Editorial

La cosa no pasa por el VAR

Estamos convencidos que muchos de nuestros lectores saben más del VAR -ese engendro que en los últimos tiempos ha dado tanto que hablar- que la confusa e incompleta idea que del mismo teníamos en nuestro caso. Una ignorancia que estamos seguros es a la vez compartida, casi con seguridad, por la mayoría de nosotros.

Dado lo cual, para ocuparnos del VAR desde una perspectiva más amplia que la meramente deportiva, nos hemos visto obligados a recurrir a diversas fuentes, entre las cuales se encuentra nada menos que la misma FIFA.

Es por eso que nos hemos enterado, que en principio el VAR, no es otra cosa que una sigla. Una de esas tantas, que en la actualidad sirven para todo, inclusive para darle un nombre que suena a aséptico -por no decirnos nada- de asociaciones de fines poco amigables.

De allí que estuvimos a punto de asombrarnos cuando nos enteramos que con esa palabreja se hacía referencia a lo que en inglés se designa como Video Assistant Referee. Con esa información, al menos en el caso del fútbol –nuestro interés no llegó más lejos- no es otra cosa que un “árbitro asistente de video”. Dicho de otro modo, se trata de un “video-arbitraje”, entendiéndose por tal a “un sistema de asistencia arbitral cuyo objetivo es evitar flagrantes errores humanos que condicionen el resultado de los partidos”.

Así también pudimos enterarnos cómo es el funcionamiento del sistema. El que consiste en que “durante el partido, uno o varios jueces de video están dentro de una sala de realización, observan la señal de televisión y tienen acceso a la repetición de las jugadas. El árbitro principal está comunicado con el VAR a través de un auricular. Si se produce una acción polémica, los jueces la revisan e informan al árbitro para que tome la decisión final. La revisión está limitada a cuatro casos con el juego interrumpido: goles, penaltis, expulsiones directas y confusión de identidad (signifique esta última lo que signifique).

Llegado a este punto, no estamos seguros que sea de interés indicar que “la International Football Association Board (IFAB), organismo encargado de definir las reglas del fútbol a nivel mundial, había aprobado el uso del árbitro asistente de video (VAR) en marzo de 2016” y que el primer torneo de importancia en el que se lo utilizó, y su adopción definitiva a nivel internacional lo fue en el Mundial de Brasil en la Copa Mundial de Clubes de la FIFA 2016. Mientras que su consagración definitiva en el orden internacional, fue su utilización en la Copa Mundial de Fútbol de 2018.

De donde como se vería, como en tantos casos, nos subimos al tren mucho más tarde, aunque con nuestro “avispamiento” habitual para hacer trampas hasta con los mejores instrumentos de los concebidos con las mejores intenciones, no tardamos mucho en que se volvieran válidas las dos principales críticas que de entrada no más acompañaron a la introducción del sistema.

Es que sus defensores, los que se impusieron al momento de decidir su aplicación, mantienen vigente las críticas al mismo, centradas en la circunstancia de considerar que un mal uso del mismo podía generar dudas y romper el ritmo de juego. Algo del que “aconteceres” en algunos de los partidos de fútbol, en torneos organizados por la AFA, se dice que podrían haber servido para darles a esos críticos sobrada razón.

De ser así, nos llevaría al extremo de coincidir con el dicho según el cual, quienes hemos nacido y criados en esta tierra, “somos capaces de hacer trampa aun jugando al solitario”. Pero esa negativa no puede dejar de reconocer, que muchas veces con nuestros comportamientos vendríamos a confirmar aquello de que “el camino del infierno está empedrado con las mejores intenciones”.

Es que resulta claro que decisiones razonables que al adoptarse se lo hace con un propósito de bien público irrefutable, las vemos desvirtuadas y desnaturalizadas en el momento de aplicación. Un ejemplo sobresaliente de ello lo tenemos en el caso del Consejo de la Magistratura de la Nación, el cual al momento de su creación fue concebido con la intención de jerarquizar el Poder Judicial, con la selección de postulantes a la Magistratura, merecedores de llevar el título de jueces. Al que hasta hace muy poco, se lo vio convertido en un reñidero, del que salían postulaciones, en las que no resultaba excepcional que no fueran los elegidos merecedores de ser tenidos por magistrados, y no como meros empleados. Dicho todo esto sin ser nuestra intención ni desmerecer, ni faltarle el respeto que pueden también ostentar con orgullo los que se comportan plenamente como tales.

Como moraleja cabría decir que es en apariencia fácil deshacerse de culpas y errores atribuyéndolos a mecanismos, instrumentos y sistemas, cuando ellos son nuestra responsabilidad, hasta llegar el momento de pagar el costo individual y colectivo por así hacerlo.