Editorial

Agua gratuita en las mesas de bares y comedores

Comenzamos por aludir a dos verdades en apariencia incontrastables, que hasta se han convertido en ocasiones en una muletilla. La primera es que "el aire es gratis". La segunda, que llega a la misma afirmación respecto al agua.

A su vez, ambas convicciones – porque lo son todas las creencias que por estar fuertemente arraigadas se tienen por tales, sin admitir discusión alguna - tienen explicación en el hecho de que la economía sería en definitiva la "ciencia de la escasez", en cuanto comenzó por ocuparse del precio de "los bienes escasos", lo que presupone que todo lo que abunda hasta el punto de considerarse inagotable no tiene precio.

Es lo que pasa con la arena del desierto y que se ha vuelto problemático con el aire y con el agua. En el caso del aire, porque si bien su volumen puede suponerse inalterable, su polución, provocada por la manera en que se lo agrede en las grandes aglomeraciones humanas, requiere cada vez más de procedimientos costosos en procura de purificarlo.
Y en el caso del agua, aun en los lugares en que la misma no es un bien escaso –y por ende con valor, aunque ello no signifique necesariamente que por su consumo se pague un precio, sino que se hace presente su racionamiento- su purificación y distribución exigen infraestructuras costosas, tal como todos sabemos.

Consideraciones todas ellas que tienen que ver con la información publicada en nuestro sitio digital acerca de la presentación de un proyecto de ley en el Congreso de la Nación el cual establece que todo local que venda alcohol -restaurantes, bares, discos- deba contar con la provisión gratuita y suficiente de agua potable.

Una iniciativa que como se señala no es del todo novedosa en nuestro país, ya que existen ciudades y provincias en las que se ha avanzado en la materia hasta el punto de que ya está en funcionamiento.

Pero antes de seguir adelante sobre esta cuestión debemos señalar una incoherencia por parte de nuestros gobiernos, ya que por lo general se han despreocupado de la instalación en los lugares públicos, en especial plazas y paseos- en los cuales existan y funcionen, lo que es otro problema que se da en los casos en los que se cuenta con ellos- bebederos y canillas a los que pueda acercarse cualquier persona con la finalidad de calmar su sed.

A lo que habría que agrega otra precondición más, cual es que los servicios prestados por el estado en forma directa o concesionados, aseguren primero un fluido suministro del agua, y que es tanto o más importante que lo otro, que funcione constantemente y no de casualidad.

No por nada es que paulatinamente se ha ido perdiendo en muchos sectores de la sociedad una costumbre que, en principio debería ser la razonable, cual es el consumo para todo destino, incluyendo para beberla, del "agua que sale -o debería salir- de la canilla". Porque el consumo de este tipo de agua debería ser tan valorado como ocurre en importantes sectores de nuestra campaña con el "agua de pozo" que fluye de la canilla del molino clara y fresca y con una ínfima dosis de salinidad, que la hace aún más grata para el paladar.

Pero lamentablemente ha cundido – y no es extraño que suceda- la idea de que el "agua de la canilla" no es confiable, y de allí ese cambio de hábito que se traduce en el creciente consumo de agua distribuida en botellas o botellones.

De cualquier manera se debe tener presente una larga tradición todavía viva en los Estados Unidos, capaz de sorprender, y más que eso maravillar, a quien llega allí por primera vez. Ocurre que una jarra de agua fría con hielo suele ser parte del recibimiento en bares y casas de comida. La que se coloca sobre la mesa sin que se la pida, y que es repuesta tantas veces como se vacíe. Agua del grifo - como ellos llama a nuestra canilla- y gratis, más concretamente. Lo que significa y hay que recalcarlo, que se trata de una práctica que no debe considerase un favor sino como parte del protocolo habitual.

De cualquier manera, nos encontramos aquí con la difícil cuestión de tratar de modificar a través de una ley una práctica social.

Ya que se puede dar frente a lo que debiera ser un positivo cambio cultural, una resistencia velada frente a los que deben prestar el servicio, que lleva incluso a silenciar al cliente ante su no prestación. . .

Quedará vivo todavía, alguno que recuerde que en los tiempos del primer Perón, se pretendió implantar legalmente un "menú económico" en las casas de comida con tan magros resultados que ello terminó en un fiasco.

De donde, pretender instalar una práctica de este tipo de servicio en nuestra sociedad, exigiría comenzar por el cumplimiento de los pre-requisitos a que se ha hecho referencia -como ser que el agua de la canilla salga de ella en todo momento y que sea límpida para los ojos y saludable para el cuerpo-, a la vez que las municipalidades y las asociaciones que agrupan a casas de comida confiterías y bares se concienticen acerca de la bondad de esa práctica y la hagan suya sin necesidad de esperar el dictado de norma alguna legal.

Se trataría en suma de incluir esta sugerencias dentro de un "programa para la promoción de una vida saludable" el que para ser realmente eficaz – y es bueno insistir en ello repitiéndolo- más que de normas legales, nazca de la comprensión de la necesidad de que "la sociedad debe educarse" asimismo.

"Comida saludable y una alimentación equilibrada" contempla -entre otras medidas para luchar contra el aumento de la obesidad- la obligatoriedad de que bares y restaurantes ofrezcan de forma gratuita agua fresca, tanto a los clientes como a quienes se acerquen a la barra a pedirlo.

Es en esa línea que en España, en algunas ciudades, y como forma de instalar esta práctica, tanto las autoridades locales como organizaciones de la sociedad civil ya se han repartido entre bares y restaurantes más de 1.000 botellas y jarras de cristal -con un diseño creado expresamente para esta campaña de la empresa de suministro de agua corriente- en favor del uso del agua gratuita y de la canilla.

Mientras tanto, es válido el argumento en contra de esa práctica que se escucha en boca de algunos dueños de casas de comida en el sentido que "servir agua, aunque sea de la canilla, tiene un costo". Y se agrega a modo de fundamentación los costos fijos del local, el de la persona que lo sirve, el suministro. . .

Concluimos con la opinión coincidente de muchas asociaciones ambientalistas: aunque el futuro a medio o largo plazo parece bastante evidente y de pura lógica medioambiental -el agua embotellada tiene o debería tener los días contados según ellas- sin duda estamos ante un tema que dará mucho que hablar si se pone en práctica.