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Al cumplirse este lunes 8, el primer mes de fallecimiento del cardenal Estanislao Esteban Karlic, el Arzobispado de Paraná dio a conocer el texto completo del testamento espiritual de quien fuera durante dos décadas jefe de la Iglesia local y también presidente del Episcopado Argentino.

De acuerdo a la información que dio a conocer la curia, el texto fue realizado de puño y letra en la Casa de María del Monasterio benedictino Nuestra Señora del Paraná, donde pasó sus últimos años de vida, antes de ser alojado en el Hogar Sacerdotal Jesús Buen Pastor, donde falleció. Fue redactado en 2024.
“Pido perdón de todo corazón…”
“Llevo en mi corazón a todas las personas que he conocido, a cuantos han sido mis queridos amigos, a cuantos han rezado por mí y me han hecho algún bien”, expresa el escrito.

El testamento de Karlic es un recorrido por su extensísima tarea como hombre de la Iglesia (murió a los 99 años) e incluye un pedido de perdón. “Pido perdón de todo corazón a nuestro Señor y a todos aquellos a quienes pueda haber lastimado con mis pecados. Les ruego que me encomienden a la Misericordia Divina. Quiero a mi vez perdonar a quienes me hayan ofendido. Pido al Señor me regale un corazón misericordioso”.

Y agregó: “A quienes se hayan sentido afectados por mis actos u omisiones en el ejercicio de mi ministerio, les reitero mi más profundo pedido de perdón y la promesa de mi oración para que el Señor sane sus heridas, que no quise infligir voluntariamente pero que sé los afectan aún hoy”.
La carta completa
Testamento espiritual del Cardenal Estanislao Esteban Karlic

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

La Verdad de la fe católica es la que confieso como luz, la luz con la que pido al Señor me ilumine para hacer este testamento. Me pongo ante la Misericordia Divina rogando me envuelva con su amor redentor en el último momento de mi vida terrena.

Doy gracias a Dios por el amor que me regaló desde antes de la creación en Cristo Redentor. Le doy gracias porque desde antes de la creación Dios Padre dispuso el proyecto de amor redentor en Cristo su Hijo y en la Iglesia, su Cuerpo místico.

El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio de Cristo, Camino, Verdad y Vida. Todos los hombres de la historia estamos en este designio, no en otro. Según este designio he querido vivir. Y en él están incluidos todos los dones que he recibido: la vida que me dio el Señor a través de mis queridos padres, que desde su Croacia natal fueron recibidos por esta tierra argentina, generosa y acogedora, en la que pudieron crecer como familia, trabajar y dar un futuro a sus hijos; doy gracias por el inmenso don del bautismo, por la educación que recibí en el seno familiar junto a mis hermanas, Milka y Catalina, en mi pueblo natal, Oliva, y en Córdoba. El Colegio Monserrat me dio no sólo una formación humana estupenda, sino una multitud de maestros y amigos entrañables que me acompañaron a lo largo de toda mi existencia, amistades inolvidables prolongadas no pocas veces a través de sus hijos. En la Acción Católica de los años 40 recibí el profundo amor a la eucaristía frecuente y a la fidelidad a Dios en toda la conducta, que nos impulsaba a los jóvenes entonces a entregar la vida en la santidad cotidiana. En ese ambiente maduró el llamado de Dios a la vida sacerdotal. Mi paso por la Universidad de Córdoba, aunque breve, dejó una huella importante en mi formación. En el Seminario de Córdoba, el Colegio Pio Latinoamericano de Roma y la Universidad Gregoriana, el Señor me prodigó múltiples bienes, en conocimientos y en personas.

Agradezco inmensamente la gracia del orden sagrado que me llevó a vivir parte de mi servicio a la Iglesia en la querida Arquidiócesis de Córdoba, como presbítero primero y como obispo auxiliar luego, junto al Cardenal Raúl Primatesta que siempre fue para mí un modelo de virtudes y de santidad episcopal. De la entrañable Córdoba conservo la invitación permanente a la vida santa y vínculos profundos con innumerables miembros de toda la Iglesia diocesana: sacerdotes, consagrados y laicos.

A la Arquidiócesis de Paraná que me acogió como su Arzobispo y en la que permanezco como emérito, a todos sus sacerdotes, a sus consagrados y laicos, a cuantos me acompañaron fielmente en la curia, con quienes compartí y comparto tantos años de vida, mi más profunda gratitud, porque fui testigo de sus claros y espléndidos testimonios de fidelidad al Evangelio que me dieron fuerza para los combates espirituales.

A la Arquidiócesis de Buenos Aires, en cuya Facultad de Teología fui profesor varios años, le agradezco la gracia de haber conocido y acompañado a algunos de sus miembros en su amor a la Verdad revelada y la posibilidad de profundizar en su misterio, en diálogo con profesores y amigos de muy alto nivel académico y espiritual y de exquisita calidad humana. Entre ellos no quiero dejar de mencionar al querido Lucio Gera, que fue un verdadero hermano para mí. Otras grandes y valiosas amistades de mi vida tuvieron su origen allí.

A mis hermanos obispos quiero agradecer muy profundamente su testimonio de fidelidad a su ministerio, y la confianza que depositaron en mi persona con las responsabilidades que me asignaron. Confío en que las penas y dificultades que afrontan en el ejercicio de su ministerio en estos tiempos, sirvan para fortalecerlos e impulsarlos a continuar sin desfallecer en la senda de Cristo.

