A 37 años de la guerra

La solitaria escuela, entre quintas cítricas y a la vera del lago, que rinde homenaje a un héroe de Malvinas

La Escuela 52 "Jorge Armando Gruber".

Su nombre está grabado por siempre en la Escuela Provincial Nº52 ubicada en el paraje Salto Grande, del Departamento Gualeguaycito, Federación. ¿Qué tiene de especial recordar a esa escuela, hoy sin matrícula y con sus puertas cerradas, este 2 de abril? ¿Por qué en el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas vale ubicarse imaginariamente entre sus paredes?

Porque desde el 21 de mayo de 1999, la Escuela Nº52 dejó de llamarse “Benjamín Franklin” para denominarse de un modo más criollo, más cercano a los habitantes entrerrianos de la región de Salto Grande: “Jorge Armando Gruber”, uno de los héroes de la gesta argentina en las islas del sur.

Algunas hojas no cubren el cartel que indica que ahí funciona una escuela, a orillas del lago.

El ayudante mayor, nacido en Misiones, prestó servicios en Prefectura Salto Grande hasta su fallecimiento a los 52 años, en 2008, en Concordia. Allí estaba radicado junto a su familia, luego de que en 1982 intervino en el conflicto de las Islas Malvinas como integrante de la tripulación del Guardacostas PNA “GC-83” “Río Iguazú”.

El nombre de Gruber, que mientras estuvo en Entre Ríos fue el timonel del Guardacostas PNA GC-49 "Rémora", fue propuesto en reconocimiento a su actuación por directora de la escuela, María Ofelia Fernández. La aprobación llegó por Resolución Nº 2987/1998 del Consejo General de Educación de Entre Ríos.

Así luce la fachada de la ex escuela "Franklin", rebautizada en 1999 con el nombre del que estuvo en Malvinas.

El establecimiento educativo, apadrinado por la Prefectura Salto Grande, se encuentra emplazado a la altura del kilómetro 355,2 del río Uruguay (Embalse Salto Grande). Es una zona rodeada de quintas cítricas desde donde provenían los niños que iban a clases. Actualmente, sin matrícula, permanece de puertas cerradas.

¿Por qué el veterano Gruber?
El ayudante, a bordo de “Rémora”, era uno de los que frecuentemente visitaba la escuela en acciones de apadrinamiento o colaboración con ese inhóspito paraje. Así se fue ganando el afecto de la comunidad educativa que fue descubriendo la historia detrás de ese uniformado.

Aquí Gruber (de gorro, atrás) con otros integrantes de PNA Salto Grande, de visita en la escuela.

“La verdad es que todo quedó al pelo; así que, cuando nos ordenaron zarpar, pusimos proa al sur sin dudar”, recordó el entrerriano por adopción en el relato atesorado en el libro que recuerda la actuación Prefectura en Malvinas.

Durante el conflicto bélico, iniciado hace 37 años, Gruber fue tripulante del guardacostas PNA “GC-83” “Río Iguazú”. “En patrullaje formábamos un buen equipo, porque hay que pensar que éramos los más antiguos y tratábamos de volcar nuestra experiencia en los muchachos jóvenes”, recordó años después.

Su experiencia previa, en aguas marinas, había sido en Alemania. Así lo recordó el suboficial: “cuando estuve en Alemania (en los Astilleros) hice muchas navegaciones entrando y saliendo del puerto de Hamburgo, por el Mar del Norte, donde no era tan bravo como nuestro Sur. Porque una cosa es escorar allá y otra muy diferente es con los pestos del Atlántico”, comparó.

Luego de pasar por Puerto Deseado, Gruber recordó cómo siguió esa travesía sureña a bordo de una embarcación diseñada para navegar por aguas dulces y con clima cálido. Nada de eso hubo allá. Sí, mucho frío y soledad. “Contamos con el apoyo aéreo de nuestros muchachos de Aviación hasta un determinado punto, en razón de la propia capacidad de sus tanques de combustible. A partir de ahí, seguimos solos”, continuó.

“Cuando hicimos el cruce y arribamos a Puerto Argentino sentimos orgullo”, dijo luego el veterano de Guerra que le dio nombre a la escuela del Departamento Federación. “Por eso, por lo menos desde mi punto de vista, me molestó cuando algunos desconfiaron de nosotros creyendo que no era verdad que cruzamos del Continente a la isla a palo y palo”, mencionó en alusión a la ignorancia y el silencio que los envolvió a su regreso.

¿Cuál fue su rol y el de la tripulación del “Río Iguazú” en suelo malvinense? “En Malvinas tuvimos que cumplir con innumerables tareas, buena parte de ellas tenías que ver con la actividad propia de nuestra institución y otras quedaban ligadas a la situación bélica que se vivía”, contó.

