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Suena contradictorio decir que la vida de un heredero de 35 millones de dólares estuvo signada por la tristeza y la soledad. Es que, desde sus primeros días de vida, Mario Aníbal Calderón fue perseguido por la tragedia y la muerte. Eso, aunque cada capítulo de esa tragedia haya sido clave para acercarlo a la verdad. Una verdad que tardó más de sesenta años en salir a la luz.

Todo empezó el 24 de octubre de 1954, día del hundimiento del Victoria Regia, el accidente que dejó 7 muertos y conmocionó a toda la provincia de Entre Ríos. "La tragedia de Victoria enluta a hogares humildes", rezaba la portada de uno de los periódicos de la época. "El conductor viajaba borracho y eso ocasionó el accidente", dijo otro, impreciso. "La embarcación navegaba súper poblada", tituló uno más.

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Aquel mediodía, María Angélica Calderón viajaba junto a su hijo Mario y su pareja de toda la vida, Gervasio Díaz. La lancha había partido desde Rosario a las 13:20, con 57 personas a bordo. Todo marchaba bien hasta que un pasajero borracho comenzó a pelear con el timonel, lo que provocó que la embarcación se estrellara y comenzara a hundirse en medio del Paraná.

Los pasajeros entraron en pánico y la salida se volvió imposible. Entonces, Angélica Calderón tuvo uno de los actos más lúcidos de su vida y arrojó a su bebé de tres años por la ventana. Los más fantasiosos dicen que Mario Calderón flotó gracias a su bombacha de goma. Otros cuentan que rápidamente lo rescataron unos pescadores que se acercaban a ayudar. Lo cierto es que, en un segundo decisivo, esa mamá que Calderón recordaría toda la vida de manera amorosa y difusa, cambió su vida por la de su hijo.

Mario Calderón tenía tres años y tuvo que aprender a vivir como huérfano. A partir de allí, lo perseguiría un profundo sentimiento de tristeza y soledad. También muchas preguntas por responder. Aquel naufragio épico podría haber sido la gran historia de su vida, aunque fue apenas el comienzo.
El Loco Reggiardo y la danza de los millones
Hasta ese fatídico año, María Angélica, Mario y Gervasio Díaz habían vivido en la zona de Laguna del Pescado, a unos minutos de la Estancia San Carlos, donde se levantaban las propiedades de una de las dinastías más acaudaladas de la zona. ¿Qué tiene de relevante? Es que, para entender la historia de Mario Calderón, primero hay que conocer la vida de José Antonio Reggiardo, un excéntrico terrateniente con un increíble latifundio regado por el Paraná.

Le decían el Beto y, a lo largo de su vida, se dedicó a hacer plata y vivir al límite. Al igual que su padre (que se llamaba Carlos y llegó a tener diez mil hectáreas de campo y cerca de 30 barcos amarrados en el puerto de Paraná), José Antonio tenía sus gustos caros. Más allá de las tres mil cabezas de ganado que tenía pastando en los alrededores de su chacra, Reggiardo era amante de los autos de lujo y contaba con una colección de Cadillacs, camionetas y camiones. Pero eso no era todo, también tenía algunos aviones y helicópteros.

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Con el tiempo, a espaldas de Reggiardo, todos empezaron a llamarlo "el Loco". Y tenía el apodo bien ganado. En su pasión por los fierros gigantes, el Beto había tomado la costumbre de jugar al bowling con eucaliptos inmensos. ¿Cómo lo hacía? Con el brazo de su Caterpillar de tamaño jurásico los mordía como si fuera un dinosaurio hasta arrancarlos de raíz.

Pero Reggiardo, una caja de sorpresas, también era piloto de avión y helicópteros. "Pasaba de chanfle con el Piper entre las dos campanas de la iglesia de Victoria", contó uno de los lugareños, agigantando la leyenda del Loco Reggiardo.

