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Héctor Rosseto en una partida con el cubano García
Héctor Rosseto en una partida con el cubano García
Héctor Rosseto en una partida con el cubano García
Jorge Rubinetti, maestro internacional de ajedrez, recuerda algunas anécdotas que tuvieron por protagonistas a viejas glorias del ajedrez argentino.

"Cuando Carlos Guimard me acompañó como entrenador al Mundial Juvenil de La Haya, en 1961, me reflotó una anécdota con la típica picardía criolla para valerse de eludir los controles entre jugadores de un mismo equipo", recordó el ex campeón argentino, Rubinetti y completó: "en los años cincuenta era habitual que se rodeara la mesa de los jugadores; la gente se acercaba casi hasta el roce. En la olimpíada de Yugoslavia 1950, Argentina estaba obligada a ganar todas sus partidas para no perderle pisada al equipo local que iba en la vanguardia. Un día jugando contra Dinamarca, Moisés Kupferstich efectuó una entrega dudosa de caballo frente al maestro Héctor Rossetto. Najdorf y Guimard que ya habían ganado sus partidas miraron la posición en otra mesa, analizaron y descubrieron que no era un presente griego, que había que comerse el caballo para ganar el juego y el match. ¿Pero cómo alertar al compañero? Entonces, el Viejo que era especialista en estos temas, y Guimard que le iba a la zaga, comenzaron a pedir permiso al público para acercarse a la mesa, pero en lugar de decir "permiso por favor", ellos, apoyando suavemente sus manos sobre los hombros de los espectadores y recurriendo al lunfardo para que nadie, ni siquiera los sudamericanos sospecharan, repetían sin parar: "morfate el llobaca, morfátelo; morfate el llobaca, morfátelo".

Hasta hoy, no se sabe si Rossetto precisó la ayuda de sus compañeros o no. Pero se comió al caballo y coronó la partida.
Sin duda, una jugada del recuerdo en tiempos con controles muy estrictos y picardías para el olvido.

En la actual Olimpiada de Ajedrez, que se realiza en Bakú con la participación de 180 naciones. El joven ajedrecista japonés Tang Tang, de 20 años, fue sancionado con la pérdida de su partida, por haber eludido los controles portando en uno de sus bolsillos un smartphone.
Fuente: La Nacion

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