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La del 24 de marzo fue en muchas partes de nuestro país, más que una conmemoración válida, la señal acabada de un retroceso.

Ya que se asistió en esa circunstancia al agotamiento de la desnaturalización de lo que cabe considerar una conmemoración necesaria, en cuanto debería servir para que todos nos unamos en la rememoración de lo que fue la mayor de nuestras tragedias colectivas, la que -como ningún otro acontecimiento de nuestra historia-necesita de que hagamos nuestro un Nunca más, el que para todos es necesario, como una convicción internalizada hasta el punto que la hagamos parte de nuestra carne.

Un nunca más abarcador, en cuanto incluya a víctimas y victimarios, que en una confusa mezcolanza se los ve, tantas veces, intercambiar sus roles, en todos los casos trágicos. Pero al ha obstruido, en gran parte al menos, la manipulación política que se ha venido haciendo – y nunca lo fue más explícita que en esta recordación- que llevó a que se viera fragmentada en algunos sitios en dos y hasta tres actos simultáneos.

El periodista entrerriano Ceferino Reato, recogió conceptos del prestigioso semiólogo, filósofo e historiador búlgaro-francés Tzvetan Todorov, que dejó escrito en la Esma un mensaje -incluido en un artículo publicado en el diario español El País el 7 de diciembre de 2010- que dice: ". . . la sociedad necesita conocer la Historia, no solamente tener memoria. La memoria colectiva es subjetiva: refleja las vivencias de uno de los grupos constitutivos de la sociedad; por eso, puede ser utilizada por ese grupo como un medio para adquirir o reforzar una posición política. Por su parte, la Historia no se hace con un objetivo político?(o si no, es una mala Historia), sino con la verdad y la justicia como únicos imperativos".

Pero en nuestro caso, no se trata tan solo de reconstruir el pasado con proba objetividad, sino de edificar el futuro. Es cierto que para que ello se haga sobre bases sólidas, es indispensable contar con una historia que exhiba esa solidez, pero ella es tan solo una condición necesaria, pero no suficiente, para marchar hacia adelante.

Porque resulta indispensable que se haga presente el arrepentimiento; un arrepentimiento que debe ser colectivo, en la medida que todos fuimos responsables de la suma del conjunto de circunstancias que llevó en su momento a tanto horror. Arrepentimiento que debe significar el pesar que se siente por algo que se ha hecho, dicho o dejado de hacer. Y que a la vez es el prerrequisito esencial para el perdón recíproco, sin el cual no es posible la reconciliación que deja atrás una sociedad rota y abre la posibilidad real de poder comenzar a marchar juntos.

Mientras tanto, nuestra sociedad, más allá de lo que se sostiene son alentadoras mejorías, que ojalá que así lo sean, está constituida por dos grupos cerrados, fuertemente ideologizados, en los que todavía siguen pesando sus ideas y rencores del pasado fogoneados por un número cada vez menor –la vida no es eterna- de quienes fueron protagonistas en esos enfrentamientos fratricidas del pasado.

A la mayoría de ellos les resulta difícil el arrepentirse, en parte porque de hacerlo suponen dejarían a su existencia sin sentido y en parte también por ignorancia, en el caso de los que han recibido un relato cuando menos sesgado del pasado, a los que se suman aquéllos que hacen de la militancia no una cuestión existencial, sino un medio de vida.

Entre ambos se encuentra una mayoría casi pasiva, en que prima la resignación y el instinto de supervivencia, dado lo cual no es extraño que haya sido llevada a los bandazos de un extremo a otro, para pasar de estar convencidos de que “los argentinos somos derechos y humanos”, a espantarse ante tanto horror conocido a medias.

Situación que ahora puede volver a repetirse, en lo que sería el resultado de que nos movemos en una calesita infernal, cuando se ve a tantos reclamar una policía de mano dura – la que otros designan como de gatillo fácil- y poco falta que se pida sea condecorado el policía Chocobar; mientras que por el otro lado parecen no ver –por empezar por no querer mirar, y si lo hacen por no importarles lo que ven- lo que sucede en las calles y se sientan en estadios o salones con ladrones que andan sueltos, lo que debería llevarlos a comprender que eso de no haber sido cómplices los transforma en apañadores.

De allí que se hace necesario que esa mayoría de nosotros, más que predicadora, haciendo muestra del “no te metás”, se despierte prorrumpiendo en un estentóreo ¡Basta! que a la vez implique dejar incólume al Nunca más.

Porque debemos dejar de pelearnos por la forma de contar a quienes entonces fueron muertos - y cuando así lo decimos, nos estamos refiriendo a todos ellos, y sin incurrir en el craso error –digno del actual gobierno polaco que por ley sanciona a todo aquel que afirme que hubo colaboración de polacos con los nazis y que ahora establece también por ley y en cifras redondas el número de víctimas de la represión estatal- y que debemos vestir con otro ropaje a las ideologías de los fracciones en pugna, las que si no eran los "dos demonios" de los que hablan algunas de las interpretaciones de lo ocurrido, en el fondo venía marcado, en su núcleo más hermético, tanto por sentirse iluminados unos por "la cruz y la espada", y no por el pluralismo de la "civilización occidental y cristiana" de la que solo le queda poco más que lo de occidental; y otros que creen en una "revolución socialista" en la que, por lo que después hemos visto, se entremezclaban jóvenes auténticamente idealistas, con otros más pragmáticos que caen adecuadamente en el nuestro casillero de "los grupos reprimidos con alto nivel de aspiraciones".

En estos tiempos se sigue hablando mucho de “la grieta”. Pero se habla poco y nada de sus consecuencias, que según la acertada reflexión de un pensador español, no son otras que "un país o una sociedad rotos". En consecuencia, algo destrozado cuyos trozos, carecen de valor en ese estado sino se vuelven a pegar por sí solos. Algo en apariencia archisabido pero que no estaría demás le prestemos atención.

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