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El 9 de enero de 1919, un multitudinario cortejo fúnebre por las calles de Buenos Aires se convirtió en una masacre. Fue en medio de la Semana Trágica, los siete días más violentos de la historia de la capital argentina, de los que se cumplen cien años. Fuerzas policiales y militares arremetieron contra los trabajadores en huelga de los talleres Vasena, la empresa metalúrgica más grande de Sudamérica, y aquellos que se solidarizaron con ellos. También se persiguió, torturó y asesinó a decenas de judíos que en ese momento se vincularon a la Revolución rusa. En una semana hubo al menos 700 víctimas mortales, miles de heridos, detenidos y deportados.
Presidencia de Irigoyen y disturbios
Hace un siglo, recién terminada la I Guerra Mundial, Argentina era el país más rico e industrializado del continente. También, el que tenía el movimiento obrero más organizado. La asunción del radical Hipólito Irigoyen en 1916 como el primer presidente elegido por el pueblo argentino -sin voto femenino aún- permitió "que la clase media lograse acceder a ciertos estamentos de poder, aunque el poder lo siguieron manteniendo los oligarcas, y propició la organización de los trabajadores", dice el historiador Horacio Silva. El autor de la investigación “Días rojos, verano negro” destaca que el triunfo bolchevique en Rusia, un año después, tuvo aún una mayor repercusión en el movimiento obrero local, que se volvió más combativo pese a su división entre anarquistas y sindicalistas.

Los 2.500 trabajadores de los talleres metalúrgicos Pedro Vasena e hijos, que desde 1912 era una empresa de capital mayoritario británico, tenían unas pésimas condiciones laborales. "Las jornadas eran de 11 horas y a veces más. Las horas extras no eran recompensadas con ningún salario extra", cuenta el historiador Carlos Macagno en la plaza Martín Fierro, el lugar donde un siglo atrás se levantaba la fábrica en huelga. Macagno, orador del homenaje público por el centenario de la Semana Trágica celebrado este lunes, explica que los empresarios "no toleraban la actividad de representantes de los obreros y el salario, mísero, apenas alcanzaba para pagar la pieza del conventillo y llevar algo de comida a la mesa familiar".

En diciembre de 1918 los obreros de Vasena se declararon en huelga. Exigían una jornada laboral de ocho horas, un incremento salarial y el pago de las horas extras. Alfredo Vasena se negó a recibir el escrito con sus condiciones y a tratar con la delegación sindical. El clima se tensó con el paso de los días. Dos semanas después, los trabajadores bloquearon la salida de materiales del depósito a la fábrica y los dueños convocaron a rompehuelgas, que eran grupos parapoliciales armados.

El 7 de enero de 1919, cuando la medida de fuerza ya superaba el mes, la policía se puso al frente de la represión. Los agentes dispararon sus fusiles contra los trabajadores que se encontraban en la sede del sindicato metalúrgico y mataron a tres de ellos. Otro murió de un sablazo y unos treinta resultaron heridos. Esa matanza fue el inicio de la Semana Trágica. Las centrales obreras se solidarizaron con los trabajadores metalúrgicos y convocaron a una huelga general que paralizó Buenos Aires. El Gobierno de Yrigoyen convocó al Ejército.
El principio del fin
El 9 de enero la ciudad amaneció sin metro ni tranvías y con las fábricas y el puerto detenidos. A las dos de la tarde, desde el local del sindicato, partió un cortejo fúnebre con los ataúdes de los cuatro obreros asesinados. A su paso por la céntrica avenida Corrientes había unas 300.000 personas.

Desde una iglesia se produjeron disparos y los contestaron con piedras y objetos incendiarios. Los huelguistas asaltaron armerías, pero policías y militares los emboscaron en el cementerio de la Chacarita. De detrás de los muros aparecieron uniformados que dispararon contra la multitud. Hubo decenas de muertos.

"No hay cifra oficial ninguna de víctimas, el Gobierno intentaba ocultar estos crímenes", señala Silva, quien asegura que "las estimaciones más conservadoras" hablan de 700 muertos. "Una huelga de una sola fábrica y la brutal represión que la siguió motivó un estallido de furia en toda la ciudad de Buenos Aires que arrastró a la clase media", resume este historiador.

La violencia continuó en los días posteriores. Hubo enfrentamientos en los barrios colindantes a la fábrica metalúrgica y un grupo anarquista intentó dejar a la ciudad sin suministro de agua con un asalto fallido a los depósitos. Integrantes de las familias oligárquicas argentinas crearon una fuerza de choque que se dedicó a saquear negocios judíos y a perseguir a miembros de esa comunidad por considerarlos partidarios de la revolución rusa.
Pesadilla, un episodio trágico
"Detienen a un judío y, después de los primeros golpes, de su boca mana sangre en abundancia. En esta situación, le ordenan cantar el Himno Nacional. No puede hacerlo y lo matan en el mismo lugar", escribió el periodista y escritor judío Pinie Wald en su libro Koshmar, en el que relató las torturas sufridas por él y otros judíos durante esos días. Su testimonio, escrito en yiddish y traducido después como Pesadilla, será reeditado en las próximas semanas.

"Mi padre decía que aprendió dos cosas: hasta dónde una persona puede soportar torturas y hasta dónde una persona puede torturar a otras", dijo Flora Wald, la hija del autor, en el homenaje celebrado en la plaza Martín Fierro.

El conflicto terminó el 14 de enero. Los trabajadores regresaron a la fábrica con sus condiciones satisfechas: reconocimiento de la organización sindical como interlocutor, jornadas de ocho horas, descanso dominical, aumento de sueldo y horas extras remuneradas. "Fue una victoria de los trabajadores", subraya Silva, "pedían cosas elementales que hoy están en la legislación laboral de cualquier país, pero costaron 700 muertos por lo menos".
Fuente: Diario El País de Madrid

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