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Hola a todos.

Soy Toby, el perro de Mirko, el menor que murió asesinado en Concordia, y tengo algo para decirles. Para que me ubiquen, les cuento que aparezco en la foto que los medios publicaron sobre la muerte de mi amo. Soy el negrito, pelos chuzos, que estoy tratando de matar las pulgas con los dientes. Disculpen si no es pose digna para una foto de perfil en este diario, pero sabrán entender que no es fácil resistir la tentación de rascarse cuando sentís esa picazón insoportable.

De Mirko sólo les contaré una anécdota. Sé mucho más sobre él, pero son cosas de su vida personal que no tengo por qué ventilar. Eso sí, me tomaré el atrevimiento -si me permiten- de hablarles de cosas que viven quienes crecen en realidades parecidas a la de él.

Vayamos por parte.

Empecemos por algo que vivimos con Mirko, cuando él tendría 8 o 9 años. Perdonen si mi memoria de perro no es muy precisa y tal vez se entremezcle con mi imaginación, pero creo que era un día frío, ciento por ciento invernal, y andábamos los dos, a eso de las 10 de la mañana, cerca de una plazoleta. Teníamos hambre, tiritábamos y mirábamos los contenedores a la pesca de alguna bolsa de basura donde asomara algo que se parezca a comida o alguna ropa vieja. Mi amo estaba descalzo, tenía puestos unos pantalones cortos que vaya a saberse de qué niño habrían sido, y una musculosa llena de agujeros cuyo color ya era imposible de identificar. Los pelos revueltos y llenos de piojos. La cara sucia, muy sucia, con algunas lastimaduras en las que se le paraban las moscas a cada rato.

Entonces sucedió algo que por primera vez me animo a contarle a los seres humanos. Ojalá no se enoje nadie. No es esa mi intención. Yo me porté mal. Por esas cosas de mi instinto, apareció otro perro en la vereda y nos trenzamos, desparramando mordiscos para todos lados. Se armó un revuelo bárbaro y en medio del griterío una vecina empezó a gritar para que nos separaran. Mirko corrió hacia mí y me pegó una terrible patada en las costillas. Salí llorando, pero él no se conformó con eso y me persiguió pegándome más y más patadas.

En eso la vecina intervino y le dijo a Mirko de todo, que era un "negro de mierda", un delincuente, una porquería, por el modo en que me trataba. Una vez que la mujer se calmó, se arrimó a mí y me empezó a acariciar con una dulzura increíble mientras le reprochaba a Mirko cómo era posible que yo estuviera tan flaco, lleno de pulgas, sucio y lastimado, que así no era manera de tratar a los perros, que son criaturas de Dios. A Mirko se le empezaron a caer unos lagrimones mientras la señora empezó a tentarme para que yo me fuera con ella, que me cuidaría, que me daría el cariño que yo necesitaba. Y como primer gesto buscó comida en su casa y me la ofreció, mientras me decía "vení, tomá, comé, pobrecito, tan maltratado".

Confieso que el hambre y el instinto me traicionaron y ya me iba con esa mujer, pero Mirko reaccionó de golpe, corrió hacia mí, me alzó con un movimiento brusco y salió corriendo abrazándome como nunca me había abrazado antes.

En un primer momento me dio bronca que me sacara el bocado de la boca. Además, yo no pensaba abandonarlo del todo. Comería y después saldría corriendo hacia él, porque soy fiel a mi dueño y no se me ocurriría dejarlo. Pero cuando me calmé traté de entender su reacción. Mirko tuvo miedo de quedarse todavía más solo en el mundo de lo que ya se sentía. . .

Nunca me olvidé del rostro de esa señora que me quiso adoptar y una y otra vez llegué a preguntarme cómo no pudo orientar tanta ternura también hacia Mirko, cómo no atinó a preguntarse si no tenía mucho más hambre él que yo, si no necesitaba más abrigo él que yo, que tengo mi cuero preparado para la intemperie, cómo no se planteó si Mirko iba a la escuela como las leyes indican, si tenía una casa, si alguien se preocupaba por él.

Un perro amigo de la Gruta de Lourdes me contó una vez que en esa zona vivía un cura al que la muerte lo encontró luchando para que de una vez por todas los humanos se volvieran conscientes de cuán grave -gravísimo- es que los niños no tengan escuela.

Un chico sin escuela es un delito grave, ya que hay una ley que obliga a que reciba educación. Por eso el curita decía que, así como le gente denunciaba el robo de una bicicleta o de cualquier objeto, mucho más celo debía tener en denunciar si se enteraban de de niños a los que se les robaba ni más ni menos que la educación. "Vemos a un niño mendigando en la terminal cuando debería estar en el aula y no hacemos nada, no reaccionamos, no denunciamos" se lamentaba.

