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Una intelectual alemana de origen judío -se trata de Hanna Arendt- fue enviada por una reputada revista neoyorkina a Israel, a efectuar en una flamante condición de periodista, la cobertura del juicio en el que por un tribunal de ese país era juzgado Adolfo Eichman, por crímenes de lesa humanidad.

El encargo se trataba de una comisión, tan difícil como emocionalmente lacerante de cumplir. Ya que al juzgar a Eichman se lo venía a hacer con uno de los protagonistas principales -cabe la referencia a la participación del nombrado desempeñando un aberrante rol “gerencial”- en lo que en la historia de la humanidad está marcado como un acontecimiento preñado de un horror imperdonable, tal cual resulta el “Holocausto judío”. El que también es conocido en hebreo como “Shoá”, palabra de ese idioma que se puede traducir al nuestro como “La catástrofe”. La misma situación que en la terminología nazi se la designaba como “solución final” de la “cuestión judía”.

Se trataba de lo que desde antes de ocurrir esa tragedia, era conocido con el nombre de “genocidio”, expresión que lamentablemente sigue siendo empleada ante situaciones similares, pero que nunca han alcanzado esas dimensiones, que significaron la muerte en campos de concentración -especialmente aplicando una suerte de mecanismo industrial- que significaba la utilización de cámaras de gas, millones de personas de todas las edades y sexo y de los países de origen más diversos. Algo que, como se sabe, aunque todavía existen grupos o personas que se resisten a admitirlo, tuvo lugar en Europa durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial bajo el régimen de la Alemania nazi.

Hemos señalado que en esa tragedia, Eichman cumplió una “función gerencial”. Es a una conclusión de esas características, a la que, utilizando una terminología más precisa, llegó Hanna Arendt, a través del seguimiento presencial de su juicio, y compenetrarse tanto de su personalidad, como de los argumentos defensivos que buscó en forma estéril, utilizar en su defensa.

Una caracterización de esa naturaleza, que la llevó a escribir un libro -muy criticado por muchos judíos y no judíos- en el que asoció el desempeño del nombrado en ese “acabose”, como una demostración de “la banalidad del mal”. Una manera esa de decir, que el “mal puede estar asociado a lo trivial”. Y que, de esa manera a esos crímenes, quien los cometía podía llegar a considerarlos como hechos corrientes y sin mayor trascendencia.

Es por eso que dentro de ese contexto, se hace referencia a “individuos que actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos”. Es decir, de quienes no se preocupan por sus consecuencias, sino tan solo por el cumplimiento de las órdenes. Situación que se da dentro de un sistema de poder político que concibe el exterminio de seres humanos, como un procedimiento burocrático ejecutado por funcionarios incapaces de pensar en las consecuencias éticas y morales de sus actos.

Una manera de actuar, como de ver las cosas, que en nuestro país se han dado, desgraciadamente, en forma recurrente, a través de su historia y de situaciones en que la banalidad está asociada al mal. Algo de lo cual se está cada vez mas tomando conciencia con el tratamiento que reciben pueblos indígenas que viven en el noreste medio de nuestro territorio, más concretamente en sectores de Salta, Chaco y Formosa.

Aunque sin llegar a esos extremos, cabría decir que “la banalización” -de un aspecto diferente de nuestra realidad- por más que sea en proporciones que en apariencia al menos resultan menguadas, se hace presente en otras ocasiones, como es el caso de la “corrupción”, respecto a la cual se puede decir que asiste entre nosotros a una grave -y que hasta se puede considerar como suicida- “banalización o trivialización” de la misma. Olvidando que “la corrupción también mata”.

A la vez, como contrapartida y en forma simultánea a este tipo de situaciones, no es extraño que también entre nosotros se asista a una suerte de “hiperbolización de algunos aconteceres” de nuestra realidad. Entendiendo que ello -en lo que es una forzada manera de tratar de hacer de la “hipérbole” una manera no de hablar ni de escribir, sino de actuar- se produce, tal como lo enseñan los diccionarios, cuando se asiste al aumento de manera excesiva de un aspecto, característica o propiedad de aquello de lo que se habla. O sea que en un sentido general, se denomina como hipérbole la exageración en sí de alguna cosa. Una manera de actuar asimilable a aquello que en el lenguaje coloquial se designa como “mucho ruido y pocas nueces”.

Algo en que se ha incurrido con la búsqueda y traída de cajas de la “vacuna rusa” desde Moscú, transportadas por aviones de Aerolíneas Argentinas, donde una práctica corriente -como es la de llevar y traer cosas utilizando a los aviones como medios de transporte- se ha pretendido en ese caso concreto, vestirla de epopeya.

Ello, con olvido de detalles poco conocidos que en relación a esos viajes de transporte, ha venido a develar una investigación periodística (La Nación, 9 de febrero, nota de Camila Dolabjian).

No es el caso que nos extendamos en los pasos que llevaron a esa conclusión aunque habla de “agujero negro” que en las finanzas públicas de nuestro país significa la actual situación de “nuestra compañía aérea de bandera”. Un tema que merece un tratamiento especial, para el cual no faltará ocasión.

En tanto, la conclusión a la que se arriba en la nota citada, es que el traslado de las vacunas rusas en esos aviones costaron tres veces lo que hubiera pagado el Estado por una de las empresas internacionales especializadas en este tipo de transporte, como sería el caso allí citado, de haberse utilizando servicios de courier o cargo como los de DHL (empresa que, además, fabrica los contenedores “Thermobox” adecuados para el traslado en frío). Y es por eso -y así se destaca- que muchos países están utilizando otros medios de transporte a cargo de empresas internacionales de carga.

Se añade que una plataforma de mercado de transporte internacional, en condiciones normales, cobraría entre 2,50 y 5 dólares por kilo. Sin embargo, fuentes del sector aseguran que, debido a la alta demanda por la necesidad de trasladar rápidamente las vacunas y las características del transporte -el traslado de insumos en frío, como es el caso de las vacunas-, las empresas están cobrando entre 8 y 10 dólares por esa distancia.

Se ejemplifica lo expuesto, señalando que los primeros dos vuelos trajeron 300.000 dosis en 56 thermocontainers, sobre ocho pallets especiales. Y ese viaje, que costó (ida y vuelta) alrededor de 320.000 dólares, habría salido con un courier internacional entre 75.264 y 94.080 dólares, cerca de un tercio de lo que pagamos. De allí que se señale que el costo por kilogramo de una empresa alternativa debería ser de por lo menos 17 dólares, para equiparar lo cobrado por nuestra línea de bandera.

Debe quedar en claro que en el caso que nos ocupa, nos encontraríamos ante una situación que no puede calificarse como un “acto de corrupción”, sino ante una demostración de una gestión pésima.

De allí que no deba extrañar que, según se afirma, sea común escuchar en los ámbitos internacionales del transporte aéreo que con Aerolíneas Argentinas se da el caso que “más pierde cuando más vuela”. Algo que es el mismo caso de tantos herederos ricos, que por desconocer todo lo vinculado con el destino y utilización de los bienes heredados, se funden trabajando, cuando hubieran seguido ricos con solo quedarse quietos.

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