierto porque cuando nos iban a visitar estábamos todas sonrientes, pero eso lo hacíamos porque si no sonreíamos cuando estábamos de nuevo adentro era muy dura la reprimenda. La cara que teníamos que mostrar para afuera era de sonrisa, de la buena imagen, que nadie piense mal", rememoró.

Además, contó que su ingreso al convento fue a los 18 años con muchas expectativas y reconoció la decepción que le causó todo lo vivido con posterioridad: "La imagen que me mostraron me la creí y después fue muy difícil salir, porque durante varios años estuve pidiendo para salir y no me lo permitieron".
Fuente: Análisis Digital

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