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La fe mueve piernas. Jóvenes, ancianas, chuecas, rengas. Piernas de mujeres y de hombres impulsadas y a la vez atraídas por una creencia o el amor al símbolo. Detrás de la Virgen María, bajo el sol primaveral de Buenos Aires, miles de personas activaron sus cuerpos arrastradas por el motor de su fe: un sacrificio personal de 58,8 kilómetros que une cada año -desde hace 44- a la iglesia de San Cayetano, en el barrio porteño de Liniers, con la basílica de la ciudad bonaerense de Luján.

Los peregrinos comenzaron a marchar este sábado temprano, pero al mediodía partió la mayoría de los fieles como custodia de la "imagen cabecera" de María o la Virgen de Luján, vestida con el manto de los colores argentinos.

No es una celebración exclusivamente porteña. Como cada año, llegaron creyentes de todo el país (Gualeguaychú, Mar del Plata, La Pampa, Neuquén, etétera). Algunos lo hacen agrupados o distinguidos con pecheras de colores especiales, banderas de sus provincias e incluso prendas confeccionadas para la ocasión.

Juan Pablo Martinolich tiene 41 años, es un seminarista (es decir, se prepara para convertirse en sacerdote) de Gualeguaychú y este es su debut en la célebre caminata a Luján. "Llegaré a la hora que sea con la fuerza que Dios me dé", decía un poco intimidado por el periplo.

"Este año la Virgen nos pide unirnos como hermanos. Venimos a darle gracias y pedirle que nos una, por el país que somos. Hace falta unidad, no solo por la situación económica. Para unirnos los que estamos a favor de la vida y los que no están a favor. Los de Boca y los de River. Para crecer como personas y como país. Para que podamos saludarnos y abrazarnos con diferentes opiniones", comentó Martinolich, mientras comía un turrón de maní que repartía gratis el gobierno porteño.
Fuente: Infobae

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