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A decir verdad, nunca tuve, lo que se dice una mascota. Palabra con la que según he visto, y me ha encantado que me lo cuenten, no es sino un “animal de compañía”.

Es que solo recuerdo haber tenido en mi casa un tero, con las plumas de una de sus alas cortadas, para que “no se las tome” al oír los gritos de una bandada de ellos que volara sobre el jardín.

También tuve, cuando era chico, en el jardín de mi casa, un pato silvestre, que no sé cómo llegó allí y del que se decía que era un pato silbador, como un sirirí. Animales cierto. Pero de compañía cero. Como pasaba con las palomas con las que a mi papá se le ocurrió poblar un palomar que construyó en el fondo de la casa, las que duraron poco y acompañaron menos. Porque se las llevaron de un raje, cuando a dos de ellas se les ocurrió entrar en la cocina y dejar la señal de sus “necesidades” en el piso. Debo decir que mi padre siguió siendo compañía de mi madre, sin ser una mascota porque no era un animal, aunque por un corto tiempo se lo vio entre cabizbajo y con vergüenza, no sé si porque para él las palomas eran mascotas, o por las cosas que le había dicho mi madre.

Las mascotas comunes y corrientes son los perros y los gatos, aunque a veces no se llevan bien entre ellos como se dice. Las mujeres prefieren a los gatos, sobre todo si cargan muchos años y les ha tocado vivir solas. Debo reconocer que a mí los gatos me gustan poco y nada, por no decir nada y desconfío de los hombres que dicen que los ven con buenos ojos y hasta le pasan la mano sobre el lomo como prueba de cariño.

Con los perros me llevo bien, aunque prefiero mirarlos de lejos. No en el caso de esos animalitos que hasta me cuesta considerarlos perros, que se los ha visto aparecer y se ven en todas partes. Enanos y lanudos, cuando no les cortan el pelo. Una creación de laboratorio, supongo. La mascota ideal, para aquellos a quienes divierte haberles enseñado a moverse en dos patas y moviendo los bracitos, cuando no la llevan enrollada en un brazo, como hacen los uruguayos con los termos, o se la pasan de mano en mano en una rueda, como hacen las nenas cuando juegan a las muñecas.

En cambio, siempre me queda la duda, si se puede considerar una mascota a un animal silvestre como una liebre, una comadreja o un lagarto overo, por más que uno lo lleve a la casa y conviva con uno de ellos. “Ni se te ocurra”, me dijo una vieja maestra a la que le hice la pregunta.

Algo que no me sorprendió nada, desde que se ha vuelto ecologista, que le dicen. Y se la escucha todo el día, inclusive muchas veces sola, hablar de pueblos originarios, montes nativos y arroyos de aguas limpias.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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