El mito que lo precedió fue del tamaño de su fortuna. Y el anecdotario infinito. En el pueblo también contaban que le gustaba jugar al francotirador. Que esperaba a los cazadores furtivos que se metían en su campo para tirarles desde el aire. Y que se alistó para ir a la guerra de Malvinas aunque no fue aceptado.

El perfil de Reggiardo se completa con sus dotes de galán: si bien nunca puso la firma en el Registro Civil, el hombre convivió con una mujer llamada Luisa Etelvina Arrúa, aunque eso no le impidió hacer de las suyas. Le gustaba alimentar su fama de soltero codiciado de la zona. Y ahí es donde entra María Angélica Calderón, la mamá de Mario, quien finalmente será el protagonista de esta crónica.

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Al parecer, la mujer que trabajaba en la casa del magnate entrerriano habría tenido un romance con Reggiardo o, de mínimo, cierto rincón de la Estancia San José habría sido testigo de al menos un encuentro amoroso.

¿Cómo fue el final del excéntrico terrateniente? Podría decirse que el Loco Reggiardo murió en la suya. El 5 de julio del 98, José Antonio piloteaba su helicóptero desde una de sus estancias (San José) a otra (llamada El cerro), cuando perdió el control de la nave que terminó estrellándose. Con la danza de los millones, fueron muchas las hipótesis que se barajaron, pero lo seguro fue que Reggiardo se llevó a la tumba el secreto de un hijo del que nunca se hizo cargo. O quizá nuca supo de su existencia.
Triste, solitario… ¿y millonario?
Volvemos a 1954. Después del accidente del Delta, el pequeño Mario y sus dos hermanos (Osvaldo y Alfredo que estudiaban en Paraná) quedaron a cargo de uno de sus tíos abuelos.

"Los tíos de mi mamá, Vicenta y Francisco, decidieron criarnos juntos a los tres, en Paraná. Duele decirlo, pero no sentíamos unión de hermanos", reconoció Mario, a quien en la escuela Manuel Belgrano las maestras llamaban con crueldad "el huerfanito".

Para 1970, cuando falleció su tía Vicenta (Francisco había muerto años antes), Calderón quedó solo otra vez. Sin relación con sus hermanos, lo mejor que le regaló el destino fue salir sorteado para hacer la colimba en Santa Fe: "Para los soldados lo más anhelado era el franco para poder retornar a sus casas. Para mí, no. Me quedaba en el cuartel porque no tenía a dónde ir… además, zafaba la comida", contó.

La vida lo convirtió en un tipo frío. Se casó y tuvo hijos: "Me hubiera gustado tener mejor relación con mis hijos, pero no podía", comentó. Su vida era el trabajo. Instalaba redes de telecomunicaciones. Y, en 1993, el trabajo lo devolvió al punto de partida, Laguna del Pescado.

Lo que son las cosas: una tarde, en un paisaje muy parecido al de sus primeros tres años de vida -caminos empolvados, montes de eucaliptus y los campos verdes y fértiles que daban contra el río- se encontró con un paisano: "¡Pero qué parecido que sos al Beto Reggiardo, che!".

Y el nombre de Reggiardo se volvió recurrente y comenzó a retumbar en su cabeza. Unos meses después fue a visitar a su primo Carlos Dosba, que terminó de abrirle los ojos a Mario: "Primo, yo era muy chico, pero cuando Angélica estaba embarazada escuché que era del hijo del patrón: creo que el loco Reggiardo es tu padre".

¿Si se sorprendió? Para nada. "Íntimamente siempre lo supe", contestó con cierta amargura el solitario Mario.

Pasaron ocho años y Calderón siguió en la suya. Nunca se acercó a Reggiardo para que no lo confundiera con un cazafortunas. Se fue a Misiones y se construyó una casita de madera. Después compró una tierra y se armó su propio camping con salida a un arroyo. Encontró una compañera y por primera vez fue feliz. No necesitaba más, para qué.

