Hojas al viento

Organoides, una luz que se enciende

Los biólogos han trabajado durante años cultivando células de distintos tejidos, animales y humanas, así como antes y ahora cultivan bacterias.

En un medio nutricio adecuado crecen como un papel celofán sobre un vidrio. Esto ocurre lógicamente en dos direcciones, largo y ancho. Pero un momento se indujo a que crecieran también en alto -tercera dimensión- formando algo parecido a un cubo: un cuadradito de algo parecido a la carne o a un trozo de un tallo de malvón. Ciertamente faltaban cosas para que la similitud fuera total: vasos para la circulación y nervios. Pero era un comienzo. Se logró un remedo de un órgano en miniatura y se los llamó organoides.

¡Cómo se esperó en que esto pudiera ayudar sobre el desarrollo de órganos y tejidos de los seres vivos! Un paso adelante fue la posibilidad de lograr organoides no con células ya diferenciadas como de hígado o riñón, sino de esas maravillosas células madres: estas muy primitivas en su aspecto, pero capaces, según los estímulos aplicados, de convertirse en células de cualquier tejido.

Así un día normal de noviembre de 2011, primavera en Viena, Madelaine Lancaster descubrió que uno de sus organoides había desarrollado algo similar a un mínimo cerebro. Durante semanas había tratado que las células madre tomadas de embriones se agruparan formando pequeñas rosetas de neuronas capaces de tomar el camino de diferentes tipos de neuronas. Pero, por algún motivo, estas rosetas se negaban a pegarse al fondo de los tubos de ensayo y flotaban en el líquido como pequeñas esferas lechosas. Y vio en una de esas esferas un mancha. Con el microscopio, asumo yo que con cierto terror, vio que esa mancha correspondía a las células obscuras de la retina, indudable porción de cerebro en desarrollo.

Siguiendo trabajos de investigadores japoneses del 2008 con otros métodos y substancias fueron capaces de desarrollar estructuras semejantes a intestino, riñón, próstata, estómago y mama. Ahora, tengamos un entusiasmo moderado, esos organoides son pequeñísimos. El más grande de los organoides minicerebro mide 4 milímetros de diámetro, y cuenta con 2 a 3 millones de neuronas, cuando un cerebro normal tiene un volumen de 1350 centímetros cúbicos y 86 billones de neuronas.

Los organoides solo semejan en estructura y función a los órganos humanos, pero arrojan luz sobre el desarrollo y función de los mismos, averiguar cuáles son los fármacos eventualmente tóxicos para ellos y así en nosotros, limitando enormes estudios que deben hacerse cuando se ensaya una nueva droga; servirán como modelos de distintas enfermedades y para ser trasplantados. Podemos concebir organoides de páncreas para la diabetes, o de hígado en la insuficiencia hepática.

Si bien los organoides no tienen la complejidad de los órganos de los cuales son tomados, la complejidad de los primeros va en aumento. Aquellos tomados del cerebro son sensibles a la luz. Muchos son originados del sistema nervioso de pacientes sometidos a operaciones y quizá se mantengan vivos cuando el dador ha muerto.
Adivino un nuevo capítulo de ética.

Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)