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Siempre tomé en serio aquello que el deporte es salud. Mente sana en cuerpo sano, tal como reza un latinazgo mal traducido que escuché alguna vez.

Pero en realidad el deporte es todavía algo más. Un espacio en el que se aprende -o al menos se debería aprender- la importancia del juego limpio, eso que los ingleses llaman “fair play”. Algo que no solo es importante en la práctica de cualquier deporte, sino que lo es para todos los aspectos de la vida de cada cual.

Las reglas de juego, que le dicen. Sin las cuales no se puede convivir de una manera franca, abierta, amistosa y, sobre todo, previsible. Porque como lo diría Sacheri, si pudiera colocarme a su altura, nadie puede jugar a nada en la vida, si continuamente le “están corriendo el arco”.

Pero el deporte requiere del entrenamiento. Que es como decir perseverancia y exigencia. Aunque antes del aprendizaje. En el cual se hace presente la necesidad de un maestro. En el que el iniciado en cualquier disciplina deportiva vea un ejemplo por todas las cualidades que muestra para imitar y seguir.

De donde de maestros torcidos, no puede salir nada bueno. Sino llegando a los extremos muchachos y chicas -o habrá que decir para respetar la línea actual, chicas y muchachos- que cuando son maltratados, no solo quedan destruidos como deportistas sino también como personas.

Y el peor de los maltratos es el abuso sexual. Del que me parece bueno que me ocupe, cuando las “canteras” de noveles de los clubes, parecen ser a la vez canteras de depravación. En la que chicas y chicos -y por lo visto en mayor medida?los muchachos- terminan siendo la carne de cañón. Al menos, ahora, entre nosotros y en casos que son de no creer.

Según información circulante, se habría hecho presente en la cantera -ellos también la tienen- del club brasileño Santos, sí, Santos, el campeonísimo, el mismo del que me hablaba mi tío, aunque no sé si ahora alguien se acuerda de él-, donde su coordinador no sería en ese aspecto lo que se llama una buena persona, o en realidad no lo sería en ningún aspecto.

Se dice que siempre hubo este tipo de cosas. Se agrega que antes se escondían. Hasta dando muestras de una muy mala entraña, se llega a infamar diciendo que los abusados no saben que lo son o que disfrutan de serlo. En una línea que para llegar a su límite llevaría a decir que en realidad son los abusadores los abusados.

Me siento abrumado no solo por tanta explicación, sino por tanta porquería. Con la que hay que acabar de la manera más contundente que la ley lo haga posible.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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