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Las confrontaciones entre nosotros han descendido a niveles inimaginablemente deplorables, en estos tiempos preelectorales, en los que se ve poco menos que encender al país, por actitudes de una gravedad sesgada. A la vez, la reacción que ellos han provocado en un país desangrado como resulta de una inflación imparable, y en medio de niveles de pobreza que no dejan de crecer, vuelve más preocupante un diagnóstico que de por sí ya lo era.

El protagonista principal de este conflicto, que vemos agigantarse con inquietud, es un discutido “hombre de la política”, que ha ido acumulando puntos en su imagen pública negativa a medida que circulaba por diversas posiciones de gobierno a lo largo de los años, sin que sus experiencias negativas, que con su paso por ellas ha ido recogiendo, le sirvieran lamentablemente de enriquecedora enseñanza.

Como es sabido todo comenzó por la reacción del personaje ante el contenido de un “dibujo hablado” que, en forma regular, publica un reconocido humorista, en su versión de humorismo político, en uno de los diarios con difusión de alcance nacional. A lo que siguió ese mandoble en forma de mensaje críptico, en el que se vio además de una advertencia rebuscada del mal trato que podrían llegar a sufrir las hijas del humorista en algún momento, en el caso que este no volcara su creatividad en ámbitos ajenos a la actualidad política. Y al que por añadidura hubo quienes vieron en él, implicancias antisemitas: dada la vinculación imprecisa de la escuela a la que concurren esas niñas, con la comunidad judía.

En medio del clamor provocado -lo reiteramos- por ese mandoble verbal, el cual de cualquier manera naturalmente provoca el temor de que pueda ser seguido por otros de naturaleza material, y, por ende, con efectos de una consistencia extrema; clamor que en contraste con el silencio de radio gubernamental, llegó hasta el pedido de renuncia a su cargo de ministro que ocupa el personaje que “se fue de boca”, hemos escuchado de una postura, en la que se busca “explicar” - explicar y no sumarse al coro de indignados, por más que el juicio no discrepe en el fondo con aquellos- el trasfondo desencadenante de lo ocurrido.

Esa postura parte del presupuesto que el ahora ministro ha construido para sí mismo una imagen de compadrito de modales suaves, cuya ambigüedad se traduce en que sus mensajes puedan ser vistos tanto como los desahogos ingeniosos y que hasta pretenden ser divertidos de un “bocón”, como también el contenido de auténticos mensajes mafiosos. De donde del juicio de cada cual de los que conforman la audiencia, depende la forma de encasillarlo.

En tanto, no es nuestra intención, ni adentrarnos en especulaciones, ni en echar más leña al fuego. Es por eso que nos limitamos a señalar que esas, sus expresiones, no se compadecen con el “comedimiento” que debe guardar un ministro, salvo que entre tantos otros males que supimos conseguir, añadamos el de la “entronización de la guaranguería”, -en este caso, para tantos malévola- en lo que se muestra como un paso más en el camino que transitamos, y que tiene como meta no advertida ni del todo, ni por todos, la demolición de lo que supo ser la aspiración de consolidar en nuestra comunidad una convivencia civilizada.

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