Editorial

Una ignorante preocupación en materia de seguridad

Se trata de “nuestra” seguridad, en un mundo que para el hombre de a pie y en su vida cotidiana pareciera, día a día, volverse menos amigable. Es que la inseguridad -o sea la falta de aquélla- es una de las tantas, y no siempre positivas, maneras con las que la “posmodernidad” se introduce en el diario vivir de nuestras ciudades y pueblos de provincia, e inclusive en centros semiurbanos de menor dimensión.

Todo lleva a pensar entonces que es la inseguridad -y no su opuesto- la que volvió para quedarse. Y remarcamos eso de “volvió”, porque según dicen quienes presumen de saber de historia, el mundo ha sido siempre, a lo largo de los siglos, persistentemente inseguro. Algo que durante mucho tiempo era inconcebible en nuestros poblados de provincia, de puertas cerradas sin llave y en las que al forastero se lo miraba con curiosidad y no con desconfianza. Ejemplo de lo cual lo tenemos en un vecino de Colón, que medio siglo atrás se paseó por New York y algunas ciudades europeas, empezando por Londres, y volvió asombrado hasta el extremo, consecuencia de haber encontrado en ellas plazas enrejadas -sí, plazas como las nuestras- y que, por si fuera poco, contaban con portones, que puntualmente se cerraban a una hora señalada por la noche y se volvían, como es obvio, a abrir, también puntualmente, a la mañana.

Y la sensación de seguridad resquebrajada debe obligarnos, sobre todo a los que no lo son, a volverse más precavidos. Algo que nos ha llevado a preguntarnos -de ocurrir así y hasta ni siquiera sería necesario anoticiarnos- si en el caso de ciudades como es Colón y otras de la comarca que se amplía a lo largo de nuestro, no siempre valorado -en su inestimable grandeza-, río Uruguay: donde hemos hecho de acoger a visitantes que vienen y van, nuestra forma de vida, nuestra policía de seguridad cuenta con registros en los que incluye diariamente a todos los que hasta aquí llegan y se quedan para pernoctar al menos una noche.

Algo que tiene que ver no solo con hoteles y hospedajes -en los que se supone se lleva el registro de quienes en ellos se alojan, aunque por nuestra parte también ignoramos, si la información que se registra no solo quede a disposición de la fuerza de seguridad, sino que diariamente se la informe- sino también a quienes contratan viviendas en forma transitoria y sus convivientes, así como todos aquellos que levantan sus carpas en los campings y se alojan en ellas. Sin olvidar los amigos de los motorhomes, ya que no solo ellos tienen el derecho de sentirse seguros a nuestro respecto, sino que lo mismo sucede a la inversa. Inclusive, y esto es sin duda mucho más difícil de implementar, pero no del todo imposible, se trataría de que lo mismo suceda con quienes aquí llegan con familia y petates para radicarse entre nosotros, ya que no solo son todos ellos bienvenidos y así debemos demostrárselo, sino que de cualquier manera no estaría demás hacerlo, incluyendo la pesquisa -porque de eso se trata- e inquirir de dónde vienen.

Se podrá decir que ello implicaría mucho papeleo, algo que no es correcto en los tiempos de la “despapelización” en que estamos ingresando y en lo que todo puede ser “digitalizado”. Se trata sí de una complicación: pero no debemos olvidar hasta qué punto una obsesiva sensación de inseguridad ha venido a complicar nuestras vidas. Hasta el extremo de que muchos de los que se levantan y salen de su casa en los grandes centros de población a la mañana, sin que se les atraviese por un instante, al menos, la pregunta si a la tarde lo verán volver sano y salvo.