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Ignoramos el nombre de los vecinos de Colón que utilizan el arroyo Artalaz -a escasos metros de su desembocadura- como lugar de amarre de sus embarcaciones, a las que atan cuidadosamente a prolijos varejones, clavados en el fondo del cauce, de una manera que no tiene nada que envidiar a la forma en que lo hubiera hecho cualquier empleado municipal.

Pero de cualquier manera nos parece exagerado hacer por ello tanta bambolla, y ver ocupados a dos concejales a los que no les inquieta la contradicción -es lo que, en lenguaje leguleyo, se conoce como “incompatibilidad” a la vista y aceptación de todos sus pares- de ser controles del Departamento Ejecutivo Municipal mientras son subordinados, ya que forman parte de la planta de personal; y a otro dúo integrado por uno de los miembros del anterior junto con otro concejal con aspiraciones legítimas, en un caso expresadas en forma manifiesta y en otras por otra más críptica, de acceder a la alcaldía.

Habrá quienes, después que lean lo que sigue, piensen de repente que damos la impresión de acercarnos a la actual administración. Nada más equivocado, ya que con ella, y de una manera recíproca, hemos mantenido siempre una actitud de distante y, a la vez, benevolente respeto. Tratando, por un lado, de minimizar las críticas de su hacer u omitir y procurando, por otro, resaltar los menores aciertos.

En este caso, nos llama la atención el empeño demostrado por los reclamantes por la molestia que les provoca ese manifiestamente ilegal amarradero, actitud que da toda la impresión de querer molestar al jefe comunal. Al que, por lo visto, lo conocen poco, ya que nunca parece enojarlo nada ni tener presteza alguna en dar respuesta a los reclamos que no son de su agrado.

Pero, de cualquier manera, escandalizar por un simple amarre, nos parece ahogarse en un dedal hasta el tope de agua, en un municipio que está lleno de normas que no se cumplen, y más aún de normas a las que siempre se está recurriendo a la excepción para no aplicarlas, sin que a ningún concejal se le ocurra decir “esto no va más”.

Para dar un ejemplo nimio, y dicho sin ánimo de perjudicar a nadie, sino tan solo de indicarlo, cabe señalar que no es extraño encontrar en pleno centro, y no en los barrios periféricos, donde las normas son de por sí comprensiblemente más permisivas, alguno que otro local comercial, cuyo dueño utiliza la vereda en una gran proporción, dando muestras de una estética muy peculiar, para apilar cajones de botellas de cerveza en prolijas columnas que parecen alargase hasta un punto lejano que les pone fin, mientras ocupan el resto del espacio, con alguno de esos adefesios blancos de volumen impresionante que sirven para enfriar botellas y conservar bolsas de hielo, los que apenas si dejan lugar para que alguien se pueda colar por la puerta e ingresar.

Y que no se nos diga que los ediles son impotentes ante este tipo de manejos u omisiones, porque de ser así mejor les sería renunciar. Es que en lugar de entretenerse en el dedal, sería hora de ponerse a pensar en grande, y de esa manera concebir un gran centro náutico, previo dragado del Artalaz y, a la vez, a levantar el lugar.

Porque al fin y al cabo, somos parte de la Región de Salto Grande, y si Concordia consiguió fondos del Banco Interamericano de Desarrollo para construir un aeropuerto de veras, ¿por qué no conseguir que se nos financie la construcción de un centro de este tipo, capaz de provocar en materia turística una verdadera explosión? Esa podría ser la meta a encarar por el actual presidente municipal, el que hay que reconocer que es “seguidor como perro se sulky” para ciertas cosas y que, más allá de algunos fracasos, no abrimos juicio si culpable o inocente, para situaciones como ésta es, como se dice comúnmente, mandado a hacer.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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