Admitió, en aquel relato, que “nos preocupaba la indefensión de nuestro Guardacostas y de nosotros mismos. Sabía que el Capitán y los jefes pedían armamentos para protegernos, pero no aparecía nada”, lamentó y agregó: “esta cuestión nos tenía intranquilos, máxime cuando la presión inglesa empezaba a sentirse”.

“Lo realmente complicado pasaba cuando teníamos que salir de noche a avistar a los buques ingleses y quedábamos entre dos fuegos, porque nuestra artillería si te veía navegando en la bahía, por ejemplo, y no te reconocía como fuerza propia, te disparaba sin asco”, reveló.

La desolación, el clima hostil, la falta de recursos, la cada vez más creciente sensación de que los ingleses responderían se empezaba a sentir cada vez más. Y el hambre también. “Hay muchas formas de mantener la moral con firmeza”, reflexionó. Y una de ellas era comiendo. “Haciendo memoria de cuando veía a mi vieja amasando en la chacra, me animé a hacer pan casero que horneaba, a falta de un buen horno de barro misionero, en un grill chiquito que teníamos a bordo”.

Los días fueron pasando, hasta que el 22 de mayo por la mañana zarparon a Puerto Darwin. “A Malvinas fuimos sin preparación de guerra”, confesó y pasó a contar: “con los cañones también embarcaron los soldaditos, que aún hoy creo que tuvieron un Dios aparte porque ellos viajaban todos apretados. Si los ingleses nos metían un cohetazo en la proa, hoy no estaría contando esto pero nos salvamos por la pericia y la intuición del Capitán que pegó todo a estribor y el Guardacostas recibió el impacto en popa”, destacó. Se quedaron sin el “Río Iguazú”.

El guardacostas "Río Iguazú", encallado en la Bahía de Choiseul después del ataque de los aviones ingleses.

Ese momento, la vida estuvo de su lado. “Los soldaditos no quería salir, en cambio nosotros no queríamos permanecer dentro del buque porque las probabilidades de supervivencia son mayores afuera que adentro, en esas circunstancias”, aclaró y completó: “el ataque inglés no me asustó. Sí me impactó ver a Benítez, Baccaro y Bengoechea heridos y la cubierta del Guardacostas ensagrentada”.

“Recuerdo que el Capitán me dijo que pidiera más hombres y yo le respondí que para inútiles estamos nosotros”, dijo y explico: “quiero decir que éramos amigos y, cuando uno aflojaba, ahí estaba el otro para cubrirlo”. También mencionó lo que en esas circunstancias les dijo el subprefecto Olmedo: “muchachos si no nos morimos hoy, no nos morimos nunca”.

See Harrier, el nombre de los aviones ingleses que lo atacaron aquel 22 de mayo. No lo olvidó más. “Escuché que me gritaban: tirate, tirate y yo me tiré. Recuerdo que el agua estaba cristalina y ahí me perdí. El enfermero iba de un lado a otro así que ayudé dándole suero a Baccaro, buscándoles las esquirlas con una pinza de depilar pero Benítez tenía heridas terribles porque el cohete lo impactó”, lamentó.

Finalmente fueron rescatados por la Fuerza Aérea. Era el comienzo del fin de esa guerra que no debió serlo nunca. Gruber y los otros sobrevivientes fueron llevados a Puerto Darwin, “donde un piloto nos ubicó en una carpintería donde pudimos secar la ropa”, contó en clara demostración de la precariedad con la que permanecían ahí. Por último, fueron llevados a un hipódromo mientras que el personal de Fuerza Aérea siguió camino a Puerto Argentino donde muchos de ellos terminaron muriendo.

“Ordenada la rendición, los ingleses conducían a los heridos a un containero. Al mismo tiempo, la Armada nos ordenó esperar. A todo esto, los ingleses abordaron el guardacostas y luego de saludarnos nos ordenaron dejar las armas”, precisó y mostró la organización y planificación inglesa: “esta gente sabía perfectamente las funciones de Prefectura: tal es así que el oficial a cargo nos dijo: ustedes no deben hacer estas cosas”.

De Malvinas a Comodoro Rivadavia y de ahí a Ezeiza y Aeroparque. Pero ahí no terminó el camino para Jorge. Después llegó María Marcela, su esposa, y también sus seis hijos. Y llegó el reconocimiento que recibió aún en vida: la escuela del Paraje Salto Grande lleva su nombre ya así le rinde tributo a él y los suyos, héroes inmortales de una guerra atroz.

Los primeros 50 años, ya con el nombre del ex combatiente grabado en la placa.

Él fue agradecido, en los años posteriores a ese momento que lo marcó para siempre. Así decía a la Prefectura cómo eran sus días: "yo no me puedo quejar. Ando bien, me gusta lo que hago, estoy bien calificado. Estoy feliz de que el Círculo de Suboficiales se preocupe por nosotros, nos atienda y siempre nos lleva una palabra de aliento".

Aquella foto: Jorge Gruber (primero de uniforme a la derecha) con sus compañeros en la escuela que luce su nombre.



Fuente: El Entre Ríos.