Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
José Riquelme, víctima del cura Ilarraz.
José Riquelme, víctima del cura Ilarraz.
José Riquelme, víctima del cura Ilarraz.
José Riquelme estuvo dos años como pupilo en el Seminario Nuestra Señora del Cenáculo: entre 1989 y 1990. En ese breve tiempo, el cura Justo José Ilarraz lo llevó hasta el infierno.
Él y su abusador
Tenía 14 años cuando Ilarraz lo abusó. El sacerdote, que fue prefecto de disciplina y director espiritual de los menores entre 1985 y 1993, se las ingeniaba para pasar del juego al abuso: un movimiento pendular perverso.

Eso ocurría en las habitaciones de la casa de formación del clero paranaense, en tiempos en que estaba dirigido por el cura Luis Jacob, como rector. Y cuando el actual arzobispo Juan Alberto Puiggari formaba parte del equipo de superiores del Seminario.

Entre ellos, Ilarraz se movía como un lobo, siempre al acecho. Nadie, nunca, vio nada. Ni los superiores, ni sus pares curas, ni los “bedeles”, estudiantes avanzados encargados de velar por los más chicos. Ilarraz tenía su habitación en el Seminario en el primer piso, pared de por medio con Jacob; primero; luego vecino de Puiggari.

Este lunes, cuando se realizó la inspección al Seminario, los fiscales Álvaro Piérola y Juan Francisco Ramírez Montrull hicieron un experimento de manual: uno en cada habitación, la que fuera de Ilarraz y en la que vivían, primero, Jacob, después, Puiggari, y golpearon la pared. Se escuchaba con prístina nitidez a través del concreto.
Las duchas, las noches y sus berrinches salvadores
José Riquelme lo vivió con pavor primero en las duchas. Después con espanto cuando Ilarraz lo sacó a él y a otros dos estudiantes del Seminario y los llevó a un departamento en el centro de Paraná. Lo vieron desnudo y lo vieron abusar de seminaristas. Lo vieron abusando de ellos.

Primero fue lo de las duchas: Ilarraz comenzó a acercarse a él los días sábados, cuando terminaban de jugar al fútbol y se iban a bañar en las duchas, que se encontraban detrás del pabellón donde dormían. El cura se acercaba y daba el zarpazo: le secaba el cuerpo con la toalla dizque para que no se resfriara. Argumentos así.
José Riquelme, denunciante del cura Ilarraz
Llegado de Hasenkamp, Riquelme, con 14 años, no entendía lo que sucedía, por qué el afán de Ilarraz por arroparlo, secarlo con la toalla, ese esmero en las duchas. No ponía reparos: le parecía normal. Hasta que Ilarraz comenzó a acosarlo y a avanzar. Entonces, no le gustó lo que hacía porque al secarlo le tocaba los genitales con la mano, y avanzaba, con saña, sobre su cuerpo.

En el pabellón, de noche, cuando los seminaristas dormían, Ilarraz también avanzaba. José Riquelme se las ingenió para evitarlo. Hacía berrinches y entonces lo castigaban: pasaba horas de la noche afuera del pabellón, castigado. De ese modo, evitaba a Ilarraz y su acoso feroz.
Su regreso al Seminario
Ahora José Riquelme ya no está en el Seminario, ya no lo persigue Ilarraz, es padre de familia, pero arrastra con recuerdos que, a veces, lo maltratan. Este lunes 7 de mayo volvió a ese lugar, el Seminario Arquidiocesano, recorrió el pabellón donde dormía, las duchas en las que se bañaba, el territorio preferido de Ilarraz. Fue en la inspección que ordenó la Justicia en el marco del juicio por los abusos de Ilarraz.

“Fue un encuentro de emociones”, dice ahora, pasado en los pasillos de Tribunales. “Nos sentimos otra vez gurisitos”, cuenta e incluye en el recuerdo a Fabián Schunk, Hernán Rausch y Maximiliano Hilarza, los cuatro sobrevivientes de los abusos a Ilararz que tomaron coraje y volvieron al lugar de donde huyeron espantados.

Recorrieron las amplísimas galerías, reconocieron el pabellón donde dormían, las duchas donde se bañaban, la habitación que ocupaba Ilarraz. “Nos quebramos, bastante, casi todos”, recuerda José Riquelme. “Fue muy doloroso recordar todo”.
Su familia: “es todo”
Aunque conoció el abismo, ahora sabe que está en un proceso de sanación, de recuperación, de curar las heridas que les dejaron los abusos de Ilarraz. “Cuando declaré en el juicio sentí como un que fue un poquito más de descanso para mi cabeza. Pienso y creo que va a haber justicia. Pero fue un descanso para mi cabeza”, asegura.

Cuando declaró en el juicio (es uno de los 7 denunciantes de Ilarraz), el 17 de abril, llegó a Tribunales acompañado de sus hijas, Daiana y Melisa: ellas fueron las que le pusieron voz al calvario de su papá. “Me partió el corazón verlas. Ellos son todo. Mi mujer y mis hijos son todo para mí”, cuenta.

Ahora espera poner pie en el último peldaño, y encontrar justicia en este largo recorrido de una causa penal que se inició en 2012 en Tribunales. “Yo tengo mucha fe en la justicia. Va a ser condenado Ilarraz. Es lo que yo quiero y espero”, se esperanza y sabe que falta algo más y lo dice así: “Me falta lo último, que es verlo preso”.
Fuente: Entre Ríos Ahora.

Enviá tu comentario