Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
1 y 2 de PAMI, en el centro de la escena.
1 y 2 de PAMI, en el centro de la escena.
1 y 2 de PAMI, en el centro de la escena.
Indudablemente en estos tiempos del matrimonio devaluado, en que lo frecuente es precisamente la existencia de parejas, las cuales ya al constituirse, están, en más de una ocasión, potencialmente desensambladas, no queda un lector que no conozca situaciones similares a la del objeto de la pregunta. Quede entonces bien en claro que, en lo que sigue, nos abstenemos de efectuar ningún juicio moral, ya que “en la nueva normalidad” en la que hemos ingresado debemos recordar que la libertad era ya plena, antes inclusive de la emergencia de Milei, dado lo cual no cabe volver a formularlo en la ocasión.

Recordamos, sin embargo, una historia que tiene más de anécdota que de otra cosa, ocurrida en los tiempos que se comenzaba a descuajeringar la “vieja normalidad”. Se trata de una historia -o anécdota, como se quiera llamarla- de la que es protagonista un empleado público que, luego de divorciarse de quien hasta ese momento era su esposa, con el propósito de evitar pasarle alimentos a ella y sus hijos, hizo lo imposible, hasta que lo logró exitosamente, conseguirle otro empleo público, quedando liberado de su obligación, transfiriéndosela al Estado, que en ese tiempo parecía abarcarlo todo. Una situación que ha dejado de ser extraordinaria, con el añadido que ahora buscan, y consiguen hacer lo mismo, parejas que permanecen bien casadas y que no tienen ninguna intención de separarse. En estos casos la explicación es muy conocida. La primera, es “ante todo la familia”. La segunda oscila entre señalar que no se le puede “cortar las alas” al cónyuge desocupado, o sea las aspiraciones vocacionales; y, de no ser así, en casos no del todo excepcionales, que de lo que se trata es estar en su trabajo “rodeado de personas de confianza”. Es lo que en otras épocas se consideraba “nepotismo puro”, un concepto que en la nueva normalidad ha quedado “cancelado”, de una manera tan extensa que poco a poco se ha hecho costumbre buscarle un “rebusque” no solo a la pareja, sino al que lo fuera con anterioridad a ella.

Es por eso que aquí lo importante son las circunstancias colaterales a situaciones de este tipo. Cual es que siendo pareja, tal como alguna vez lo hayamos mencionado desde estas columnas, se dio el caso -y aquí aparecen Luana y Martín- que “al 1 y el 2” de un organismo se les ocurriera tomar vacaciones en forma simultánea. Es como si el último Perón, el que había desposado a “Isabelita” y hecho de ella su vicepresidenta, se le hubiera ocurrido irse de vacaciones de manera simultánea, en momentos en que el presidente de la Cámara de Diputados de la Nación y el presidente provisional del Senado no habían tenido mejor idea que, aprovechando el receso parlamentario, “haber hecho lo propio”, dejando de esa manera al gobierno acéfalo; casi como hubo de ocurrir en la provincia de Buenos Aires, en el año 1820, el día en que se dio el caso de que existieran al mismo tiempo tres gobernadores, algo que no significaba otra cosa que en los hechos no hubiera ninguno. Pero inclusive no es eso lo que en realidad tampoco preocupa sino la manifestación de falta de autoridad en relación a este hecho que dio el presidente Fernández. Es que éste había comenzado “recomendando” a sus funcionarios que se abstuvieran de tomarse vacaciones en tierra extraña. Y, como se sabe, una “recomendación” presidencial, en ese contexto, sino se lo considera una orden es cuando menos una expresión de deseos, a la que habría de ceñirse, como expresión de respeto a quien la formulara. A lo que se agrega el hecho que el mismo presidente consideró en principio “muy serio” lo ocurrido, al imponerse del contenido de la foto delatora, no porque hubiera sido desconocida su recomendación, sino por haber dejado la obra social de los jubilados librada a la deriva. De allí que en un primer momento circuló la versión que “iba a rodar la cabeza de Martín”. Y todo concluyó, como era de esperar, como si no hubiera pasado nada.

Algo que no parecería mal en el caso que las cosas se muestran en principio inmóviles, o sea, detenidas en el tiempo y en el espacio. La cuestión peliaguda es si de la inmovilidad que nunca puede ser extrema, pasemos a algo totalmente diferente.
Fuente: El Entre Ríos

Enviá tu comentario