Educación

Ni ciencia ni convicción: el termómetro dice si se vuelve a las aulas

Las restricciones y los confinamientos aún forman parte de la vida cotidiana de casi todo el mundo. Pareciera que ni los avances en la vacunación alientan a los dirigentes a derogar decretos o decisiones que demostraron ser poco efectivos a la hora de frenar el virus. Aun así, ha habido cambios en lo que se considera esencial.

A la pandemia del coronavirus se la trató de combatir de diferentes maneras. Algunos gobiernos, gracias a que contaban con facultades extraordinarias, pudieron frenar el avance en los contagios derogando la mayoría de las libertades de los ciudadanos. Otros recomendaban continuar con la vida normal a pesar del coronavirus. Están y estaban también los que desestimaron las supuestas consecuencias del virus y los que negaban el virus, los que propusieron la inmunidad de rebaño para los ciudadanos que no son de riesgo y los que creyeron que lo mejor eran los confinamientos ordenados con aperturas o cierres progresivos.

Ahora bien, buena parte del mundo entendió que, en una hipotética reedición del encierro, es esencial que los alumnos vuelvan a las aulas. En Francia, España, Dinamarca o Israel, por dar algunos ejemplos, notaron que una de las actividades primordiales era la presencialidad de los estudiantes en los centros de aprendizaje. ¿Quiere decir esto que las escuelas no volvieron a cerrar? ¿O que volvieron como si nada hubiese pasado? No necesariamente. Se priorizaron las escuelas o los jardines de infantes a la hora de decidir qué lugar abrir y cual mantener cerrado o con funcionamiento virtual.

Hasta hoy, los entusiastas de las cuarentenas prefieren escuchar a selectos comités de expertos, que, ante la duda, siempre optan por la prohibición. Eso sí, poco se atendieron los riesgos que conlleva la educación a distancia por tiempo indeterminado. Tanto en países desarrollados como en los subdesarrollados, los problemas pasan por la falta de sociabilización, la incapacidad para practicar ciertas actividades que solo pueden hacerse en las escuelas y otros riesgos pedagógicos, vinculados al aprendizaje. Todo esto empeora en países donde la educación pública y privada son más precarias: la deserción aumentó de manera significativa, hay un atraso contundente en los estudios, se aprende menos y la desmotivación aumenta frente a las hostilidades provocadas por todos los sucesos inéditos que se viven en estos tiempos.

La vuelta a las aulas ha dado que hablar en todas las latitudes. En Argentina, la disputa en torno a este problema fue de naturaleza pura y exclusivamente política. Para entender los cambios en la visión de los gobiernos (nacional y subnacionales), es necesario comprender que estos se guiaron siempre por el termómetro social.

El haberle cedido demasiado poder de decisión a las autoridades en marzo del año pasado fue un error (vaticinado por pocos). Ahora bien, fue la desesperación ciudadana la que permitió esto. “SuperAlberto”. “Al virus lo frenamos entre todos”. Las tomas de decisiones consensuadas entre gobernadores, Presidente e intendentes. Las tapas de los medios y las encuestas decían que la gente estaba dispuesta a confiar su vida a los funcionarios, al comité de infectólogos y a la lluvia de controles. Durante mucho tiempo, oponerse al confinamiento total era motivo suficiente para ser acusado, por la gran mayoría, de irresponsable, de egoísta y hasta de asesino. Durante mucho tiempo, estuvo de moda ser vigilante, retar a una anciana que tomaba sol, a los que salían a correr o poner barricadas en las entradas de las ciudades, entre otras cosas.

La mezcla de poder -por encima de las barreras constitucionales- e imagen positiva era ideal para los fundamentalistas del PowerPoint. Con el tiempo, eso se diluyó, lógicamente. El hartazgo general, los avances en el conocimiento del virus (capacidad de contagio, medios de contagio, letalidad, etc.), el derrumbe económico, las muertes derivadas de la dictadura sanitaria (Luis Espinoza, Abigail Jiménez y tantos más que no debemos olvidar) fueron deteriorando el enamoramiento con la cuarentena.

