Hojas al viento

De barbijos y pasadas pestes

El 8 de septiembre pasado "The New England Journal of Medicine" publicó un interesante trabajo de los doctores Gandhi y Rutherford en el cual proponen el uso del barbijo como una "variolización" preventiva de una enfermedad grave por coronavirus. La variolización consiste en usar un germen poco agresivo para evitar una enfermedad que sí lo es. Usar los barbijos (que ya suman una enorme variedad de formas y colores) no cambia ciertamente a los virus que nos atacan en su naturaleza, pero hacen que la cantidad que ingresen en nuestro organismo sea menor y que el mismo no se vea abrumado por una cantidad tal, que nuestro sistema de defensas se desplome.

Citan que algo similar ocurre con el sida, donde la cantidad de virus inoculados guarda relación con la severidad de la enfermedad y visto lo ocurrido recientemente en algunos cruceros marítimos, en uno de los cuales el uso del barbijo llevó a una infección asintomática al 81% de los pasajeros, o lo que se demostró en obreros de un frigorífico donde se usaba el barbijo, de 500 empleados que enfermaron el 95% fueron asintomáticos y sólo el 55 tuvieron síntomas pero muy leves. Es decir, estimados e improbables lectores: si usamos barbijos es casi como si hubiéramos recibido una muy buena vacuna, de bajo costo, sin cadena de frío indispensable, y sin hacer colas. Tenemos el ejemplo de nuestros gobernantes que no dejan los barbijos ni en comidas de camaradería y este ejemplo es invalorable. Hubiera sido interesante un estudio sobre cuánto y cómo usaban el barbijo los que enfermaron entre nosotros, uso que en las calles es casi unánime.

La variolización es una técnica de profilaxis o sea protección de enfermedades. La viruela fue durante siglos una peste terrible. Llegaba a afectar hasta el 60% de la población y el 20% moría. Para prevenirse algunos pueblos, en la India por ejemplo, contagiaban a los niños con las ropas de los enfermos y lograban así una enfermedad atenuada. También se hacían pequeños cortes en la piel y sobre ellas dejaba caer algo del pus tomado de algún enfermo. Fue la esposa del embajador inglés en Constantinopla, Lady Mary Montagu(1689-1762) quien introdujo esta técnica en Europa. De la embajadora se disfrutan hoy sus cartas, pero en una que escribiera a una amiga se lee: "Existe un grupo de mujeres ancianas especializadas en esta operación. Cada otoño, en el mes de septiembre, cuando el calor se apacigua, las personas se consultan unas a otras para saber quién de ellas está dispuesta a tener viruelas". De regreso a Inglaterra trató de imponer el método en la corte, llegó a vacunar a los reyes de Nápoles, e incluso Luis XV de Francia conversó con ella; pero no parece haber seguido su consejo, pues moriría por la viruela.

Voltaire fue un gran propulsor de esta prevención. En 1768 un médico inglés, John Fewster, notó que aquellos que enfermaban de la viruela de las vacas eran resistentes a enfermar de la viruela común. En 1796 Edward Jenner, un médico y naturalista inglés, inoculó a un niño de 8 años, James Phipps, con el pus que tomó de una ordeñadora enferma por la viruela de las vacas. Salvo algo de fiebre, el niño toleró bien el procedimiento y no enfermó cuando se lo desafió con material tomado de enfermos de viruela. Jenner hizo la prueba con otros 22 enfermos con igual éxito pero su técnica tardó en ser oficialmente aceptada. Esto se logró recién en 1840. Ya antes Napoleón había vacunado sus tropas y liberó prisioneros egipcios a su pedido: "Nada se puede negar a tan gran sabio".

Cuando leemos esta historia no nos detenemos a pensar en las tribulaciones y aún las angustias que asolaron a Jenner cuando ensayaba su método:... ¿y si James enfermaba grave, si moría? Y esto con otros 22 ensayos. Seguro que tuvo sus noches de insomnio. Edward Jenner (1749-1823) hijo de un pastor protestante fue no sólo médico, sino también un destacado naturalista (cosa que probablemente todo verdadero médico lo sea).Trabajó primero con los globos aerostáticos, publicó sus observaciones sobre el modo en que los polluelos de los cucús arrojaban del nido a otros pichones ocupando su lugar, inclusive adquiriendo una depresión en sus lomos que favorecen a sus padres postizos empollar en él, estudió la angina de pecho: "Cuánto debe sufrir el corazón por las arterias coronarias incapaces de cumplir su función". Fue nombrado médico del Rey. En 1798 publicó su "Investigación sobre el virus de la viruela vacuna". Su último trabajo es de 1823: "Observaciones sobre la migración de las aves".

Y pudo saber de la expedición de Balmis. ¿Y qué es esto? La expedición de Balmis (1803-1806) fue la primera campaña mundial de vacunación que se realizó. Reinaba en España Carlos lV y una de sus hijas murió por viruela. Francisco Javier Balmis(1753-1819) médico cirujano, que había tenido experiencia en Méjico, convenció al rey de hacer una campaña internacional de vacunación. Zarpó así del puerto de La Coruña, la expedición a su mando que llevaba 22 niños menores de 10 años, que no habían sufrido viruela previamente. Habían sido elegidos de un asilo de expósitos y se acordó que "serían tratados, mantenidos y educados hasta que tengan recuperación o destino con que vivir conforme a su clase y devueltos a los pueblos de su naturaleza, los que hubieren sido sacados de esa condición". Los niños fueron inoculados con pus de a dos por vez cada 10 días, cosa de llevar el virus vivo a América (donde no existían la viruela de las vacas).No hubo cadena de frío sino cadena de niños, a los que una inoculación periódica hacía posible llevar el virus a los confines del mundo. La expedición llegó a Puerto Rico y de allí a Méjico, Tejas, Venezuela, Filipinas y China. Hubo expediciones secundarias que recorrieron los puertos sudamericanos del Pacífico, ninguna llegó a Brasil ni al Plata. Tuvo 22 enfermos la lista de Jenner, 22 niños los elegidos para la expedición... ¿Casualidad, cábala, error? Ninguno de los niños volvió a España.

Jenner conoció la expedición y escribió que nunca “imaginé que la historia iba a mostrar un ejemplo tan noble de filantropía y tan extendido como éste". Y también escribió que no le importaban agradecimientos personales pero que no entendía cómo no se agradecía a Dios que hubiera permitido su trabajo. ¿Qué agradecieran a los niños de la expedición Balmis? Otros tiempos. No supe de misas ni procesiones pidiendo el fin de la pandemia. Tampoco de misas en acción de gracias por los recuperados. Las enfermedades no son ya castigos divinos; y no sabemos que agradecen los enfermos o sus familias, si lo hacen algo. Ni si agradecen los sanos.