Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
En tiempos de emergencia sanitaria y económica como son estos, resulta imposible ocuparse de otros temas que no sean propios de la coyuntura. Nuestros días transcurren angustiados entre la pandemia y sus catastróficas consecuencias, por un lado, y el devenir de una economía que nos agobia con inflación y pobreza por el otro.

Poco lugar hay entonces para ocuparse de temas más emparentados con el mediano y largo plazo, absorbidos como estamos sobreviviendo el día de hoy. Después de vivir un 2020 dramático en términos de caída de la economía -cayó un 9.9% y fue una de las más castigadas de la región-, ahora nos entusiasmamos con un rebote para el 2021, al que algunos llaman de gato muerto, que podría estar en el orden del 6 o 7%. Siempre pensando exclusivamente en el presente, son varios los que ya dicen ¨estamos mejor¨.

Pero resulta que si nos abstraemos del aquí y ahora por cinco minutos y decidimos enfocarnos unos pocos segundos en alguno de los indicadores de más largo plazo, como la inversión por ejemplo, el diagnostico se vuelve más que preocupante. La tasa de inversión, que el año pasado alcanzó mínimos históricos muy cercanos al 10% y hoy se esfuerza por superar el 15%, no augura por cierto ninguna recuperación sostenida.

Para los que no son de seguir con atención indicadores económicos, la tasa de inversión es el cociente entre la inversión propiamente dicha y el producto bruto de nuestro país.

Les recuerdo también a quienes no son de seguir estos intríngulis, que cualquier país necesita ir recuperando cerca de un 20% de su estructura productiva por año, ya que su continuo uso la desgasta y el paso del tiempo la va volviendo obsoleta. Eso requiere entonces de una inversión permanente, y si uno tiene que invertir todos los años un equivalente a ese 20% para mantenerse solamente en el mismo lugar, y no lo logra, la conclusión es muy obvia. Nos estamos comiendo el capital con un aparato productivo que se achica, lo que hace literalmente imposible cualquier posibilidad de desarrollo sustentable. Esto es menos puentes, menos caminos, menos hospitales y escuelas, menos fábricas, menos puertos, menos infraestructura de servicios públicos, etc, etc.

Hoy, resultado de la pandemia pero también de la desconfianza que despierta el gobierno entre el sector privado, -con un sistema judicial cuestionado, con normas básicas de convivencia y comportamiento que no se cumplen, con presión impositiva récord y con una inflación desbocada-, todos aquellos que deben invertir lo están haciendo en cuotas mínimas. En esta Argentina del siglo XXI no hay grandes inversiones, ni grandes obras, y todo lo que se hace es en muy pequeño tamaño y escala. Son todas más cosas de mínimo mantenimiento, el mantener atadas las cosas con alambres, mientras ¨vamos viendo¨.

La señal que nos envía esa falta de inversión, el desinterés por plantar capital en nuestro suelo, es un indicador de lo que seguramente siga sucediendo con la performance de nuestra economía, no en los próximos días sino en los próximos años o décadas.

Es por algo que este camino que llevamos de desbarranque económico permanente y de pobreza estructural ¨in crescendo¨ lleva ya un largo rato. En Argentina no hay inversiones significativas desde hace décadas, y nada hace pensar que esa tendencia podría revertirse en el próximo tiempo. Para comenzar a desandar otro tipo de camino, es necesario que el gobierno deje de pensar en el incremento de los planes sociales como solución mágica y única y se preocupe de una vez por todas en cómo volver a generar riqueza. Y para generar riqueza hace falta inversión. Mientras tanto, nuestro capital productivo sigue en caída y por ende la pobreza en aumento. No parece tan difícil de entender.
Fuente: El Entre Ríos

Enviá tu comentario