Desde el campanario

Casi nos dieron un Nobel

Por una vez se hizo justicia, aunque nos deje un sabor amargo. Es que en forma milagrosa, contamos en nuestro país con uno de los mejores diez maestros del mundo.

Es lo que siempre digo pensando en Messi y no en Maradona -debo confesarlo-, aunque debo reconocer que temo que este último sea el que más parece expresar nuestra identidad, que podemos llegar a ser unos cráneos cuando actuamos en forma individual, pero un verdadero desastre en ocasiones, cuando tenemos que funcionar en equipo, ya que para dar el ejemplo más sobresaliente, si funcionáramos así como país, otra sería nuestra forma de cantar.

Pero como digo, eso de la justicia con sabor amargo es porque a nuestro pollo, maestro en Temperley -cosa verdaderamente curiosa, porque todo lo verdaderamente valioso se lo chupa la ciudad capital, la autónoma como ahora le dicen-, no le alcanzó para ser el “number one” en el concurso, cuyo resultado se dio a conocer en Dubai, uno de los Emiratos Árabes, según me cuentan. Pero de cualquier manera quedó en el “top 10” -¿es así como se dice?- y de yapa se pudo hacer un viaje de vacaciones útiles a ese lugar que es más que un Disneylandia, y con todo pago, pasajes incluidos, que es el sueño no solo de todo funcionario o legisladores, sino -para qué nos vamos a engañar- de todo argentino que saca pecho no se sabe por qué.

Me enteré también que el “number one” fue un religioso franciscano, que enseña matemática y física en un lugar perdido y pobrísimo de Kenya, un país del este africano, donde una vez hicieron bochinche para poder conseguir la independencia unos terroristas -se dan cuenta que ahora han perdido prestigio los que antes se conocían con ese nombre o el de subversivos o de cuántas formas más- que se hacían decir o les decían “mau mau”.

Escuché por ahí decir -como al franciscano le garparon como premio un millón de dólares, que bien pudieron ser de euros- que “así no tiene gracia, quién no enseñaría de manera que los chicos aprendan, si esa es la paga por un trabajito”. Dicho así con la nariz parada, sin darse cuenta que ese no es el pago de un sueldo, sino una suma de dinero que no solo es un premio, sino que lo va a invertir en mejorar el servicio que presta a los chiquilines keniatas -creo que es así como se dice- del lugar.

Un ejemplo, un verdadero ejemplo. No como esos legisladores que andan repartiendo subsidios con la plata del Congreso de la Nación, o que dicen no cobrar su dieta porque la reparten en que se yo qué instituciones, sin darse cuenta que esa es una forma de cobrar: de cobrar y repartir con plata ajena, que se dispone como propia.

Y, por lo demás, hay que tener en cuenta que enseñar matemática no es moco de pavo. Porque para muestra están los resultados de la Prueba Aprender, del que resultó que en esa materia no sé si es mucho lo que se enseña, pero no hay duda que es poco lo que se aprende.

Sobre todo teniendo presente algo que me dejó maravillado, que la matemática es en realidad un lenguaje, como lo es el español, que es el que se supone que hablamos. Y que una prueba de eso está en que dos matemáticos que no se entienden porque uno habla en inglés y otro en chino mandarín, con pizarrón, tiza y borrador, escribiendo fórmulas y haciendo tachaduras y trazando nuevos signos, pueden entenderse totalmente en ese lenguaje matemático.

Y cuando lo supe, terminé espantado, ¡con razón! Si cada vez nos cuesta más entendernos en castellano, ¿cómo es que podremos llegar a entendernos intentando hablar en ese idioma... matemático?

Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)