¡Yo no lo conocí pero qué sabio debe haber sido ese cura! Ustedes no se imaginan el abismo en el que se hunden esos niños que ya no van más a clases. Sus padres -si es que tienen padres-, salen a rebuscarse con alguna changa, o a laburar en la fruta, o a limpiar casas, o a prostituirse, y ellos quedan solos, con sus hermanitos y con nosotros, sus perros, todo el santo día, aprendiendo a no llorar, sin palabras para explicar lo que les pasa. Y como casa, lo que se dice "casa", no tienen, salen de la casilla de tablas en la que duermen y empiezan a deambular -y nosotros, los perros, siempre andamos con ellos-, a la intemperie de la vida, expuestos a todos los peligros. Lo que pasa de ahí en más es una lotería absoluta.

Uno de cada 10, o tal vez uno de cada 20 tiene la suerte de cruzarse con alguien que lo guíe por el buen camino, que le de cariño, como lo hacen esas voluntarias de los merenderos, o alguna estudiante becada para ayudar en los barrios, o tantas catequistas y pastores, o la gente del COPNAF. Y entonces, aunque con idas y venidas, con recaídas, pero sale adelante. Y hasta en una de esas vuelve a las aulas, ya de grande, para intentar recuperar el tiempo perdido.

Pero el resto. . . el resto cae en las garras del tranza, empieza a drogarse y a robar. O lo explota un degenerado atraído por los chicos y su inocencia es robada antes que su sexualidad siquiera despertara. O termina en una red de trata o de mendicidad. Es que son tan vulnerables, es tan fácil tentarlos, es tanta la necesidad que padecen, es tanta la impotencia que sienten y ni siquiera pueden expresar lo que les pasa. . . salvo a los golpes y a los balazos, que es cuando se creen con un mínimo poder. . .

El punto es que no pueden expresarse porque no tienen palabras -tienen menos vocabulario que nosotros, sus perros, que a los ladridos nos hacemos escuchar-, no saben cómo pedir auxilio porque casi no saben hablar, porque jamás hubo un libro en su casilla de madera, ni alguien que les contagiara la lectura, ni esos diálogos con papá y mamá en los que tratar de entender el mundo, la vida, los obstáculos, los desafíos, la moral. . .

En fin, lo que quiero decirles es que no es joda la pobreza extrema de esta época, donde la necesidad material es apenas una de tantas, donde al hambre de comida lo precede el hambre de afecto, donde faltan el amor, la guía de un adulto responsable, la escuela, un vocabulario mínimo para pedir ayuda. . .

Los perros no usamos Facebook pero a veces nos enteramos de cosas que se dicen ahí. Un caniche de familia bien, que vive en el centro, me contó que a Mirko, mi dueño, cuando ya estaba muerto, en el Face, lo volvieron a matar varias veces. Además de la cuchillada que le partió el corazón, le volvieron a clavar cuchillos para rematarlo. "Uno menos" escribieron, festejando que ya no respire.

Es más, el caniche me asegura que una mujer posteó esta reflexión, si es que se la puede llamar reflexión: "cometía delitos, la policía sabía, tenía prontuario e iba a seguir haciendo eso porque no conocía otra manera de vivir. No me vengan con derechos humanos. Esa gente no tiene arreglo, ya no sirve y no aporta nada a la sociedad". Y más adelante llegaba a una conclusión increíble: "El único hecho lamentable es la agresión a los bomberos, eso sí es muy triste", aludiendo a que algunos vecinos de Mirko rompieron el parabrisas de un camión. O sea, según esta mujer valía más el parabrisas que Mirko, importaba más un pedazo de vidrio que un ser humano. . .

Es cierto que muchos chicos que se crían en el ambiente en el que le tocó crecer a mi dueño se drogan desde niños, empiezan a delinquir y se vuelven un peligro para el resto de la sociedad. Pero sentenciar que siendo apenas un adolescente de 17 años "no tiene arreglo", que "ya no sirve", es demasiado.

Seguro que ese humano que escribió tamaña barbaridad, si su hijo de la misma edad que Mirko hace una macana en la escuela y la docente, enojada, sacada, reacciona y le dice "no tenés arreglo, no servís", "nunca vas a dejar de hacer barbaridades como la que hiciste", "serás por siempre un atorrante". . . ¡la que se arma! La madre sale como una tromba para el colegio, se hace acompañar por un abogado que manotea cuanto tratado sobre los derechos del niño haya por ahí, y, por supuesto, empieza por decir que su nene es incapaz de hacer macanas, pero, si efectivamente fue autor del hecho, eso fue culpa de las malas influencias del grupo; que además es apenas un "adolescente", una personalidad en formación, todavía no ha madurado y no puede ser que una educadora, que tiene la misión de ayudarlo a madurar, lo sentencie de por vida etiquetándolo como un atorrante.

