Desde el campanario

Castigados por hacer el bien

Ninguna duda cabe que, tal como se dice de distintas maneras, vivimos en un mundo en que personas y cosas parecen estar “con las patas pa´ arriba”. La cosa no pasa porque “los inmorales nos han igualado”, aunque eso es cierto, y no solo porque ya lo veía así, hace de esto décadas, Discepolín.

Tampoco porque se vea a quienes pretenden mostrarse como nuestros dirigentes, y a muchos de los que escuchan, agarrarse de proyectos estrafalarios que hablan, por lo estrafalarios e irrealizables, de las propuestas, de un mundo que parece haberse vuelto no ya “loco”, sino “re loco”.

Es que incluso he sabido de un chico, que al volver de la escuela y exhibir con orgullo el resultado obtenido en una prueba escrita, fue sorpresivamente reprimido por su madre a la que le escuchó decir: “¡No te da vergüenza con lo poco que estudiaste, haber salido así de bien!”.

Pero lo que nunca había escuchado decir, ni imaginado que pudiera llegar a ocurrir, es que pudiera dictarse ley alguna no por la que se condenara a los que se portan mal y delinquen, sino a los que se portan bien y por hacerlo de esa manera.

Es lo que ha sucedido en Hungría, donde por ley se castiga a todo aquél que preste asistencia o ayuda de cualquier clase, a un inmigrante flojo de papeles.

Vino a mi memoria aquello de “dad de comer al hambriento” y “dad de beber al sediento” y no pude sino preguntarme si quienes votaron esa ley se han acercado alguna vez a un templo.

Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)