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Ricardo López Murphy
Ricardo López Murphy
Ricardo López Murphy
Ricardo López Murphy cuenta en su haber, lo que cabría considerar como un auténtico record Guinnes -es como todavía habrá quien lo recuerde de esa manera-, el hecho de haber sido durante poco más de dos semanas (!!!), Ministro de Economía en la Presidencia de Fernando De la Rúa, casi en las postrimerías de su tambaleante paso por el gobierno.

Se “lo dejó irse” – es una manera elegante de no decir la verdad- cuando anunció a poco de iniciar su brevísima gestión, que una de las primeras medidas a adoptar iba a ser una rebaja de la quinta parte –un 20% - en las remuneraciones de todos los que trabajan en el sector público.

Una decisión que produjo un verdadero “tsunami”, el cual -como ahora se dice- “se lo llevó puesto”. No pueden ser otra cosa que conjeturas, cuál hubiera sido la suerte del país, si nuestro personaje hubiera continuando en el cargo, implementando otras medidas, esta vez menos impactantes y en apariencia al menos, no tan radicales.

De cualquier manera, el costo que se terminó pagando por reaccionar contra esa “barbaridad” fue todavía más impactante y mayor. Y aquí, cabe hacer una digresión: a la luz de esa experiencia se vuelve más explicable la circunstancia que al actual gobierno ni se le pesara por la cabeza, el pensar como una “contribución solidaria” más, la rebaja de los sueldos del personal del estado, al que se reemplazó por ineficaces y hasta tramposas “contribuciones voluntarias”. Es que ello viene a confirmar el hecho que en el caso de los que trabajan para nuestro Estado, nos encontramos ante una de las tantas “vacas sagradas”, ya que se trata de aquellas que “se las ve, se las mira, pero nunca se las toca”.

Dando como da, la impresión de la idea –que no es muy conocida, y menos respetable en muchos de nosotros- de lo que hace que una persona sea reconocida como un auténtico “hombre público” –en medio de una sociedad en las que ellos parecen brillar por su ausencia- no es de extrañar que a pesar de aquella decisión impopular fallida a la cual hemos hecho referencia, se postulara como candidato a presidente en dos oportunidades, en 2003 y en 2007. La primera vez logró el 16,37% de los votos, no muy lejos del 22,25% que había obtenido Néstor Kirchner, quien luego ganó la presidencia.

Ahora parece decidido a volver a reincidir en el intento. Convencido de que no es cierto que nunca “las segundas partes fueron buenas”, y en su caso añadiendo que considera que no solo “no hay dos, sin tres”, sino que “la tercera es la vencida”. Se trata de algo que ha dejado claro –ya se había encargado de insinuarlo con anterioridad de una manera repetida- en el transcurso de una entrevista que le hiciera el diario La Nación y que publicara en su última edición dominical, cuando señala en ella, su intención de “facilitarle a la sociedad un espacio que exprese a los que discrepan con la narrativa y la práctica de este Gobierno y a los que también tienen una evaluación muy negativa del período anterior”.

Destaca que “hay una gran frustración por cómo funcionan el sistema político y las representaciones. En vez de estar criticando, lo mejor es proponer una salida. En la sociedad argentina hay un déficit de representación de los que generan valor, de los que producen. La única cosa en la que piensa el Gobierno, es subir los gastos y los impuestos. Mientras que hemos llegado a un punto donde ya no tenemos espacio ni para una cosa ni para la otra”.

Es por eso que parte de considerar que “el gran problema es, a la salida de la pandemia, no ponernos en un compromiso de gasto permanente que haga que no lo podamos afrontar. Ya veníamos con desequilibrios agudos antes de la pandemia. Lo peor que podemos hacer, y que se hizo en 2008 y 2009, es agregar gastos irreversibles y recurrentes que hagan inviable el financiamiento del sector público.”

Sigue explicando que “nosotros a través del gobierno, gastábamos alrededor de 25% del producto. Y hemos pasado a gastar cerca del 45%”. De allí, añade, que “lo primero que haría es tomar el presupuesto del año 2000 y compararlo con el actual, para ir eliminando los subsidios e ir readecuando la cantidad de personal necesario”.

