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Fernández necesitará hacer malabares para acomodar las necesidades políticas a las necesidades económicas

Si las cosas acaban como parece, Alberto Fernández será presidente a partir del 10 de diciembre. No será una carga sencilla la que le tocará en suerte.

Los indicadores económicos, que hasta julio insinuaban una tenue recuperación en el nivel de actividad y una paulatina desaceleración en la inflación, se descarrilaron a partir de agosto. Y así como muchas áreas de la macroeconomía estarán mejor que como las encontró Macri el 10 de diciembre de 2015, otras tantas se presentarán más desafiantes. Los déficits gemelos casi desaparecieron, pero el nivel de deuda es mayor. El peso es más competitivo, pero su mayor competitividad generó una inflación y un atraso del salario real cuya corrección luce incompatible con el sostenimiento de la competitividad. Hubo inversión directa, aunque dirigida hacia pocos sectores en los que Argentina es competitiva (campo, minería, Vaca Muerta), a costa de un deterioro marcado en los sectores menos competitivos o sólo enfocados en el consumo interno.

Probar que estos cambios eran necesarios para garantizar un desarrollo más sostenible en el largo plazo pasó a ser, a la luz del resultado de las elecciones PASO, un ejercicio teórico. La casi segura llegada de Fernández a la Presidencia podría venir acompañada de cambios de política económica que causen reacomodamientos relativos entre ganadores y perdedores. ¿O no?

Que la situación se normalizara parecería lo mejor para los argentinos, pero: ¿lo es para su eventual gobierno?

Lo único cierto respecto del futuro es que todo es incierto. Es lógico: el Fernández-candidato no tiene ningún incentivo para dar indicios claros de cómo serán su gobierno. Es más, sus asesores económicos dicen cosas distintas según quién sea el interlocutor.

De confirmarse su victoria, Alberto Fernández deberá demostrar habilidades de equilibrista en varios frentes. En primer lugar, enfrentará contradicciones internas en el variopinto frente que lo llevaría a la victoria (aunque ese ya no sea su nombre). El peronismo, aún unido, no es uno: en el Frente de Todos hay, de manera literal, de todo.

Fernández estará tironeado por los intereses antagónicos de La Cámpora, Massa, los sindicatos y los gobernadores. Éstos últimos no tardarán en reconocer que la vida con Macri les fue bastante sencilla, como sus reelecciones lo prueban. Poner sus fortalezas en riesgo por los camporistas de Buenos Aires no les será de mucho agrado. Fernández, que debe a unos y a otros su llegada al sillón de Rivadavia, deberá evaluar cómo agradar a todos.

También deberá hacer equilibrio en la economía. Una aventura setentista podría ponerlo rápidamente contra la pared. Pero una salida ortodoxa, quizás lo más efectivo desde el punto del que parte, podría enfrentarlo con parte de su coalición electoral. La convivencia entre las restricciones de acceso al mercado y el cerrojo que supone el acuerdo con el FMI requiere un trabajo de artesano para destrabar los conflictos de interés entre bonistas, el FMI y el discurso nacional y popular. El objetivo de máxima debería ser recuperar el acceso al mercado de crédito voluntario. Optar por vivir con lo nuestro, solventando el déficit con emisión monetaria y soslayando al mercado financiero y al FMI, podría abrir el paso a una hiperinflación y un largo tramo en el desierto de la recesión.

Por el contrario, una situación menos controlada podría resultarle más propicia para aplicar una política de shock con menor oposición

Además, Fernández aún debe hacer equilibrio entre el candidato y el casi seguro Presidente. De este equilibrio podría depender la herencia que reciba. Todo lo que haga o diga tendrá mayor impacto sobre el precio del dólar y los activos financieros que cualquier medida que tome Macri.

Que la situación se normalizara parecería lo mejor para los argentinos, pero: ¿lo es para su eventual gobierno? Cualquier contratiempo podría comenzar a corroer su base de sustento. Por el contrario, una situación menos controlada podría resultarle más propicia para aplicar una política de shock con menor oposición.

Bastaría alguna que otra declaración altisonante para volver a agitar al dólar. Aunque aquí también el equilibrio es delicado: romper más de lo justo y necesario podría alargar el período de acomodamiento durante su mandato.

No es sencillo equilibrar en simultáneo los intereses políticos y económicos. El equilibrista Fernández necesitará no sólo una gran muñeca, sino también una favorable alineación astral para lograrlo.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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