Desde el campanario

¿Una golondrina que significa verano?

Mi abuela cantaba una antigua tonada, que decía “yo no soy buena moza, ni lo quiero ser, porque las buenas mozas se echan a perder”. Sabias palabras las de la copla, aunque no se trata de caer en el error de generalizar.

De cualquier manera, esa letra me empezó a hacer “runrunes” en la cabeza, cuando me puse a pensar en el trabajo insalubre que tienen los economistas cuando están ocupando cargos ministeriales. Que quede bien en claro, cuando tienen que tomar y hacer ejecutar medidas propias de su “métier” -qué palabra vistosa me salió, Dios mío-, porque desde la tribuna son todos ellos Maradona. Como me pasa a mí cuando me enojo con Gallardo y mi tío con las burradas con las que, vuelta tras vuelta, viene a embarrar la cancha el mellizo.

Es que a veces cuando miro todo lo que hemos pasado, lo que estamos pasando y que Dios quiera que algún día deje de pasarnos, se me cruza por la cabeza otro pensamiento. Aclaro que eso de que se me crucen pensamientos en la cabeza no es ninguna novedad, porque ya he dicho que siempre pienso mucho y no me canso de pensar.

Y fue así como se me ocurrió que ser un economista en funciones de gobierno entre nosotros, es como ser la maestra de una treintena de chicos mal criados, hiperactivos, mañosos, moquientos y todo lo que a uno se le ocurra imaginar. Pero no solo eso, porque hay mucho más, ya que no se puede dejar de tener presente a esa sarta de madres in-bancables, que se han mostrado nulas al momento de criar bien a sus hijos.

Porque ni el mejor de los economistas del mundo, en el caso de que uno de esa calidad no salga disparando cuando le ofrecen el ministerio, puede hacer su trabajo en un país donde a los hombres -no me olvido de las mujeres, aunque ellas por lo general son más responsables- se los ve portarse mal como esos chicos del jardín de infantes, cuando no puede dejar de advertirse como le buscan la vuelta para no cumplir con sus deberes, cuando al que no se lo observa mirándose el ombligo, no es casualidad que esté rascándose para adentro.

Es por eso que me pareció de no creer cuando me anoticié que a una petrolera de las que hay en nuestro país, una de mucha acción, que le dicen de una forma embarullada, se la vio que “bajaba” -sí, bajaba- el precio de los combustibles que vendía en sus estaciones de servicio, porque se había producido una baja en el mercado mundial del crudo. Y que otra empresa del mismo ramo, se disponía a hacer lo mismo.

Por una vez, eso que llaman el mercado de la oferta y la demanda, que tantos vilipendian y tantos idolatran, parece que hubieran empezado a funcionar. Por más que estén los malévolos que digan que lo que pasó realmente es que, como hubo otras empresas que no se habían sumado a los aumentos, se les fugaban los clientes y se dieron cuenta que se les había ido la mano…

Déjenme por una vez mostrarme optimista, y pensar que no se trata de una golondrina de esas que no hacen verano, ni tampoco que aparezca solo como una gran casualidad.

Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)