Es que, pontifica, “el Estado no puede ser un mecanismo de sobreempleo. Ese sobrecosto impide que el sector público tenga la competitividad adecuada y genere la inversión y la producción que se necesitan para competir en el mundo”.

De allí que agregue que “una buena forma de ver cuándo una política tributaria es inviable es cuando la inversión del sistema privado colapsa, su capacidad de ganar dinero colapsa. Eso, en la Argentina, lo teníamos antes de la pandemia”.

De allí que, según sus palabras, “uno tiene que hacer que el gasto sea consistente con los recursos normales tributarios que se pueden recaudar. En general, hay que evitar bajar artificialmente el gasto con algún rezago en los ajustes. La forma correcta de hacerlo es con una reestructuración integral del Estado, que no debe ser necesariamente muy ambiciosa, debe volver a lo que era en tiempos normales, antes de la extraordinaria suba que vivimos entre 2008 y 2015, como dicen los informes que llevaron a los acreedores.”

Interrogado acerca de la febril marcha de la maquinita en la actualidad, explica que no concibe a la emisión galopante actual como “un fenómeno viable ni sostenible. Durante la pandemia, uno tiene circunstancias excepcionales que desaceleran la velocidad de circulación. Cuando volvamos a la normalidad, la velocidad de circulación volverá a lo que era y ahí habrá un problema muy serio. Por eso es prudente no depender de la emisión monetaria. Pero si me dicen que esto es transitorio y hay un programa para retirarla cuando salgamos de la pandemia, ahí tendría menos preocupación. Pero no veo que esté esbozado ese programa fiscal y monetario de normalización”.

Considera después que “en la Argentina el problema no es solo la alta carga tributaria, sino que no se tributa homogéneamente y hay mucha evasión. Pero si en esas condiciones se sube la carga tributaria, se va a cazar en el zoológico. Y entonces, se fomentan crecientemente la informalidad y la improductividad. Además, nuestra Constitución dice que la igualdad ante la ley es la base de los impuestos y de las cargas públicas”.

Añade que “he censurado fuertemente esta nueva norma del Banco Central que posibilita comprar al dólar oficial a los que han sido afectados por determinadas leyes. Creo que no habría que venderle a nadie el dólar oficial privilegiadamente, por este concepto de igualdad ante la ley. Tampoco vendería los US$200 a los dos millones de argentinos que los compran todos los meses. Tendríamos que ir rápidamente a un tipo de cambio realista. No deberíamos estar subsidiando a nadie ni vendiéndole dólares baratos”.

“Otra regla le digo: si con algo tienen que ser austeros y asépticos es con el gasto del Tesoro, donde se debe ser ejemplar. Qué mal estamos si creemos que tenemos que darles pensiones de montos extravagantes a los presidentes y ajustamos a los jubilados de menores ingresos. Hemos perdido el quicio. Eso está ocurriendo: acceso barato al dólar de los amigos y pensiones graciables extravagantes con retroactivo. Algunos pretenden cobrar dos, además del sueldo, y en ese contexto concentramos el ajuste en no pagar lo que corresponde a las jubilaciones. Es un esquema disparatado”.

Recalca que “el principal problema que tiene la Argentina, es cómo vigorizar la recuperación. Salir de la crisis vendrá de la iniciativa privada, del coraje de nuestras pymes, del esfuerzo y de la oportunidad que les demos al trabajo y a la producción. Eso requiere terminar con la batalla contra el trabajo, contra el empleo, generar un régimen que sea lo más amistoso y flexible para que las pymes se puedan recuperar. Pero seguramente no provendrá como dice el Gobierno de un gran programa de inversión pública. ¿Con qué lo van a financiar?”.

Es por eso que “en vez de meterse en el sector privado, de entrometerse en todas las actividades, de violar el debido proceso, de desconocer la ley de concursos, las contribuciones y el federalismo, tiene que llevar adelante con mucha claridad su programa de salud, sus reglas de juego, anunciarle al país cómo salimos de la cuarentena, cuál es el presupuesto y cuál es el programa económico.”

La pregunta que queda flotando es “¿quién le pone el cascabel al gato”?

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