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El acto en la Escuela Normal de Colón
El acto en la Escuela Normal de Colón
El acto en la Escuela Normal de Colón
Miremos donde miremos, vayamos donde vayamos, aquí y en todas partes, nos topamos con dos tipos de personas, ninguno de los cuales cabe considerar como ejemplar. Sin duda la variedad es más amplia, pero ellos son los grupos predominantes.

Nos acabamos de referir a grupos ejemplares. Una adjetivación que es correcta, pero con una salvedad. Ya que unos y otros son ejemplos de una manera equivocada de considerar nuestra existencia.

El primero de esos grupos, se nos ocurre que se lo podría considerar como el de los “crispados”. Lo conforman quienes dan la impresión de “no quererse ni a ellos mismos” Algo que explica que sobre-reaccionan de inmediato, con un enojo que da en seguida paso a la agresividad, cuando no se da el caso que ambas cosas afloren en forma simultánea, ante cualquier circunstancia que la vean como una contrariedad, independientemente del hecho que haya o no motivo para hacerlo.

Conductas que vienen infaltablemente acompañadas con la grosería gestual, cuando no verbal. Y que a la primera de cambio la amenaza dé paso a la violencia, en la que el enceguecimiento, provocado por una furia en crecimiento, se vuelva destructivo ya sea de las cosas, o en diversas graduaciones también para las personas.

El otro grupo está compuesto por los “resignados”, a los que no hay que confundir con los mansos, con los que tienen en común que, cuando se provoca su ira de una manera que los hace sentir como una fiera acorralada, su reacción es de temer. Es como si en ese momento aflorara de una manera las más de los veces inconscientes una decisión que dice de un “basta”, y “de un hasta aquí llegamos”. Mientras, hasta que llega ese momento, dan cuenta de una pasividad malsana frente a todo lo que pasa y les golpea, manifestación de una actitud vital, casi filosófica, que cabe resumir en ese dicho popular “y bueno, es lo que hay”.

A la ver ambos grupos, tienen de común que en los estratos profundos de su conciencia se halla presente la existencia de un cansancio, ante una forma de vivir que resulta insoportable, y que inclusive puede sentirse como imposible de vivir, ya que todo a su alrededor parece trastocado, y que cual manera de actuar hasta las nimias, se vuelven materia de un esfuerzo farragoso, ante la indiferencia o la traba persistente por parte de los que deben responder.

Cómo se llega a ese estado de cosas es, para todos ellos y también para nosotros difícil de responder. Aunque en nuestro caso ni nos enojamos con Dios incurriendo en la blasfemia, ni hablamos de una condena del Destino, ni nos aferramos a los pronósticos del horóscopo –que concebido en tiempos milenarios, cuando los astros ocupaban en el firmamento otras posiciones, lleva a que el signo del Acuario o el Géminis no sea en realidad el nuestro- o en las conjeturales afirmaciones de esa suerte de hechicera moderna que se maneja no ya con la bola de cristal, sino por las barajas de El Tarot.

Causa que llevan a esa sensación profunda de cansancio permanente, y que se traduce en un malestar del que nos resulta casi sino del todo imposible desentrañar su origen, han de existir innumerables y la mayor parte de ellas desconocidas.

Pero entre ellas, debe estar una, que se nos muestra con claridad a quien se detiene a reflexionar un solo instante, cual es el despertar de la conciencia de que quienes nos gobiernan no hacen otra cosa que representarse a sí mismos, y por ende no nos representan, ya que la atención a sus propios intereses prima sobre el bien común.

Dicho de otra manera, en su gran mayoría los que como representes nuestros deben gestionar los intereses del común, no nos ven como sus representados, sino en el mejor de los casos como “clientes” a los que a lo sumo hay que atender lo justo, ni siquiera para buscar contentarlos, sino tan solo para mantenerlos apaciguados.

De allí la generalidad –por supuesto existen excepciones varias, que no hacen otra cosa que confirmar la existencia de la regla- de la mediocridad de nuestra dirigencia, la que los vuelve deshonestos aunque no roben, ya que el deber saber que carecen de la idoneidad necesaria para acceder a un cargo y de cualquier manera no tener reparos en aceptarlos es por encima de todo una prueba de ausencia de honestidad.

Mediocridad malsana de la mayoría dirigencial, que se ve corroborada por ese clamor que tuvo su origen en los “cacerolazos” y en la consigna de “que se vayan todos” y que deriva en el concepto teórico de la “horizontalidad”, donde con olvido ingenuo de aquello que “donde mandan todos, no manda nadie”, viene a abonar el camino para el surgimiento de liderazgos que si no lo son de entrada, terminan siendo autocráticos.

Dado lo cual existen muchas formas de robar desde los cargos públicos, y ese robar se asimila por eso al defraudar, cuando por distintos atajos no se satisfacen las expectativas despertadas, o de cualquier manera se cae en la mentira desde la cúspide del poder.

De allí, que frente a un estado de cosas evidentemente sombrío y por lo mismo nada alentador, no solo es saludable sino hasta indispensable que la ciudanía haga escuchar sus reclamos e inquietudes, apelando a los medio idóneos para que aquellos no sean desatendidos por parte de la autoridad, con el único límite de que el reclamo sea pacífico y que se busque rápidamente implementar canales institucionales para que sean trasmitidos y satisfechos en forma eficaz.

Lógicamente no es lo nuestro justificar situaciones como las que se viven en la franja oriental de nuestro subcontinente, donde se ha asistido a un desmadre alarmante y condenable que todavía se ignora cuándo y en qué forma va a terminar.

Pero salvando las distancias, lo que es evidente, debemos señalar que esta nota está motivada por “el abrazo de la estudiantina al inmueble de la Escuela Normal de Colón”, consecuencia de un acto sin razón de ser, pero afortunadamente con final feliz, y que se hizo pacíficamente.

Cuyo sentido implícito y seguramente no por todos los participantes percibidos reside en que la construcción inconclusa en parte, y en otra vuelta a hacer, es una prueba evidente de por lo menos la inoperancia estatal –ignoramos si se puede ir más allá, por cuanto por lo que se sabe nunca se investigó con seriedad-, todo ello sin contar lo que ese estado de cosas ha costado. Un abrazo entonces que viene a significar una acusación de impericia negligencia o algo más, en la cadena de responsabilidades por la génesis y el alargamiento en el tiempo de ese estado de cosas.

Para resumir: a las numerosas supuestas grietas existentes habría que sumar otra más, cual es la brecha de carácter constitucional evidentemente existente entre los que pasan por ser los representantes y su sedicentes representados.

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