Entonces recibió un llamado. Otra vez su primo. Y otra vez la muerte que se presentaba para cambiarle la vida. Esta vez le contaba del accidente de Reggiardo. El hombre se debatía entre la vida y la muerte, era su única chance de presentarse y preguntarle si era su padre.

Sabemos que eso no ocurrió porque Reggiardo murió antes. Entonces empezó la batalla por los millones: "Había que inventarle un heredero a Reggiardo", recordó Mario. La estancia San José se convirtió en el escenario de una comedia grotesca. La parentela del finado se paseaba por el campo con los trajes de tela italiana, se subían a sus Cadillacs, contaban anécdotas y hacían lobby para morder un pedazo de la herencia.

La fiesta duró 362 días porque, el 2 de julio del 99 (a casi un año de la muerte del Beto), Mario Calderón se presentó en el juzgado para comenzar el juicio por filiación. Su aparición desbarataba un plan orquestado durante años para quedarse con la herencia de José Antonio Reggiardo.
El plan para robar la gallina de los huevos de oro
Después de la muerte de Beto, comenzó la carrera por ver quién se quedaba con el botín más rápido. Cuando el juez ordenó la exhumación del cuerpo apareció una mujer llamada María Angélica Godoy (aunque pedía que la llamaran María Angélica Reggiardo) con una partida de nacimiento que la presentaba como la hija y heredera natural del millonario, apoyada en la rúbrica del escribano Luis Galli.

Pero eso no era todo: la mujer llegaba con un testamento donde José Antonio Reggiardo indicaba que, a un año de su muerte, se procediera a entregarle todo a su única heredera.

El juez Raúl del Valle compró la historia. Y Godoy, su abogado Walter Martínez y el escribano Galli empezaron a vender. Arrancaron con 3000 novillos y luego siguieron con 996 hectáreas en un campo de Hansenkam, una localidad cercana a Paraná. En el medio, se aseguraron una buena renta con el alquiler de varias hectáreas. Para cuando le dieron curso a la impugnación del doctor Ricardo Solari, abogado de Calderón, la banda ya había cobrado más de 2 millones de dólares.

Calderón se hizo las pruebas de ADN y los resultados arrojaron un 99 por ciento de coincidencias con José Antonio Reggiardo.

Solo faltaba ver si Angélica Godoy era su segunda hija, pero la mujer se negaba al examen alegando ser la única heredera.

El día que el juez ordenó una extracción de sangre compulsiva, el cuerpo de Reggiardo desapareció: la policía se encontró con un féretro vacío. Las evidencias eran bastante claras, no hacía falta ser Sherlock Holmes para darse cuenta de quiénes estaban detrás del sacrilegio.

Diez años después, cuando el caso estaba casi resuelto (aunque la burocracia de la justicia lo extendió un par de años más), María Angélica Godoy, el abogado Martínez y el escribano Galli fueron detenidos por gestar un plan para robarse la herencia de Reggiardo: la condena fue por falsedad ideológica. Solo faltaba la sentencia final.

El Caso Reggiardo fue tan conmocionante en la provincia de Entre Ríos que inspiró años de notas periodísticas y hasta un libro de 500 páginas llamado Bandidos sin ley, escrito por el periodista Daniel Enz que investigó a fondo la trama de la herencia millonaria.

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A fines de 2011, el juez falló a favor de Mario Calderón que recuperó su identidad (quizá ese fuera el motivo de su tristeza) y cobró la famosa herencia que, entre bienes y cuentas, ascendía a unos 35 millones de dólares.

Hoy Calderón se pasea por las calles de Victoria con un leve temblor en su cuerpo. También conserva su casita en Posadas, el lugar donde fue feliz. Solo él lo sabe si finalmente superó esa angustia que no lo dejaba vivir en paz. De lo que no hay dudas es que alcanzó la verdad. Y que tiene una historia de película.
Fuente: Infobae

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