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No sé cómo llamarlos a los que escriben cartas a los diarios. Cartas de lectores, que le dicen. Y a las que, según me han contado, en los diarios de mayor circulación de las grandes capitales del mundo, les tienen reservado un espacio grande y especial de una manera permanente.

Mientras tanto, a mí me parece que los que no son “escribidores seriales” de cartas, me da la impresión que son periodistas frustrados o resultan tipos pretenciosos con muchas ganas de hacerse ver.

A mí me viene a la cabeza para explicar lo que creo que son, el ya sin uso término de “ortiva”, que según me dicen es una forma que trata de ser menos humillante que hablar de un “batidor”. No estoy bien seguro de lo quieren decir bien esas palabras, pero por lo que entiendo al escucharlo en boca de un viejo que alguna vez ha sido joven, sería una suerte de “buchón” o “soplón”, pero eso sí, un soplón que en realidad es una cosa bien distinta, dado que se trata de alguien que tiene dignidad. En cambio, ¿existe realmente un buchón con dignidad?

Me explico mejor, el escribidor es alguien que cumple el deber cívico, dicho esto en palabras que suenan pomposas -aún más dan la impresión de ser incomprensibles por falta de ejercicio y uso- poniéndose a bocinar una denuncia contra una falla (cuando no) de alguna autoridad, o dar a conocer una cuita suya en la que pueden reconocerse muchos otros, y de esa manera tener el alivio de sentirlos solidarios con él.

Y lo que es más grande todavía, son personas que vienen a dar la cara, estampando su firma y DNI al final, en estos tiempos de engendros tecnológicos que hacen posible calumniar en forma anónima.

Yendo a la carta que me leyó mi tío, una vez que terminó de hojear el diario; se trataba de una persona que viajó a Mallorca, les aclaro para los que no lo saben que es una isla española que está en el Mediterráneo. Una persona presumo de edad avanzada, porque se le había acabado un remedio que toma diariamente y en las farmacias de allá no lo conocían por el nombre, por lo que tuvo que ir a la consulta de un médico, muy amable él, que le solucionó el problema, y de yapa no le quiso cobrar nada por la molestia.

Mi tío habló aquí de “gauchada”, aunque dudo que los mallorquines conozcan esa palabra, sobre todo que, como pasa con el “deber cívico”, la “gauchada” es cada vez más rara de ver y por eso también está cayendo en desuso la expresión.

Pero me estoy distrayendo. Porque lo que contaba, mi ya casi amigo, es que cuando fue a comprar el medicamento se encontró con que medido en dólares el precio de lo que allá le costaba era la tercera parte de lo que le hubiera costado en casa, y hubiera sido mucho menos de haber viajado antes de la devaluación.

En fin, el “costo argentino” que le dicen. ¡Lástima que Mallorca quede tan lejos y no a la vuelta de la esquina!
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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