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Como ha sido noticia, en la última reunión de “la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños” (CELAC) nuestro presidente ha sido objeto de esa designación.

Debemos continuar glosando la misma, advirtiendo que esa comunidad no es una “organización” sino un “mecanismo”, es decir una suerte de “ámbito foral” intergubernamental de diálogo y concertación política. Y a la vez que dicha “membresía” incluye a los treinta y tres países de América Latina y el Caribe.

Que, como se explica en un documento de la propia “Comunidad”, la misma “surge con el compromiso de avanzar en el proceso gradual de integración de la región, haciendo un sabio equilibrio entre la unidad y la diversidad política, económica, social y cultural de los 600 millones de habitantes de América Latina y el Caribe”.

En la misma fuente a la vez se señala que “desde su puesta en marcha, en diciembre de 2011, la CELAC ha contribuido a profundizar el diálogo respetuoso entre todos los países de la región, en temas como el desarrollo social, la educación, el desarme nuclear, la agricultura familiar, la cultura, las finanzas, la energía y el medio ambiente.”

Es por eso que la a CELAC se presenta a sí misma como un mecanismo de diálogo y concertación política que trabaja sobre la base del consenso, y que trata como foro de avanzar sobre la convergencia de acciones e intereses comunes, a la vez que aspira a ser una plataforma que facilite una mayor presencia de nuestra región en el mundo.

Resulta conveniente, a los fines de ubicar a la Comunidad que nos ocupa en un contexto más amplio, señalar que la misma es una manera nada solapada de avanzar en una vía alternativa a la de la Organización de Estados Americanos, en la que participan, además de la mayoría de los integrantes de la Comunidad, los Estados Unidos y Canadá. Una organización que para poder participar en forma plena –de no cumplir con ese recaudo, su membresía queda en suspenso- se exige la adhesión y el ajustarse de sus miembros a lo que se designa como Carta Democrática.

Esa es la explicación por la cual Cuba está excluida de participar en el organismo, que Nicaragua está por correr la misma suerte, y que en el caso de Venezuela se da la extraña circunstancia que su representación esté en manos de un gobierno en situación contradictoria de encontrarse en un exilio interno.

De donde, vista con la mirada de profanos que somos en la materia, se podría resumir la situación de que por una parte se busca formar un bloque en el que con la OEA o sin ella, pueda sentarse a dialogar desde una posición de mayor fuerza, con los Estados Unidos y Canadá; aunque a la vez dificultada esa estrategia, por las diferencias ideológicas profundas que en una situación de fluidez imprecisable –existen verdaderos “barquinazos” recurrentes y muchas veces en períodos ciertos- en el rumbo de muchos países de la región, con las excepciones de Cuba, Venezuela y Nicaragua, que dan cuenta de regímenes con una ideología férrea, y que acusan una consolidación en el tiempo, que si bien de distinta extensión, se puede contar no en años, sino en décadas.

Las dificultades de transformar en una “cosa única” a la constelación de los estados de nuestro continente en una “patria grande”, como les gusta referirse, aludiendo al conjetural resultado exitoso del empleo de la “vía alternativa” a que nos hemos referido, es observable no sólo atendiendo a la historia de ese intento, sino a que en la última parte del siglo pasado, se ha hecho presente en un “semillero de iniciativas”, algunas de ellas exitosas, pero que en otros casos no han pasado de ser “estrellas fugaces”.

Así, en lo que hace a la historia de este intento, cabría remontarse al Congreso de Panamá, el cual según puede aprenderse con la lectura de algún libro de historia, “es designado a menudo como Congreso Anfictiónico de Panamá en recuerdo de la Liga Anfictiónica de la Antigua Grecia, que fue una asamblea diplomática que tuvo lugar en 1826, en la ciudad del mismo nombre.

Se trató de un congreso convocado por Simón Bolívar con el objetivo de buscar la unión o confederación de los nuevos Estados americanos sobre la base de los anteriores Virreinatos hispanoamericanos, en un proyecto de unificación continental, como lo había ideado el precursor de la independencia hispanoamericana Francisco de Miranda. Y al que asistió la Gran Colombia conformada por los que hoy son Colombia, Venezuela, Ecuador, Méjico y Perú.

A su vez, entre la miríada de organizaciones a las que nos hemos referido, las que pasamos a mencionar sin orden cronológico y absteniéndonos de hacer referencia a su objetivo, por razones de espacio, cabe señalar, entre otras, a las que se indican a continuación.

Así la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR). El Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA). La Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América. El Tratado de Comercio de los Pueblos o ALBA-TCP. La Comunidad Andina (CAN). La Alianza del Pacífico (AP). La Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI). El Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur).

Volviendo a la CELAC, hemos señalado que su objetivo es el de “buscar, encontrar y concretar consensos dentro de su ámbito”. Ahora hemos visto cómo le toca a nuestro presidente tomar en sus manos la posta que puede llevarnos a nivel latino americano a arrimarse en el mayor grado posible a ese objetivo.

Lo repetimos: buscar, encontrar y concretar consensos. Se hace necesario desearle sincera y hasta fervientemente un éxito contundente en el logro de ese propósito. Aún que se deba admitir que esos deseos no resultan en realidad totalmente desinteresados. Ya que ese éxito, cabe suponer que le puede servir de experiencia aplicable tanto dentro de la coalición gobernante, como respecto a nuestra sociedad toda.

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