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Carlos Mastronardi (1901-1976), fue un periodista, ensayista y sobre todo poeta, profundamente entrerriano. Su poema más difundido, "Luz de provincia", es una vívida evocación de los paisajes y sentires de su tierra natal. Recordemos sus versos iniciales: "Un fresco abrazo de agua la nombra para siempre/sus costas están solas y engendran el verano/quien mira es influido por un destino suave/cuando el aire anda en flores y el cielo es delicado".

En su libro "Memorias de un provinciano" hay páginas dedicadas a personajes inolvidables de su Gualeguay natal. A continuación un fragmento, que nos pareció particularmente emocionante.

…por lo menos en mis años de juventud, quizá como excepción, andaba en las conversaciones un criollo que se hubiera dicho invulnerable al olvido. No era un sobreviviente de las montoneras: era un hombre algo anterior a la patria y había participado en las guerras de la independencia. Se llamaba Bruno Alarcón y se alistó como tambor en el ejército que hizo la campaña de los Andes. Si bien no pudo hallarse documentación que lo acreditaba como tal, la gente de su edad que sabía de él, nunca le negó ese pasado. Ya en la senectud, lo visitaban historiadores y poetas reverentes. Por lo que se cree, llegó a nonagenario. Apartado de todo y como ajeno a la realidad, vivía en la ribera del Gualeguay; el oficio de pescador entretuvo sus jornadas y le permitió subsistir durante los últimos años. Me contaron que el poeta Victoriano Montes, autor del poema "El tambor de San Martín", quiso librarlo de la soledad y difundir su nombre, a cuyo efecto organizó actos públicos en villas y ciudades. Pero Don Bruno, que prefería no hablar de sus tiempos de soldado, y daba escasa o nula importancia a su apoteosis, nada hizo por salir de los matorrales costaneros. Indiferente a las invitaciones que otros hubiesen juzgado halagadoras, y como despreocupado de la gloria, volvía a los espineles y a la caña de pescar. Bajo el peso de la edad, tal vez ignoraba quién fue Bruno Alarcón, o quizá no se creía digno de la historia, a pesar de haber estado en el estrépito marcial de Chacabuco y Maipo. Acaso no se avino a creer que su instrumento de trabajo-el tambor-y su medio natural-la batalla-pudiesen justificar los esfuerzos que se hacían para sacarlo de la penumbra. Hubo que recurrir a muchas argucias benévolas para vencer su aislamiento y convertirlo en espectáculo nacional. Quien está un poco lejos de los honores y de las cosas se mantiene libre, como lo enseñaron los estoicos. Hablo del hombre que prescinde según su naturaleza, no de aquel que padece necesidad y se ve forzado a despedirse de todo. Antes que una doctrina, el estoicismo es un don innato.

No he podido verificar la exactitud de las versiones que lo mostraban esquivo y retráctil, pero se dijo que don Bruno rehusó asistir al teatro donde conforme con lo proyectado, batiría otra vez el tambor que lo acompañó en su mocedad durante la campaña de Chile. Importantes señores lo visitaron para instarlo a que cambiase de actitud. Al parecer no se creía un símbolo de la edad heroica, y era tan humilde que puso precio a la exhibición de su persona. Sea como fuere, apareció en el teatro, sin duda con una expresión de extrañeza y desconcierto en el rostro apergaminado. Nada más conmovedor que el testimonio viviente de un tiempo extinto. Para el viejo no hay circunstancias o, mejor dicho, sólo hay circunstancias físicas; podemos, pues, imaginarlo confundido ante las luces excesivas y la numerosa gente que lo miraba. Contra todos los hábitos, había salido de las espinosas afueras para convertirse en un motivo de emoción pública. El inverosímil pasado, todavía real, como una isleta salvada de todos los cataclismos, estaba allí, frente a la expectación colectiva, con el tambor viejísimo sobre las vacilantes rodillas. Y cuentan que nadie pudo contener las lágrimas cuando don Bruno Alarcón, en medio de un silencio impresionante, quizá repitiendo un movimiento que ya no podía vivir de modo pleno, hizo sonar el mismo parche que traspuso la cordillera y oyeron las tropas de la independencia. En el ámbito callado, los primeros toques parecieron inciertos y deslucidos, como si los brazos no respondieran a la voluntad, pero gradualmente se afianzó el viejo redoble hasta conturbar al auditorio. Tal vez esa noche extraordinaria, mientras las manos rígidas golpeaban el tambor con el ritmo aprendido setenta años antes, en alguna región inmaterial, un ejército de sombras entraba otra vez en batalla.

"Memorias de un provinciano" fue publicado por Ediciones Culturales Argentinas en 1967.Y sus escritos periodísticos están dispersos a la espera del toque de un tambor.
Fuente: El Entre Ríos.

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