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Cuando en lugar de avanzar retrocedemos

Esta vez no nos tocó a nosotros. No fue un terremoto, tampoco un tsunami, ni siquiera se desbordó el Rio de la Plata, a pesar de lo fuerte de la sudestada. Solo llovió, y llovió mucho, lo suficiente como para dejar al descubierto nuestras grandes miserias en materia de planeamiento urbano. Por increíble que parezca, es que ya estamos en el 2015, a buena parte del conurbano bonaerense, la zona más densamente poblada de la Argentina, la tapó el agua, de lluvia pero también de la servida.

Esta vez fue el turno del Gran Buenos Aires, hace no mucho también le había tocado a La Plata. Por esta parte del país tampoco estamos ajenos a este tipo de situación, sobre todo cuando el rio Uruguay descarga toda su furia sobre nuestras costas y es poco lo que Salto Grande puede hacer para resguardarnos a los que vivimos aguas abajo. Las inundaciones en las zonas costeras son recurrentes, también la falta de obras, situación de características casi endémica en ambos casos.

Las razones son varias, y varían según el lugar. En las grandes urbes se relacionan más con la destrucción de los humedales y su reemplazo por barrios cerrados, que desvían el curso del agua, así como la construcción de barrios más humildes que se asientan en zonas bajas y altamente inundables. También tiene que ver con la proliferación del pavimento y de las grandes construcciones que limitan severamente la capacidad de escurrimiento.

En nuestras ciudades, de tamaño más medido, el eje del problema pasa por la necesidad de más y mejores obras de defensa costera y también por la falta de reglamentaciones serias y ciertas que impidan que se construyan barrios y asentamientos en zonas con altas posibilidades de anegamiento. También se adeudan obras de entubamiento de las vías de agua con las que se topan los pueblos y ciudades mientras se expanden. Y por supuesto, también juega su rol el debido mantenimiento de desagües y cunetas, tarea que aunque simple no siempre se realiza como corresponde.

Pero la raíz del problema está fundamentalmente en la falta de planificación urbana. En muchos centros urbanos no hay ninguna política, ningún proceso que contemple el crecimiento del casco urbano. Esto se ve no solo en materia de manejo hídrico y pluvial, sino también en otras como la de vivienda. No existe el planeamiento de largo plazo y tampoco ninguna prolijidad en la ejecución. Los presupuestos se sub o sobre-ejecutan sin que ningún funcionario se ponga colorado. Plata hay, pero casi siempre se gasta en lo que menos hace falta, cada intendente o gobernador parece tener su propio pequeño proyecto, y terminar con las inundaciones no parece ser el de ninguno de ellos.

Cuando se habla de que en estos años se ha recuperado el estado, uno no puede sino imaginarse un estado gordo, fofo y bobo. Que el gasto del estado sea hoy casi la mitad del gasto en la Argentina no ha sido ninguna garantía de mejor y mayor planificación en este tipo de cuestiones, todo lo contrario. Claro, tampoco ayuda la falta de idoneidad de la mayoría de nuestros políticos.

En definitiva, sufrimos un mal muy propio de esta época. Innumerables recursos a disposición de un estado que no sabe cómo disponer de ellos, como invertirlos. Así es que se terminan gastando en empresas estériles y en proyectos inútiles. Y mientras tanto, cada vez que llueve, o simplemente llovizna, a la mayoría de nosotros el agua termina llegándonos al cuello. Siempre se puede estar peor.

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