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Las elecciones primarias del 11 de agosto

No se trata, las que se llevarán a cabo el próximo domingo, de elecciones de verdad, ya que su cometido de acuerdo al régimen legal que en la materia se les asigna es su función de seleccionar candidatos, entre los precandidatos que se proponen por los partidos o coaliciones, de otra cosa que podríamos por ello, considerar como una preselección.

Por Bucéfalo

La que es llevada a cabo, como es sabido, en vistas a la podríamos considerar la elección auténtica, a celebrarse en octubre, de la que saldrán los nominados para ocupar -en nuestro caso- al Presidente de la Nación y su Vice, como así los senadores y diputados nacionales elegidos en nuestra provincia, que se incorporarán al Congreso de la Nación.

Es por eso que es frecuente que quienes con razón critican la costosa y hasta poco útil manera como están en la actualidad implementadas las primarias, más que tenerlas por una suerte de ensayo general, o sea un apronte, la ven como una carísima encuesta totalizadora, ya que no se aplica en ellas el método del muestreo, sino que se les da a la totalidad de los votantes la posibilidad de dar a conocer en forma secreta y fiel sus preferencias.

Nos encontraríamos, utilizando el lenguaje propio de los jugadores de truco, a un orejear las cartas que viene a mostrarlas, si bien es cierto, en mayor medida que un mero orejeo.

En tanto, en el contexto actual que exhibe nuestra sociedad, las primarias a que aludo son más que eso. Y, diríamos, hasta de mayor importancia todavía que las elecciones propiamente dichas que se llevarán a cabo, como ha quedado dicho, en octubre próximo.

Es que por las especialísimas y decisivas circunstancias que conforman nuestro actual contexto las inminentes elecciones primarias se han convertido en un verdadero referéndum o referendo. Entendiéndose por estos términos un procedimiento por el que se someten al voto popular cuestiones de diverso tipo, que van desde leyes a meros actos administrativos. Y lo que ocurre es que con el proceso electoral al que nos estamos refiriendo lo que estamos haciendo, por sobre todo, no es seleccionar candidatos, sino consultando a la ciudadanía, ni más ni menos que el modelo o tipo de sociedad en la que optamos por vivir de aquí en más.

Por su parte, en la manifestación de ese punto de vista, lejos estoy de caer en la exageración de plantear un dilema de proporciones apocalípticas, ni expresar la adhesión a una determinada corriente partidaria. Lo que intento hacer, no es sino venir a señalar un hecho, al que se debe tener presente primero a la hora de decidirse por votar o abstenerse de hacerlo, y después atender a la forma en que se vota, ya que al hacerlo, aunque no sea más que de una manera implícita y por lo tanto encubierta, estamos eligiendo más que personas para ocupar determinados cargos públicos, un pronunciamiento acerca de cuáles son las características de la sociedad en que nos gustaría vivir.

Dicho así en forma potencial, porque es indudable que han de existir pocos entre nosotros, a quienes en mayor o menor grado nos provoca una diversidad de sentimientos, la mayor parte negativos, la forma en que vivimos de una manera creciente desde hace décadas en nuestra sociedad. Todo ello por un cúmulo de razones que, cuando no se las sufre en carne propia, basta con mirar un telenoticioso que no sea de calibre amarillista, para contar con una descripción de aquello a lo que me refiero.

Y debe tenerse en cuenta que lo dicho, lo expreso partiendo del presupuesto que somos personas que amamos a nuestro país, que queremos lo mejor para él y su gente, toda su gente, incluyendo los extranjeros que por haberse radicado aquí se han hermanado. De donde dejo afuera a quienes viven con la esperanza de marcharse a vivir, posiblemente a otra parte.
De lo que se trata a la hora de votar
Pasamos de esa manera a enunciar, sin asignar a la enumeración un orden jerárquico, un listado de puntos a qué atender a la hora de elegir. Con el añadido que los puntos del listado no son independientes entre sí, de manera que el avanzar teniendo a uno de ellos como menta, resultaría estéril de no ocurrir avances parecidos en los demás.

Aclaro que cuando hablo de la opción por un tipo de sociedad, no me estoy refiriendo a las políticas concretas que deben instrumentarse para hacer de la nuestra una sociedad vivible, o sea de las propuestas de gobierno que más que plantear planes y explicarlos, lo que parecen predominar son los ataques personales y los insultos, sino del perfil que en nuestro concepto deben tener quienes dicen actuar en función de determinadas ideas, todas ellas respetables en la media que no signifiquen vulnerar nuestras libertades y derechos básicos.

Es que se nos ocurre que las mejores ideas y los mejores programas y proyectos nada son, si no se los puede ver encarnados en personas que exhiban valores firmes y se muestren ceñidos a determinadas pautas de comportamiento. Y al respecto, cabe hacer una aclaración. Ya que no me estoy haciendo eco de una postura, respetable por cierto, de aquéllos que dando prueba se sentido común afirman que a la hora de votar hay que hacerlo pensando en el hombre (ahora habría que tener presente la existencia de géneros varios), más que en el color político, ya que desgraciadamente no es siempre posible votar por personas que encarnen un proyecto, dado entonces que lo deseable es se dé la coincidencia en esos dos tipos de caracterización.

Viene al caso insertar en este momento, un hecho anecdótico del que acabo de tomar conocimiento, y que si bien no estoy en condiciones de confirmar su existencia, de cualquier manera puede utilizarse como ejemplo. Lo que se me ha contado es del mal hacer del intendente de un importante partido bonaerense, cuya ciudad capital asiste a un explosivo desarrollo inmobiliario, en la que se da la coincidencia que la empresa constructora, con mayor número de obras, es una que resulta sorprendentemente eficaz, al momento de completar y lograr los permisos municipales de obra. Y que, mientras tanto, ese intendente que tiene aspiraciones políticas de alto vuelo, recibe dos departamentos de cada edificio que esa empresa construye.

