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En su diálogo con los jóvenes argentinos, en Brasil en el 2013, el papa Francisco los invita a no dejarse arrastrar por el consumismo. Levántense, cuestionen, salgan, "hagan lío", les dice en un llamado que es a la vez un ruego y una convocatoria.

Al analizar esa expresión -¿Qué significa hacer lío?- una estudiosa de la filosofía señala que ello significa “no doblegarse, no entregarse, no ser indiferentes ante la injusticia, la exclusión, el desastre ecológico y la extinción creciente de vida que esta civilización produce y reproduce con sus guerras, saqueos, expulsión de las poblaciones de sus territorios, contaminación ambiental, urbana, humana, espiritual.

En otra visita pastoral, esta vez a Asunción (Paraguay) en el año 2015, de nuevo Francisco, dirigiéndose a los jóvenes, volvió sobre sus dichos anteriores, para remarcarlo y aclararlo, diciéndoles "Hagan lío, pero también ayuden a arreglar el lío que hacen". Añadiendo que para hacerlo a conciencia “tenemos que tener el corazón libre, que pueda hacer lo que piensa y lo que siente. ¡Ese es un corazón libre!".

En realidad lo que así queda expuesto, y no se puede menos que compartir, es un reclamo que debemos considerar que nos toca a todos, y no solo a los jóvenes, ya que hace referencia a la actitud que todos debemos tener como portadores de una “ciudadanía global”.

Ya que somos y debemos comportarnos como ciudadanos, no solo como miembros de la comunidad a que cada uno de nosotros pertenece, sino –y lo añadimos remedando a los dichos de un filósofo de la Antigüedad clásica- que como ciudadanos nada de lo que acontece en esa Madre Tierra que nos cobija “nos es ajeno”.

A su vez, y contra lo que tantas veces pensamos y nos equivocamos al hacerlo así, ello supone no solo derechos sino obligaciones y deberes. Es por eso que en un mundo en el que parecemos habernos olvidado de estos últimos, mientras hacemos extremo hasta el grado de la irracionalidad nuestra exigencia de respeto a los derechos, habría quizás que decir que todos estamos investidos de “poderes” o “potestades” que a la vez incluyen a derechos y deberes. Y de lo que se trata es de ser conscientes de esos poderes o potestades que tenemos y por ende de la responsabilidad que ello conlleva.

Porque esa incitación papal al alboroto, viene condicionada tanto por el hecho que debamos hacerlo con el “corazón libre” es decir despojado de pasiones y de todo interés mezquino, sino también por la circunstancia que quienes alborotan tienen que contribuir a ayudar a resolver el lío en cuyo armado participan.

Una exhortación que a su vez, desde la perspectiva ciudadana a la que nos hemos referido, significa que “el hacer lío” no es otra cosa que el atreverse a plantarse frente a todo lo que se considera incorrecto y mal hecho, a vez que reclamar su reparación, en la que se debe hacer presente nuestra colaboración.

Mientras tanto el trasladar esa postura docente al plano de nuestra pequeña realidad cotidiana, se manifiesta en prestar la atención, que tenemos ausente, a circunstancias de nuestro entorno que resultan en apariencia sino pequeñas inequidades, las que sin embargo son grandes para quienes las deben padecer de continuo.

Un primer ejemplo de ellas tiene que ver con las largas colas o extensas esperas para poder llegar a contar con prestaciones de los servicios públicos, que el Estado asume como una obligación, circunstancia que lo hace responsable no solo de su prestación sino de la eficiencia con la que los presta.

Una falencia presente en los servicios hospitalarios y obras sociales públicas que se traducen en madrugones sin cuento para obtener un turno con el objeto de poder recibir atención médica –que en algunos hospitales significa una doble exigencia, ya que el pedido de turno no significa que se lo haga de inmediato- a la vez que en el caso de los servicios prestados por obras sociales, el lograrlo lleva a ver como se extiende la fecha de la primera consulta y el tratamiento hasta lo que se asemeja al infinito.

No se tratan las expuestas de situaciones que señalan la necesidad solo de “hacer lío” por parte de los afectados y de las organizaciones que los representan sino, a la par, deben aportar ideas destinadas a encarar de una manera positiva el problema.

Otra situación a la que no se presta la atención debida, es la consecuencia, en tantos aspectos positiva, de vincular el cobro de las asignaciones universales de los hijos, a la escolarización de las madres, de manera que estas finalicen sus estudios incompletos.

Ello hace que “las madres que no tienen con quién dejar sus chicos”, según se nos ha dicho, concurren a los cursos dictados por la noche, con algún o algunos de sus críos, por lo general los pequeños. Una circunstancia que hace fracasar probablemente el objetivo perseguido, porque la concurrencia a clases se transforma en esos casos para las madres en el cumplimiento de una mera obligación formal, ya que con criaturas en brazos o subiendo y bajando alternativamente de su falda, resulta claro que se hace más difícil para quien lo enfrenta, el esfuerzo de por sí complejo para quienes hacen mucho que han dejado atrás la escuela, y que inclusive en algunos casos se han convertido en analfabetos funcionales.

La lista de situaciones en que se hace presente hasta casi la obligación de “hacer lío”, se podrían extender sino hasta el infinito, de cualquier manera en demasía. Se trata, en la mayoría de los casos, de aquellas en las que está presente la exigencia de alertar a los funcionarios públicos acerca de la necesidad del cumplimiento fiel y adecuado de sus obligaciones. Y frente a las cuales se hace presente una resignación – muchas veces hasta resultado de la convicción de que las cosas no pueden ser de otra manera- contra la que se debe reaccionar.

Y paradójicamente o no tanto – de ese rosario de en apariencia minúsculos incumplimientos o falencias frente a las cuales nos mostramos a diario incapaces de ejercer nuestros “poderes” cabe llegar a suponer –y esto de una manera al menos no totalmente descabellada- que se termina erosionando toda la estructura gubernamental y se asiste a la existencia de una sociedad desquiciada, como en gran medida es la nuestra.

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