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Se habla mucho del fuego amigo que viene sufriendo el presidente Alberto Fernández. Como que se le animan todos. Ayer fue el turno de Víctor Hugo Morales, entusiasta defensor del impresentable régimen que gobierna Venezuela y del que cientos de miles de venezolanos viviendo en Argentina pueden dar sus testimonios.

Los fuegos artificiales habían comenzado un par de días atrás, cuando Hebe de Bonafini, cercana a Cristina Kirchner, y en alusión al encuentro -solo una foto de circunstancia- que el presidente había tenido con empresarios durante el festejo del 9 de julio, soltó sin miramientos: “Usted sentó en su mesa a todos los que explotan a nuestros trabajadores y a los que saquearon el país”.

A pocos les preocupó que personajes como De Vido y D Elia adhirieran a sus palabras, pero lo que sí provocó un dejo de incomodidad fue la percepción de que la ex presidenta había dado un apoyo tácito para que Bonafini se despachara como lo hizo. Como quien dice, una marcada de cancha, aun cuando no se llegue a comprender quiénes deberían ser -según Kirchner- los empresarios que acompañen al gobierno en esta desesperada necesidad de generar inversiones y trabajo en la postergada Argentina de la post-pandemia.

Adelmo Gabbi, presidente de la Bolsa de Comercio y veterano de mil batallas, no se achicó y evitó la tan típica actitud de muchos de nuestros empresarios, que ante la provocación suelen mirar para otro lado tratando de evitar a toda costa males mayores. Su respuesta fue simple: “Pagué sueldos siempre, aun en estos días y siempre sin ayuda del estado, y nunca secuestré a nadie”. No se quedó ahí y le mandó también un mensaje al presidente: “Siempre consideré que en un país presidencialista, el que maneja la lapicera es quien gobierna”. Teléfono para Alberto.

Porque no sabe cómo o porque no puede, Alberto Fernández no parece tener el control de la lapicera. Su gobierno pareciera que nunca termina de arrancar, que estuvo siempre vacío de poder y contenido. El kirchnerismo parece hacer con él lo que quiere y para peor de males el presidente tampoco parece tener un plan. Ni económico, ni político, ni nada.

Pero la culpa parece ser no solo suya. El peronismo volvió al poder de la mano de una coalición y de la mano de una premisa que terminó siendo cierta. Con Cristina sola no alcanza, pero sin ella es imposible. Aunaron fuerzas y fueron. Llegaron al poder, lo lotearon, y ahora esta lucha facciosa promete afectarnos no solo a los involucrados sino a todos.

En esta pelea se podrán decir muchas cosas, pero nadie puede cuestionar la vocación de poder del kirchnerismo y de su versión más juvenil, La Cámpora. Lo que sorprende, y de a ratos asusta, es cuán solo lo dejaron a Alberto los otros miembros de su coalición. Esto es, el peronismo tradicional liderado por los gobernadores, particularmente los más poderosos, los de la Región Centro más Tucumán.

Por razones que solo ellos conocen, Schiaretti, Bordet, Perotti, Manzur, aparecen como simples y callados testigos frente a la atropellada del otro gran grupo de la coalición para con el presidente. No salen a apoyarlo y tampoco lo defienden, aun a sabiendas de que sin Alberto ninguno de ellos podría llegar hoy ni siquiera a mitad de mes. El silencio es tan grande que asusta. Y como garantes de la racionalidad y el pragmatismo, sus ruidosas ausencias crean enormes dudas sobre la verdadera capacidad de Argentina para salir del desesperante estado en que se encuentra. Deberían ser ellos los que planten bandera y colaboren con Alberto para que su gestión recupere gobernabilidad, considerando que -y aunque la mayoría piense lo contrario- hoy estamos caminando hacia un nuevo 2001 y no alejándonos de él.
Fuente: El Entre Ríos

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