La pregunta que fluye fácilmente es, si se puede votar honestamente por una persona con esas características personales, independiente de cuales sean las ideas que dice sostener, si lo que se trata de lograr es la construcción de una sociedad vivible por lo amigable.

De esa manera, a la hora de votar se debe hacerlo por candidatos que pertenezcan a agrupaciones a las que se las vea más propensas a respetar la necesaria posibilidad de alternancia en los cargos electivos, y por consiguiente, en el poder. Es que a ese respecto, y en todos los sectores del ámbito público se asiste a una propensión que cabría considerarse generalizada a por parte de nuestra dirigencia tanto política, como empresarial o sindical, a buscar la manera de mantenerse ya sea en el mismo lugar o actuando como un saltimbanqui, siempre al calor del poder.

Se asiste así a una profesionalización de la política, o sea de personas que no han hecho otra cosa que trabajar para el gobierno, no como meros burócratas, sino cumpliendo una suerte de funciones de una indefinida finalidad, ya sea ocupando ininterrumpidamente cargos electivos o entremezclándolos con el desempeño de otro tipo de cargos. Es así que entre nosotros se ha dado el caso de funciones ejercidas en forma vitalicia, como es el caso del gobernador de alguna provincia de nuestro país, o cuando se apela a distintos tipos de enroque. Es por eso que no debe olvidarse que la determinación de mantenerse atornillado al poder, lleva a que por la desesperación de conservarlo se esté dispuesto a pagar cualquier precio. ¿Y acaso no se dan situaciones similares en el caso de sindicalistas y dirigentes deportivos?

También a la hora de votar, se debe saber encontrar, aunque más no sea de una manera intuitiva, la convicción de que se lo hace por alguien capaz de reconocer que ha cometido un error, y reconociéndolo procurar enmendarlo.

Es que como sucede en todos los órdenes de la vida, reconocer un error significa un esfuerzo más que proporcional a la magnitud de la falta, dado lo cual el hacerlo y enmendarlo no solo es una prueba de honradez sino de humildad, virtudes escasas en todo el mundo y en especial en el de la política. Ya que lo frecuente es tratar de disimularlos, a ellos y aún en el caso también frecuente de cosas más graves y peores. Ya sea, como se dice, procurando meterlos debajo de la alfombra, o lo que es peor, intentar vestir el error con una mentira, dado que quienes usan esa metodología, terminan enredados en las contradicciones que incurren en sus tapaderas.

Todos al votar, incluso los propios beneficiarios de ellas, deberían recelar de candidatos a los que ha visto incurrir o que incurren en prácticas clientelares. Se hace aquí presente una de las prácticas más aberrantes que se dan el ámbito de la política, que inclusive no solo llegan a convertir el voto en el objeto de una operación comercial con lo que se lo desnaturaliza, sino que inclusive lleva a convertir al cliente y a su grupo familiar, en un virtual rehén.

Asimismo al votar, deben alejarse de los candidatos que por su comportamiento anterior o por su prédica actual muestran una falta de respeto a la ley, situación vecina a su desprecio.

Exigencia importantísima en estos tiempos de anomia generalizada. Y respetar la ley es comenzar por aplicarla de forma que su interpretación no signifique volverla un acordeón que se estira y se contrae, ni hacer acepción de personas al momento de su aplicación. En suma, que no existan hijos y entenados.

Además es necesario atender a que el candidato a quien se da su voto, se lo vea confiado en sí mismo y que inspire esa certeza a los demás. No se puede dejar de valorar en toda su dimensión esta cualidad, dado el valor de ejemplaridad que hay en ella. Sobre todo en el caso de una sociedad como la nuestra en la que resulta cada vez más generalizada la creencia de que no se puede confiar en nadie. Es que ninguna sociedad puede funcionar si no se encuentra presente la confianza recíproca en las necesarias interacciones que se dan en toda sociedad. Con el agravante que ante esa situación resulta hasta obvio que nosotros, en cuanto sociedad, nos veamos imposibilitados de despertar confianza en otras sociedades, con las consecuencias negativas que ello acarrea.
La mentira omnipresente
No estoy en condiciones de afirmar que la mentira sea la madre de todos los vicios. Tanto en el caso de una persona (no es infrecuente el caso de las personas que se engañan a sí mismas) como en el de la sociedad y específicamente en el ámbito de la política. Pero independientemente de ello, nadie puede negar que en este ámbito estamos cansados de que se nos mienta hasta al hartazgo. Y que de allí nuestro voto debe ser un voto castigo para los mentirosos.

Y a este respecto como cierre de esta nota nada mejor que transcribir un párrafo de un libro de Jonathan Swift (autor de Las andanzas de Gulliver, equivocadamente fue su lectura en una época, recomendada para los niños). Ese librito lleva por título el Arte de la mentira política, y en uno de sus párrafos, imagina una «sociedad de mentirosos» dedicada exclusivamente al engaño político. Para eso es necesario poder contar, ante todo, con una masa de crédulos dispuestos a repetir, difundir, diseminar por doquier las falsas noticias que otros hayan inventado. La función transmisora de los crédulos e ingenuos resulta indispensable, ya «que no hay ningún hombre que con mejor suerte propague una mentira como el que se la cree. Es por eso que si se advierte que alguno de los miembros de la sociedad al soltar una mentira se sonroja, debe ser excluido y declarado incapaz. Se debe hacer de la mentira obligación y producir mentirosos imperturbables, que mienten mejor que respiran: Aunque tampoco es cuestión de exagerar ya que el exceso de celo lleva a los jefes de partido a que se crean sus propias mentiras...
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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