Me dirán que no hay comparación posible entre Mirko que robaba y un chico de su edad que hace alguna "travesura" (como pasarse de alcohol en una fiesta, perder noción de lo que hace, y tal vez manosear a una chica o hacer una picada con el auto y llevarse algo por delante. . .) Pero si es por eso, chicos como Mirko, a los que se los tentó con la droga a los 9 o 10 años, tienen aún mucho menos conciencia de la gravedad de sus acciones. Si se los ayudara a desintoxicarse en centros preparados para ello, con gente que le de afectos y límites (ambas cosas van juntas), ¿por qué pensar que no podrían cambiar? ¿por qué negarles una oportunidad? Y conste que no digo una "nueva" oportunidad sino simplemente "una", la primera, porque casi seguro que no tuvo ninguna antes.

Confieso que a veces algunos humanos me dan mucho miedo, incluso los que van a Misa, o al culto de su religión, porque ahí se escuchan frases impactantes, como esa de que todos somos pecadores y necesitamos la misericordia de Dios, y la gente se arrodilla y pide perdón, pero resulta que cuando se trata de chicos como Mirko miden con otra vara, se acaban las contemplaciones, no hay ni un chiquito de compasión, nada de nada, lo crucifican como a Cristo. . . Aflora la venganza, el odio, el prejuicio. Al diablo con "tuve hambre y me diste de comer, tuve frío y me abrigaste, preso y me visitaste". . .

Perdón porque, como se habrán dado cuenta, soy un perro dolido, que está triste por la muerte de su amo, y necesito descargarme, pero no quiero ofender ni molestar a nadie. Pero déjenme decirle dos cositas más y ya está. La primera, que a chicos como Mirko los lastiman terriblemente los prejuicios. Porque cuando intentan encausar su vida, salen con la mejor ropa que tienen a buscar alguna changuita en alguna calle donde hay gente de mayor poder adquisitivo, pero enseguida sienten que las miradas de sospecha son como dardos que se les clavan en el cuerpo, se dan cuenta que todos desconfían de ellos, que los miran como ladrones, como fieritas. . . Y entonces, la poca autoestima que conservan se les hace añicos y terminan mirándose a sí mismos justamente como los demás los miran, como delincuentes. . . Como si, al fin y al cabo, ese fuera el único papel que la tragedia de la vida les reservara para ellos.

La segunda (uy, ¡en qué lío me meto al decirles esto!), como perro a mí las diferencias partidarias no me importan nada. Pero sé que en el Face varios pusieron que la culpa de todo lo que pasó con Mirko es de los peronistas que hace 30 años gobiernan Concordia y que hubo otros que respondían lo contrario, que es Cambiemos y su gestión nacional el que tiene la culpa.

No lo tomen a mal, no se enojen conmigo que apenas si soy un perro, pero les aseguro que el cambio que necesitan ustedes para recuperar el tejido desgarrado de vuestra sociedad, para embanderarse en serio con la dignidad del ser humano, es bastante más profundo que el de la ficha partidaria o de gobierno municipal, provincial o nacional. Desterrar la discriminación, la explotación electoral, la clientelización, la extrema vulnerabilidad que padecen miles de hermanos de ustedes exige una conversión que no habrá gobierno que la garantice si cada uno no cambia desde el corazón.

Ya que estoy, para despedirme, una cosita más: si quieren hacer algo en serio por los perros hambrientos del barrio como yo, o por mis amigos los caballos, a los que se les ven las costillas y eso a ustedes los pone locos, los indigna, empiecen por ayudar a salir adelante a nuestros dueños y entonces sí para nosotros habrá un mejor porvenir. Pero no quieran salvarnos a nosotros, los animales, sin salvar a las personas, porque nuestros destinos están unidos.

Por último, si pueden, recen una pequeña oración por Mirko. Porque, como suelen decir en la Misa los católicos cuando oran por los difuntos y meten esa frase "cuya fe sólo Tú conociste", sólo Dios supo realmente lo que mi dueño tenía en su corazón, y, estoy seguro, que en su infinita misericordia hoy lo tiene a su lado.

Con afecto de perro fiel, se despide de ustedes Toby, por y para siempre "el perro de Mirko".
Fuente: El Entre Ríos

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