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Cuando echarle la culpa a un peso fuerte es simplificar el análisis

Hay ciertas cuestiones que a la gran mayoría de nosotros nos aparecen como lejanas, casi etéreas. Por ejemplo todo lo que tiene que ver con las estadísticas, o los índices, los que por lo general parecen ser de utilidad solo para quienes conducen naciones cuando no grandes empresas. Tal vez por eso mismo, por ese desinterés nuestro, quienes hoy nos gobiernan le hacen poco o casi ningún caso a las estadísticas preparadas por otros, mientras que con las propias la tendencia es a ignorarlas o directamente falsearlas.

A propósito del tema, estos últimos días fue dado a conocer, como todos los años, el Índice global de Competitividad, ranking elaborado por el Foro Económico Mundial. Lejano como puede parecer este anuncio a nuestra vida de todos los días, leerlo con detenimiento sin dudas nos debería ayudar a entender mejor el donde estamos parados como país y porque no ocurren algunas de las cosas que nos suceden.

En este último reporte, Argentina cayó al puesto 104 entre 148 países encuestados, después de ocupar el puesto 94 en el 2012 y el 85 dos años atrás. En primer lugar quedó Suiza y en el último Chad. De los países de la región se destacan Chile y Panamá, en los puestos 34 y 40 respectivamente, mientras que los tres países latinoamericanos del porte de Argentina, México, Brasil y Colombia, quedaron en los puestos 55, 56 y 69. Nada muy espectacular, es cierto, pero varios cuerpos delante nuestro. Los países con los que Cristina Kirchner nos comparó días atrás, Canadá y Australia, quedaron por su parte en los puestos 14 y 21.

Por lo general, estamos acostumbrados a escuchar que la competitividad se logra debilitando el peso vía una devaluación. Eso es solo parcialmente cierto ya que hay otros indicadores cuyo impacto es igual o mayor a la hora de medir cuan competitivo es un país determinado. Indicadores tales como la relevancia del mercado interno y el nivel educativo de la población, los que en el caso de Argentina la ayudaron, y mucho, para que la evaluación final no haya sido mucho peor aún. También importan, y aquí nuestras calificaciones fueron extremadamente malas, la inflación, la corrupción, la ineficiencia estatal, las excesivas regulaciones como el cepo al dólar o la arbitrariedad en los permisos de importación, el llamado capitalismo de amigos, esto es para los amigos todo, para los enemigos nada, y el estado de la infraestructura.

Para todos los que opinaron en esta encuesta, que son todos aquellos que realizan inversiones de riesgo y de largo plazo en los distintos países encuestados, el buen funcionamiento institucional es esencial al momento de tomar una decisión de inversión, las que por lo general son de envergadura importante y por tiempo muy extendido. Y es precisamente esta gente la que ha estado retaceando sus inversiones en Argentina como nunca en estos años, lo que es sin dudas coincidente con el resultado del estudio. La debilidad en los índices de creación de empleo privado es también un reflejo de esa mirada.

El gobierno nuestro de estos días, ha optado mientras tanto por no interesarse en esa luz amarilla, eligiendo en cambio dirigir los reflectores en dirección al dato de que se han creado más de un millón de empleos públicos durante la gestión de los Kirchner. Situación que se ha podido mantener gracias a un estado floreciente y multimillonario que ha podido disfrutar de la coyuntura internacional más virtuosa para Argentina en los últimos 100 años.

Considerando la cantidad de recursos estatales, fondos exorbitantes de los que todos somos testigos como han sido desparramados a troche y moche y muchas veces sin ningún sentido, esa situación de desconfianza progresiva entre los agentes económicos no parece haberle preocupado a nadie hasta ahora, mucho menos al gobierno. Claro, tampoco parecía hacer falta. Pero las cosas han cambiado.

En un mundo cada vez más globalizado, donde el que no está preparado para interactuar y competir terminará sufriendo en forma, aun cuando decida cerrarse económicamente aislándose del mundo, Argentina ha llegado a un punto donde los caminos se bifurcan. O nos damos por enterados sobre que piensan de nosotros quienes deciden y pueden elegir en qué lugar del globo realizar sus inversiones y actuamos en consecuencia, u optamos por no darnos por aludidos mientras continuamos mirándonos al ombligo. Si esa es la decisión, como ha sido el caso hasta ahora ya sea por desidia, soberbia, o ignorancia, nos estarán llevando a un lugar del que será muy difícil salir. Y donde echar las culpas a otros, deporte nacional de nuestros políticos, será tarea inútil. Ahí, justo ahí, es donde estamos parados.

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