En su inmensa bondad, el Señor quiso también regalarme relaciones entrañables con el episcopado latinoamericano que luego se extendieron hasta América del Norte, así como también con obispos de otras partes del mundo con quienes tuve la gracia de compartir trabajos y responsabilidades que me enriquecieron enormemente. Doy especialmente gracias por mis vínculos con la Iglesia en Alemania, que tanta ayuda dispensó a la Arquidiócesis de Paraná, en particular a los párrocos y fieles de la parroquia Santa Margarita de Sulzbach-am-Main, en la diócesis de Würzburg, y por la prolongada, generosa y estable relación con los miembros de la Parroquia de la Santísima Trinidad, de la Diócesis de Chur, en Adliswil, Suiza, cuya amistad aún me honra. A todos ellos mi gratitud y bendición.

San Juan Pablo II me distinguió inmerecidamente designándome miembro del Comité de Redacción del Catecismo de la Iglesia Universal, y así me permitió vivir una experiencia extraordinaria del amor universal de la Iglesia por todos los hombres.

Con la elevación al cardenalato que hizo de mi pobre persona el Papa Benedicto XVI, recibí nuevamente una gracia inmerecida, que me ayudó a servir con mayor cercanía al Santo Padre y a sus colaboradores.

A la Orden de San Agustín, que me hizo miembro suyo en 2005, le agradezco la riqueza espiritual que me aportó así como la cordial acogida que me dispensó año tras año en mis viajes a Roma.

Ante el Señor puedo decir sin temor a exagerar que se cumplió acabadamente en mí Su promesa a quienes se entreguen a Él, del ciento por uno en hermanos y bienes. Todas éstas fueron gracias muy grandes y ante tantos dones recibidos no puedo más que agradecer y pedir sinceramente perdón por mi pobre respuesta a tanto bien.

Pido perdón de todo corazón a nuestro Señor y a todos aquellos a quienes pueda haber lastimado con mis pecados. Les ruego que me encomienden a la Misericordia Divina. Quiero a mi vez perdonar a quienes me hayan ofendido. Pido al Señor me regale un corazón misericordioso.

A quienes se hayan sentido afectados por mis actos u omisiones en el ejercicio de mi ministerio, les reitero mi más profundo pedido de perdón y la promesa de mi oración para que el Señor sane sus heridas, que no quise infligir voluntariamente pero que sé los afectan aún hoy.

Sé que me encontraré cuando el Señor disponga, ante el juicio divino, pero (con palabras de Benedicto XVI) sé también, que mi Juez es al mismo tiempo mi Abogado, que quiso cargar sobre Sí la multitud de mis pecados y se entregó voluntariamente por mí a la muerte y muerte de cruz. Me entrego, pues, confiado, a la Divina Misericordia con la certeza que me da la fe cristiana.

Pido ser sepultado con las vestimentas de Cardenal que generosamente me regaló mi amigo ya difunto, el Cardenal William Levada, en la Catedral de Paraná, con la casulla que me regaló la comunidad de Santa Margarita de Sulzbach am Main con motivo de mi ordenación episcopal en 1977, sea en el altar del Santísimo Sacramento o en la Capilla del Santísimo, si es que se lleva a cabo el proyecto de hacerla. Con mi sepultura en dicho lugar quiero significar que el sacrificio de mi vida no ha sido sino el querer ser asumido como persona en el mismo sacrificio de Cristo, hecho presente en la Santísima Eucaristía.

A los miembros sobrevivientes de mi familia de la sangre, en primer lugar a mi sobrina Cristina Ferrero y a su familia, les dejo la memoria de mi amor y agradecimiento, por su caridad en la vida familiar, pidiendo al Señor los colme de Su gracia y santidad para el reencuentro definitivo en el Cielo.

Al Señor Arzobispo de Paraná, Monseñor Juan Alberto Puiggari, mi gratitud por sus años de servicio fiel como Obispo Auxiliar, y por su indiscutible fraternidad como Arzobispo.

A las Monjas benedictinas del Monasterio Nuestra Señora del Paraná, mi gratitud y bendición, por su cordial y permanente acogida, y por su asistencia y caridad en los últimos tiempos, bendición que extiendo a la Abadía del Gozo de María y a todas sus monjas, y a la Abadía de Santa Escolástica.

Al pueblo que peregrina en la Argentina le digo que he querido servir a mi bendita patria con toda el alma, soñando para ella una vida de auténtica fraternidad, como hijos del mismo Padre, basada en el genuino respeto y diálogo para dar a todos la oportunidad de vivir la vida a la altura de la generosidad que el Señor ha tenido con esta tierra a la que ha colmado de tantos y tan espléndidos dones.

Comprometo mi oración para que todos los argentinos seamos capaces de ponernos de pie y salir con sabiduría, valentía y de verdad de la pobreza material y espiritual en que lamentablemente nos hemos sumergido con el paso de los años. Quiera el Señor perdonar nuestros muchos pecados y darnos la gracia de una auténtica conversión moral para hacerlo posible.

En esta memoria final no quiero olvidar a nadie. Por eso llevo en mi corazón a todas las personas que he conocido, a cuantos han sido mis queridos amigos, a cuantos han rezado por mí y me han hecho algún bien, y también a quienes les ha sido más difícil amarme.

Que María Santísima me acoja en su amor de Madre, como lo hace con su Hijo y con todos los santos.

Amén.

Cardenal Estanislao Esteban Karlic
Arzobispo Emérito de Paraná
En la Casa de María del Monasterio benedictino Nuestra Señora del Paraná, de Aldea María Luisa, en la Solemnidad de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo del año del Señor 2024.
Fuente: Entre Ríos Ahora.

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