Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
Tanto donde las estadísticas son más esperanzadoras como también en aquellos lugares en los cuales empeoran día a día, la gente hace lo que sea por demostrar que quiere dejar en el olvido los tiempos de confinamiento. Celebremos que la sociedad pueda tomar aire y sentirse libre.

Las imágenes de París, Niza, Miami, Nueva York y cuantas ciudades más son la envidia de los porteños pero también del resto del país donde, a pesar de haber muy pocos casos, las autoridades, cobardes o amigados con este dominio súper poderoso sobre la sociedad civil, actúan con una exagerada y en ocasiones delirante cautela.

En Argentina creíamos, hasta hace unos días, que éramos un modelo mundial por mantener en prisión domiciliaria a la población durante decenas de días. Poco a poco el relato cae.

Al principio pedíamos por una vuelta inmediata al trabajo con medidas sanitarias, pero los amantes del aislamiento (que en buena parte son periodistas de medios de comunicación audiovisuales que nunca dejaron de ir a su trabajo y que, para colmo, en muchos casos se infectaron y, como le ocurre al 98% de los contagiados, se curaron) decían que la economía iba a caer de todas formas por el alcance global de la pandemia, y que nada se podía hacer. No solo que la caída es cada día más estrepitosa que lo estimado, sino que se cargaron con los sueños y el trabajo de muchos, pequeños comerciantes sobre todo, que incluso se habían comprometido a volver a la actividad de manera responsable.

Ahora ya no es solo una cuestión económica, sino también de la salud mental de los argentinos. Muchísima gente está saliendo e incluso violando los interminables decretos dado que no soportan más el poder invisible de la infectadura que nos quiere guiar hacia lo que podemos hacer y lo que no con nuestras vidas. Por dar algunos ejemplos, al ver las imágenes de los rosarinos disfrutando del fin de semana a la orilla del Río Paraná o de los runners de la Capital Federal, que poco daño hacen al aire libre, uno esperaría que no saliera la policía a la calle para privar a la gente de ese “lujo de la nueva normalidad”. Pero no – es una cuestión de “imagen”, dijo el Ministro de Salud con su reconocido bagaje científico.

En algunos países de Europa ya ni siquiera se cuentan los infectados durante los fines de semana. Las imágenes muestran la otra cara de las reacciones frente a la pandemia. Londres con la revolucionaria vuelta de los pubs. Niza, ciudad costera de Francia, con multitudes celebrando en las calles a la orilla del Mediterráneo. Florida, uno de los estados más críticos de Estados Unidos, con la gente yendo a la playa como si el virus no existiese. Los rebrotes que se observan en el mundo son los de la vieja normalidad, esa que muchos quisieron ver caer pero no se les dio (lo siento, otra vez será).

¿Existe el coronavirus? Negarlo sería absurdo. Pero la letalidad es baja y más en los que tienen mucha vida por delante. En los países que se sobrepusieron a la crisis sanitaria y en esos donde los medios y nuestros políticos dicen que es una catástrofe. Para muchos no llega a ser más que una gripezinha (así la define el polémico presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, que testeó positivo). Y si bien se puede pelear contra ésta, la estrategia no puede basarse en estirar hasta el infinito el estado de emergencia. “Vivir implica también un riesgo” dijo Miguel Ángel Pichetto hace un tiempo. A pesar de la lluvia de críticas, el tiempo y el hartazgo con la situación a nivel mundial le dieron la razón. Vivimos asumiendo riesgos sin ser conscientes de ello y cada día que pasa la gente asimila más y más al Covid-19 entre los riesgos que tocan sortear. Sino pregúntenles a las multitudes que colmaron las playas de Miami el fin de semana. O a quienes ahora, en las encuestas, ven más riesgos en la economía y el desempleo que en el virus.

¿“Para ser libre hay que vivir”? Más preocupante para la vida serán los daños colaterales, apenas comentados tímidamente por ahora. Queda claro que no se puede llamar vida a la vida en cuarentena. Si, 117 días pueden parecer poco. Pero no lo son para nadie, y menos para las personas de la tercera edad, a quienes supuestamente protegemos. Cada día es un nuevo exceso de interferencia en los proyectos de vida de cada uno de los ciudadanos, que lógicamente se sienten menos libres que nunca y cada vez más presos del análisis de expertos a los que les gusta figurar.

A los que pensamos que las autoridades deben permitir que la normalidad retome su curso, tomando medidas sanitarias específicas y no prohibiendo la vida misma, o a los que valoramos la capacidad de los unos y de los otros para hacerse responsables frente a la situación, se nos ha etiquetado como locos. Pero cada día la gente se convence más de esta alternativa; los locos terminarán siendo los otros.

Celebremos el fin del confinamiento total como alternativa.
Fuente: El Entre Ríos

Enviá tu comentario