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Gordos, lo que se llaman de verdad gordos, y no aquellos a quienes se los llama cariñosamente así, cuando para hacerlo no se modifica la palabra convirtiéndola en “gordi” en el afán de hacerla más almibarada, ha habido siempre, y posiblemente siempre los habrá.

Nunca fui a una reunión de Alco, una asociación que no sé si todavía existe, en que se juntaban conformando un grupo de autoayuda, todos los que estaban decididos a luchar contra la obesidad. Algo en realidad muy serio, porque cuando una persona muestra muchos kilos de más -eso que se conoce como “exceso de peso grave”- puede ser una enfermedad, pero también puede verse como una adicción, como sucede en el caso de los fumadores, de las víctimas del alcohol, o los frecuentadores de timbas y casinos, a los que se los conoce con el solemne y casi en apariencia respetable nombre de ludópatas.

De allí una primera pregunta, acerca de si los adictos pueden considerarse enfermos, aunque mas no sea del marote, de donde estoy moviéndome en forma circular, y en todos los casos la obesidad, o sea gordura que resulte, es en todos los casos una enfermedad.

Lo más grave del caso es que la gordura hace mal a la salud, pero a la vez le hace sufrir a los que así lo son, de otra manera de ser víctima de bullying, aún antes de que se conociera y se volviera común el uso de esa palabreja. Y para males la gordura ha empezado a importar de una manera hasta enfermiza socialmente, lo que ha llevado a eso que mi tío, cuando habla en difícil, llama “estereotipo”, la imagen ideal de las personas de cualquier género; ya no la de alguien rubio con ojos azules bien tostado por el sol y con la pelambre superior un poco blanquecina, sino de una persona alta y espigada de mirada penetrante y de andar felino.

No sigo hablando de cosas que pueden parecer pavadas, aunque las tengo por útiles, por más que no sea para nada un Cormillot.

Es por eso que me queda una pregunta para terminar: ¿por qué comienzan a aparecer entre los sindicalistas docentes, personas de físicos enormes?

No pretendo ilustrar la circunstancia porque no es mi propósito ofender a nadie, pero es cuestión de prestar atención a las imágenes en los últimos paros.

Ya que he escuchado mucho hablar de policías gordos y municipales que lo eran, pero por lo que sé a “los gordos de la CGT”, se los conocía de esa manera no por los kilos que cargaba su esqueleto sino por la cantidad enorme de trabajadores afiliados a su sindicato, con excepciones claro está, como el caso de Daer, cuyo volumen hace honor al sindicato que encabeza, cual es el de la alimentación.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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