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Por extraño que parezca, esto es objeto de una discusión, a veces no del todo comprensible. Están aquellos que niegan terminantemente que los peces puedan llegar a percibir los estímulos nocivos como dolorosos, basados especialmente en el hecho que carecen de esa parte del cerebro llamada neocorteza. Ésta es la lámina del tejido nervioso de unos 2 milímeros de grosor que recubre en especial los lóbulos frontales, cuenta con 33 mil millones de neuronas, ciertamente más en hombres que en las mujeres, y es el sitio donde se originan las órdenes motoras, el pensamiento consciente: la memoria, la concentración, la autoreflexión, la percepción sensorial y en el hombre el sitio del lenguaje. Es el área más nueva del cerebro. Sería el cerebro racional.

Hay quienes opinan que al no haber neocorteza, los peces están incapacitados para sentir dolor.

Escuchemos la otra versión. Recorren los tejidos de los peces nervios idénticos a los que trasmiten sensaciones (dolor, placer) en los otros animales y en el hombre. Los mediadores químicos que producen estas reacciones son idénticos. Tienen receptores para el dolor. En algunos se encontró memoria de largo plazo, lazos sociales, sentimientos paternales, tradiciones aprendidas, uso de herramientas e incluso cooperación entre diferentes especies. También producen las substancias químicas para calmar los dolores (endorfinas).

En su comportamiento, ante estímulos dolorosos, su conducta se altera como en cualquiera de nosotros: dejan de responder a situaciones que producen miedo, pierden su conducta para cazar o encontrar alimento. Son muy sensibles, para dar un ejemplo, al Ibuprofeno, que se elimina en la orina sin modificar, y del cual se venden 37 millones de envases al año. La orina cargada con este popular analgésico, ya sea en los ríos o en el mar, logra concentraciones que daña la movilidad de los peces.

Ante estímulos dolorosos responden como nosotros a la aspirina, la morfina, la lidocaína.

Seres extraños nuestros antepasados; sus papilas gustativas están distribuidas en la superficie del cuerpo, perciben mejor los colores que nosotros, algunos captan la luz polarizada, otros la ultravioleta. Los hay que pueden ver simultáneamente por arriba y debajo de la superficie del agua e integran las imágenes, otros como el lenguado mueven los ojos en forma independiente, y en su cerebro confluyen las dos imágenes en una sola.

Los meros muestran claras señales de afecto a sus cuidadores, otros alertan del peligro a los miembros de su cardumen. Hay especialistas que comparan su comportamiento como similar al de algunos monos.

¿Qué hay detrás de esta diferencia de opiniones? Generar dolor debe llevarnos a reflexionar. Se estima en 160 millones de toneladas la cantidad de peces que se capturan anualmente en el mundo, considerando los criaderos. La ética de todo esto depende de cuánto y qué los peces puedan, o no, experimentar de dolor. Si los peces realmente sufren, ¿cuántas toneladas de dolor se generan? Hay escalas para medir el dolor en los pacientes, no sé cuán precisas, pero ¿cómo medir el dolor de 160 millones de toneladas? Las escalas son solamente para el dolor físico, nadie se atrevió graduar el dolor espiritual. Puede surgir un gran debate o un diálogo de sordos: se plantea una ética de la captura y del manejo de los peces.

Cierto es que estos podrían juzgar como muy normal nuestra conducta depredadora. Mantenemos los rasgos más típicos de esos seres para los cuales comer se parece a una operación siniestra, solo que la hemos disfrazado mucho.

Bueno, pese a la neocorteza cerebral, los receptores al dolor, las maravillas visuales, ¿quién que haya visto algún dorado agonizando en el fondo del bote, puede imaginar que no sufre dolor?

Tranquilizaría nuestra conciencia saber que no lo sienten, pero hay tantas formas de extraviarla o desconocerla, que carecer de ella puede llegar a ser una ventaja. Basta mirar alrededor. Y recordemos aquella frase de Albert Einstein: "Todo el mundo es un genio, pero si juzgamos al pez por su habilidad para trepar a un árbol, pasará su vida entera pensando que es estúpido". Vale para nosotros.

Adaptado de Carl Safina. "¿Nos equivocamos al pensar que los peces no siente dolor?”. The Guardian, octubre 30/2018.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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