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"¿... dolió?” Le pregunté al vecino que todavía se tocaba la mandíbula insensible. "No -contestó-, todo cambió mucho, ¿te acordás de los tiempos del torno a pedal?" Vaya si me acuerdo y de los ojos fríos que me miraban detrás de gruesos lentes.

Cualquiera que pinta canas sabe que ir al dentista no es lo que era antes. Basta con mirar a los pacientes que salen del consultorio, relajados y a veces sonrientes. Y podemos seguir perdiendo amigos, pero los dientes, se guardan, a veces celosamente.

En un reciente número de "Nature briefing" podemos leer: "los dentistas son gente fascinante, con múltiples destrezas y por naturaleza multidisciplinarios. Estos hombres y mujeres renacentistas de nuestra época deben ser consumados y expertos comunicadores, científicos capaces y adaptables, creadores muy hábiles y artísticos".

Las tecnologías que usan y los tratamientos que emprenden están en continua evolución. Para algunos, los dentistas semejan a los ingenieros de materiales, en su diario trato con caries y prótesis, polímeros, cerámicas, aleaciones.

Los primeros rellenos de caries habrían sido realizados en Eslovaquia, 4500 años antes de Cristo. Los egipcios alrededor de 3000 años AC incrustaban los dientes con piedras preciosas -ignoro si con ellas rellenaban las caries- y los chinos usaban acupuntura para tratar el dolor de muelas tres siglos después. Como toda historia, la historia de la odontología es fascinante.

En 1557, Francisco Martínez del Castillo escribió el primer texto de odontología. Lo tituló "Coloquio breve y compendioso sobre la materia de la dentadura y maravillosa obra de la boca. Con muchos avisos y remedios necesarios. Y orden de cuidar los dientes". Creo que podemos dudar que el coloquio haya sido breve. Y fue el dentista de Luis XIV, Pierre Fouchard, quien creó la ciencia odontológica como tal, uniendo cirujanos y dentistas y desplazando barberos y otros aficionados, allá por el 1600.

"Me gustaría ser valiente, mi dentista me asegura que no lo soy" - Jorge Luis Borges.

La boca, esa maravillosa creadora, es un medio ambiente hostil para los dientes. Permanentemente húmeda (pensemos si tuviéramos humedad permanente en las paredes de nuestra casa), con temperaturas que oscilan entre los 0 y 60°C y donde se ejercen presiones elevadas en el diario masticar. Y está el rol de la acidez y la alcalinidad. El vinagre y los cítricos la acidifican, los caquis vuelven el medio muy alcalino, de ahí esas mucosas como duras y secas que nos queda si el caqui no está maduro. Los dientes no toleran bien las dietas modernas, que tienden a ser ácidas. Y no hablemos de la cantidad de bacterias que allí pululan.

Los materiales que se usan deben ser fuertes a la compresión, flexión y tensión, resistir la corrosión y a la humedad y los cambios de temperatura y acidez. A ellos se suman las exigencias estéticas. Toda restauración debe ser invisible.

Se ha creado la carrera de científico de materiales dentales, que tiene mayores desafíos que la traumatología y la urología. En 2016 el mercado para restauradores dentales fue de 1 billón de dólares y se estima crecerá a razón de un 5% anual.

Agradezcamos que el dolor puede aliviarse: una marea de bienestar nos inunda cuando ello ocurre. Nuestras palabras nunca lo describen bien. Se han desarrollado escalas para valorar la intensidad del dolor de 0 a 10 por ejemplo y listas de palabras para describirlo: punzante, fastidioso, pulsátil, urente, etcétera. Pero creo que tiene razón E. Scarry en su libro "El cuerpo con dolor". "El dolor físico no solamente se resiste al lenguaje sino que lo destruye": solo sabemos que duele y duele.

Referencias Michel Barbour: How to build a better tooth. Nature briefing Junio 2018.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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