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Y si ellos tienen poco espacio para experimentos progresistas, imagínense nosotros

Cuando uno escucha hablar de Finlandia uno no puede no asociar ese país con la idea de un gran gasto social, hoy se lleva casi un tercio del presupuesto y es uno de los más altos del mundo desarrollado, y también con el concepto de ingreso universal. En el 2017, Finlandia inició un programa piloto de dos años de duración, con la idea de -si era exitoso- hacerlo extensivo a toda su población de 5.5 millones de personas.

Por Rubén Denis

El programa piloto en cuestión inaugurado el año pasado incluye una remuneración mensual de 560 euros para unas dos mil desempleados entre 25 y 58 y elegidos al azar. El monto no fue un capricho de la burocracia estatal sino la intención estatal de que entre esta gente se realizara la prueba de entregarles, a cambio de contraprestación alguna, el equivalente de un sueldo mínimo vital y móvil.

Considerando lo avanzado de Finlandia en lo que hace a sus políticas sociales, reconocimiento compartido con el resto de los países escandinavos, la sorpresa entonces no reside en la decisión de explorar más profundamente la idea de un ingreso universal para todos y cada uno de los finlandeses sino otra, abrupta e impensada, de darle punto final a la prueba piloto, a un año de su inicio y sin siquiera esperar hasta su final para sacar conclusiones no tan apresuradas.

Es más, además de ponerle un punto final a esta experiencia, la decisión fue también de controlar más estrictamente, e incluso reducir los montos del seguro de desempleo, lo que es una herramienta importante de contención social. La iniciativa, por cierto todavía no del todo aceptada entre la población local, implicara ahorros fiscales de decenas de miles de millones de euros por año.

Parece que la felicidad completa no existe. Para nadie. Ni para un país rico, progresista, e institucionalmente preparado para iniciar un camino que en casi cualquier otro país del mundo sería el inicio seguro de prácticas corruptas y manifiestos conflictos de interés.

Lo que nos lleva a preguntarnos si una idea como esta, que goza de tanto predicamento en buena parte de nuestra clase política, podría alguna vez llegar a buen puerto en Argentina. La asignación universal por hijo o AUH fue y sigue siendo una buena iniciativa para darle algún tipo de mínima cobertura a los sectores sociales más desposeídos y desprotegidos de nuestra república. Pero su universalización, es decir que todos y cada uno de nosotros sea elegible para recibir una ayuda mensual del estado argentino sigue sonando más a una utopía que a una idea realista y de posible concreción.

Como decíamos más arriba, Finlandia es un país rico, institucionalmente fuerte y de mentalidad progresista, además de contar con una muy baja población. En Argentina si cumplimos la condición de progresistas, más por interés que por convicción, pero no somos ricos, no tenemos instituciones fuertes -que puedan evitar el despilfarro y la corrupción-, y encima tenemos 45 millones de bocas que atender. A esta altura de los acontecimientos, deberíamos haber aprendido que esa idea de Argentina como país rico quedó solo en los libros de historia, con una disponibilidad razonable de recursos naturales pero con otra claramente insuficiente de recursos humanos.

Aunque no iletrada, la población argentina hoy no está en condiciones de competir con éxito con casi ninguno de los países desarrollados, en un momento de la historia donde el capital humano se ha vuelto central para definir la riqueza o pobreza relativa de un país cualquiera.

En definitiva, aunque no nos guste, el camino de Argentina parece ser el más escarpado y difícil. Tenemos poco para repartir, no lo hacemos bien, y al día de hoy no parece que tengamos una idea muy clara de cuál es el camino a seguir para garantizarnos primero crecimiento y luego progreso en un marco institucional y jurídico más estable. Cualquier política más ambiciosa de distribución será solo un sueño irrealizable hasta que ese camino no sea trazado y su curso se vea como posible y previsible. Mal que nos pese, no somos Finlandia y bien lejos estamos de poder llegar a ser lo que ellos ya son desde hace un largo rato.
Fuente: El Entre Ríos

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