En todo este tiempo, ¿Qué estuvo bien y qué estuvo mal? ¿Las marchas opositoras, las fiestas, los runners, los restaurantes clandestinos y tantos más, son focos de contagio y el reflejo de chetos y gorilas irresponsables e insensibles,? ¿El velorio del Diego, el 17 de Octubre, las marchas durante la votación que culminó en la legalización del aborto, los mítines de la nomenklatura de la Patria Grande son necesarias, inevitables y no contagian? En resumidas cuentas: está bien lo que el gobierno diga que está bien y está mal lo que crea que está mal. ¿Y cómo definen si algo está bien o mal? Hoy más que nunca, sabiendo que nos encontramos en un año electoral que puede determinar la unidad del frente oficialista, lo que importa es lo que digan las encuestas, los informes de los servicios de inteligencia y el termómetro social.

Es esencial comprender el modus operandi de los que tienen el poder de decidir si hay educación presencial, seria o no. Hasta hace unos meses, pocos advertían sobre las falencias de la virtualidad. Entre que se decía que las escuelas eran focos de contagio, la presión sindical para no retornar a las aulas y la inoperancia de los funcionarios que debían encargarse de pensar como hacer para volver, era imposible.

Pero no es lo único: en julio del año pasado advertíamos que el gran problema para volver a las aulas es que no había quién representara a los más jóvenes en esta cuestión. No había como combatir frente a los predicadores de la virtualidad o de la pereza si la mayoría de la población no tenía en mente o no le daba la suficiente importancia al problema. La falta de presión social, la poca importancia que le daba la gente a la educación en sí y la invisibilidad de las secuelas no obligaban a nadie a pensar en que las escuelas debían abrir.

Todo eso cambió. Los adultos se organizaron luego de observar los efectos provocados en los estudiantes y los más pequeños a lo largo del año, luego de aprender que los más chicos son los que menos se contagian y los que menos contagian, y luego de ver que la política sanitaria era de decoración y para justificar medidas insólitas. Padres Organizados, A Las Aulas, por dar algunos nombres, y tantas otras solicitadas y peticiones comenzaron a hablar en nombre de los alumnos, que también tuvieron la oportunidad de manifestarse frente al Ministerio de Educación.

La movilización ciudadana arrancó siendo repudiada por muchos, desde el gobierno y los mismas agrupaciones que dicen representar a los profesores y maestros, hasta los militantes, científicos y notables que apoyan a la actual gestión. Con el tiempo, las encuestas, los análisis, demostraron que el sentido común empezó a prevalecer en esta temática, haciendo que muchos y muchas que antes no le daban importancia a la cuestión, pasaran a pedir que abrieran las aulas. El éxito de los padres, desesperados por que sus hijos tengan una formación educativa, cívica y social como corresponde concluyó en el pedido del expresidente, Mauricio Macri, que se sumó a esta petición.

¿Es Macri un héroe? Para nada. Pero fue otro ingrediente más, a la hora de acompañar al creciente malestar social, para que el gobierno mismo se viera obligado a decir que habrá clases presenciales en 2021. El punto es que no quieren ceder en este tema y menos aún que les juegue en contra de cara a las elecciones legislativas del mes de octubre. Esto explica los cambios radicales en los últimos días: verán, el mismo Frente de Todos salió a explicar en redes sociales que la presencialidad es esencial (recién ahora se les ocurre), los militantes y funcionarios del gobierno salieron a apoyar la decisión diciendo que era lógica (antes decían que era una locura) y los gremialistas, que aceptaron que no haya aumento salarial y que recién ahora piden condiciones sanitarias aceptables en las aulas, se mantienen pasivos.

La vuelta a las aulas, tan importante y necesaria aquí y en todo el planeta, tan importante para todos los métodos de combate contra el virus, cayó en la trampa política de la Argentina. Hoy, los alumnos festejan y sus padres festejan una victoria importantísima, pero mañana deberán estar atentos frente a los cambios, si es que llegan a haber alguno, en el termómetro social con respecto al tema. En Argentina no hay ciencia ni tampoco convicciones. Las medidas no son sanitarias, son políticas y solo el clamor popular dirá qué se puede hacer y qué no.