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Informamos ayer acerca de un alarmante y lamentable hecho y a la vez de su feliz desenlace.

Se trata de un suceso ocurrido en una escuela secundaria de Chajarí cuando, en el transcurso de una hora libre, un alumno roció a otro con alcohol en gel, y prendió fuego. Afortunadamente “las cosas no llegaron a mayores”, algo que es un usual modo de decir y que en este caso no es del todo adecuado utilizar; ya que con ello se hace referencia a la escasa magnitud del daño y no a la calificación de la acción en sí, por más que ella no tuvo consecuencias de importancia.

En la información que nos ocupa, lo primero que debería llamarnos la atención, es que el hecho ocurrió durante el transcurso de lo que en los establecimientos de enseñanza secundaria se conoce como una “hora libre”; en las que al parecer existen casos –desconocemos el número de esas situaciones- en las cuales, ante la falta de un profesor, se comete la irresponsabilidad de “dejar librados a la buena de Dios” a los estudiantes. Una circunstancia que cabría tomarla como un indicio del grado de disciplina que existe en los mismos. A ello se debe añadir el convencimiento de que un hecho de estas características no extraña a nadie, si se tienen en cuenta la infinidad de situaciones similares en las que los adolescentes tienen el rol de protagonistas, y a los cuales se los ve ocupar un lugar en los medios informativos casi diariamente.

Admitimos que la adolescencia siempre ha sido una etapa de la vida muy complicada; en cuanto es un momento de cambios y de miedos, tanto corporales como de carácter psicológico, entre la inicial niñez y la vida adulta. Pero de cualquier manera también debe admitirse que, en la actualidad, los comportamientos de que dan cuenta los mismos en este periodo vital de transición están llegando, como consecuencia de un número importante de factores entremezclados a extremos que dan la impresión, sin serlo, de inimaginables. Existe coincidencia entre los estudiosos de la etimología en señalar que la palabra se deriva del verbo “adolecer” que significa “crecer, desarrollarse, ir en aumento” lo cual explica la derivación de la palabra, la adolescencia es también una etapa de crecimiento y de desarrollo, quizá la más crucial en la vida de un individuo.

Esta viene a ser lo que cabe considerar “la cara positiva” del término. Pero no se debe pasar por alto que el verbo “adolecer” hace referencia a una “carencia” y al ser humano que da muestras de ella, algo que vendría a constituir la cara “negativa” de la palabra. Y verla desde esa perspectiva a la adolescencia, es lo que explicaría, como resulta observable, la impresión de que tratan nuestros jóvenes de vivir esa etapa de su vida con una intensidad apurada, una forma tan acelerada, como si no existiera un futuro, después de ella. No nos referimos al caso de los “soldaditos de la droga”, un caso extremo que en tantas ocasiones se hace presente ya entre los pre-adolescentes; pero que, llega a ser un extremo, que no representa el estado de cosas habitual.

Es por eso que no resulta sobreabundante concluir estas líneas haciendo referencia a los factores de riesgo de la adolescencia tal como se lo puede encontrar en un trabajo de un organismo internacional especializado. Es así como en el mismo se menciona como los principales a la desatención y otros problemas en la relación familiar del que son señales “las fugas frecuentes” o lisa y llanamente “la deserción del hogar. Se mencionan también como riesgos a “trastornos de la conducta alimentaria” –algo diferente a la “falta de comida”; el analfabetismo, bajo rendimiento y/o deserción escolar; la crisis de autoridad; el tiempo libre mal utilizado, y la segregación grupal. Sin dejar de señalar al tabaquismo, alcoholismo y otras drogas, y el uso imprudente de automóviles. Y esta mención que se ha vuelto desordenada, apunta también como riesgos al embarazo precoz; como también el aislamiento, la depresión, los gestos suicidas y las conductas delictivas y/o agresivas para concluir con el nomadismo. Situaciones muchas de las cuales, se ven potencializadas por el estado de anomia social, que está presente, no solo entre nosotros.

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