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Paula Español
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Paula Español, como se sabe y es de temer que cada vez se vea difundir ese conocimiento mucho más, es la secretaria de Comercio Interior del Ministerio de Desarrollo Productivo. Alguien que desempeña un cargo similar al que en su momento, como no se puede dejar de recordar, desempeñó durante años el inefable Guillermo Moreno.

O sea que, como a éste en su momento, a la nombrada le toca lidiar con los precios de los alimentos necesarios para que “nada falte en la mesa de los argentinos”. Tal como lo hemos escuchado en su momento hasta el cansancio, aunque no siempre con la suerte de ver ese objetivo concretado en los hechos, ya que, como es sabido, tanto la suerte como la fortuna dan muestras, ambas, de sus perversas veleidades de volverse esquivas.

En tanto, a recientes declaraciones de la funcionaria, pareciera que fuera posible encontrarles al menos una cualidad común –no es esta la oportunidad de valorar la forma de su ejercicio- con su antecesor del verbo y accionar tremebundos. Cual el ser, a estar a sus palabras, una “persona de temple” sobresaliente.

Ello en cuanto se manifiesta capaz de acometer sin hesitar sino provechosos objetivos, al menos las “ocurrencias” a las que decididamente y de una manera peligrosa pueden convertir en aquéllos.

Dado lo cual, haciendo abstracción de esa supuesta cualidad suya, debe advertirse que no siempre es prudente, y menos aún sensato, el convertir una mera “ocurrencia” en un “objetivo”.

Es lo que pareciera haber sucedido en el caso de Paula España, esta funcionaria que parece no ser del todo consciente que además de contar con “temple”, no se puede dejar de lado la “templanza”.

Ya que si bien el temple es una cualidad virtuosa, en la medida que por él se entiende “capacidad de una persona para enfrentarse con serenidad a situaciones difíciles o peligrosas”, de nada vale el mismo por sí solo, si él no viene acompañado de la “templanza”; la que es otra cualidad y respecto a la otra prioritaria, ya que consiste “en actuar o hablar de forma cautelosa y justa, con sobriedad, con moderación o continencia para evitar daños, dificultades e inconvenientes”.

Existe una declaración de Laura España, que por nuestra parte estimamos que vuelve merecidos tantos circunloquios, ya que la indicada funcionaria, ante el preocupante precio de la carne vacuna en los mostradores, ha puesto de manifiesto que “no nos va a temblar el pulso para cerrar las exportaciones de carne”. Ello al hablar sobre las posibles medidas que se podrían tomar para frenar el aumento de esos precios.

De donde, siguiendo con nuestra línea argumental, habría que señalar, tal como lo hizo una cámara empresarial en una reciente declaración crítica de la política de precios de la actual administración, la gravedad que tiene no advertir que no todo “precio” es una “tarifa”.

Ya que si bien toda tarifa es un precio, en cambio es gravísimo considerar como cierto lo inverso; o sea, caer en el convencimiento erróneo que todo precio es una tarifa.

Es que debe entenderse que “la tarifa es el precio que pagan los usuarios o consumidores de un servicio público al Estado o al concesionario a cambio de la prestación del servicio”, en cuyo caso es admisible su determinación gubernamental, partiendo del presupuesto de su razonabilidad. Mientras tanto, el precio es “la cantidad de dinero que permite la adquisición o uso de un bien”, y como tal, en principio, resulta de la dimensión tanto de la oferta como de la demanda. Y que las cosas sean de ese modo, no es una cuestión ideológica.

De esa manera, una decisión como “cerrar las exportaciones de carne vacuna” es una medida que va más allá de lo que significa una política de precios “cuidados” y aun de “precios máximos”; ya que viene a significar no otra cosa que “la destrucción del mercado” en una determinada actividad económica”.

Porque no de otra manera puede entenderse esa restricción brutal impuesta a “la libertad de oferta” que implica impedir totalmente su posibilidad de hacerlo. Ello con el propósito que, al quedar limitada la oferta al exterior del producto, no quede otra alternativa que venderlo dentro de nuestros límites territoriales, y, de esa manera, al orientar la oferta al mercado interno exclusivamente, ésta tiene que serlo a precios que la demanda esté en condiciones de pagar.

Un mecanismo de miras estrechas, ya que no solo lleva al cierre de frigoríficos y el consiguiente desempleo de sus trabajadores en una situación que no es la mejor en el mercado de trabajo, sino que lleva inexorablemente a la disminución de una oferta que termina desalentada ante la situación expuesta, y que llevará a desabastecimientos futuros.

Pero no se trata solo de eso, sino del hecho que, para que cualquier sociedad pueda importar, tiene que estar en condiciones de exportar, ya que de otra manera no contará con los recursos para hacerlo. Y si se trata de crecer, se hace necesario producir más de manera de poder exportar más, lo que redunda en un incremento de la inversión y el consumo interno.

De donde la exportación viene a ser para toda economía, como el oxígeno con el que respiramos. De donde para lo que no debe temblarnos la mano, es al momento de hacer todo lo que esté a nuestro alcance para facilitarla y promoverla. Es que, de cerrar las exportaciones, el resultado final será que “terminemos comiéndonos entre nosotros, unos a otros”.

Así lo entendió el primer Perón en un momento. Ya que para completar la mesa de los argentinos, optó porque aquí se comiera “pan de mijo”, de manera de poder exportar el trigo en grano que se tenía disponible. Algo que, por haber ocurrido en 1951, muy pocos son los que quedan para recordarlo.

Es que, tal como se puede leer en una crónica, “el pan negro o “pan cabecita” fue la respuesta peronista a la escasez de trigo, ante tres malas cosechas consecutivas. La sequía del trienio 49-50, 50-51 y 51-52 que nos había afectado fuertemente, saca de la galera la idea de mezclar trigo con centeno y mijo para poder dar respuesta a la falta de pan que vivía el pueblo. Cuando se le presenta la idea al General, éste pregunta: ¿Podemos garantizar que haya pan, en cada mesa Argentina? Perón pensaba que era mejor exportar el poco trigo que había. Por decreto mandó a mezclar el trigo con mijo en todos los molinos del país. Una medida “patriótica para sostener el bienestar y salir lentamente de la crisis”.

Exportar el poco trigo que había ¿la explicación? Porque ningún país puede vivir únicamente “de lo suyo”. Y es por eso que necesita que la exportación haga posible que contemos con “las divisas” –esa era entonces la expresión utilizada para hacer referencia a una moneda universalmente aceptada- indispensables no solo para mantener en funcionamiento nuestra economía, sino hacer posible su indispensable desarrollo, que necesariamente debe extenderse al campo social.

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