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En la actualidad existen pocos lugares en el mundo que estén exentos de la posibilidad de ocurran en ellos atentados terroristas.

Y que sus protagonistas sean fundamentalistas musulmanes la probabilidad es también elevada. Aunque no hay que descartar que especímenes, por ahora solitarios, de esa otra horrible categoría en la que se embolsa a los “supremacistas blancos”, sean responsables, en especial en los Estados Unidos, de algunos de ellos.

Sin dejar de computar la posibilidad de la existencia, de lo que en nuestro lenguaje coloquial conocemos como “locos sueltos”, que por circunstancias diversas, como puede ser un desgraciado desequilibrio mental, la maceración persistente de odios minúsculos, o simplemente porque al odiarse a sí mismo con una intensidad inconmensurable, están compelidos no solo de dañarse sino a dañar lo más posible, se convierten en factores desencadenantes de este tipo de tragedias sobrecogedoras.
Dando así, sobre todo en el caso de los atentados planificados por una organización, a una especie de juego del “gato y el ratón”. O si se prefiere del “policía y del ladrón”. En los que casi siempre le ventaja es no la del gato ni del policía, si lo que se pusiera en cuestión fuera tan solo la posibilidad de que el atentado se consumara exitosamente. Porque nos encontramos ante una de esas raras excepciones a la regla de que prevenir resulta más fácil que curar.

Es que no se trata que ante la dificultad señalada haya que dejar de lado, en materia de atentados, las tareas de prevención, encaminadas a evitar su producción, sino que, ante el gradiente desfavorable presente en materia de prevención, además de acciones del tipo señalado lo más importante se encuentra en la aptitud para desentrañar, con la mayor celeridad posible la forma como el atentado fue consumado. Y así descubrir quiénes han sido sus autores materiales e intelectuales, conjuntamente con cómplices y encubridores, al mismo tiempo que lograr su captura con vida.

Algo que, en mayor o menor medida, pero siempre dentro de parámetros que deben tenerse por razonables, en cuanto son la expresión de buena práctica, se han dado, en el caso de los atentados acaecidos en los países del hemisferio norte, de “prevención” fallida. O sea rápido esclarecimiento de las circunstancias del hecho, detección de los grupos involucrados y detención masiva de ellos… después de haberse producido el golpe.

Y resulta oportuno dejar sentadas esas consideraciones, teniendo en cuenta que marcan un claro contraste con lo que viene sucediendo en nuestro país, donde hace ya de ello un cuarto de siglo que venimos hablando e inclusive discutiendo en forma acalorada acerca de los atentados a la embajada de Israel y la sede de la AMIA en Buenos Aires, respecto a los cuales recién ahora parece comenzarse, sino a hacerse la luz, a volverse pública la información acerca de ambos atentados.

Algo que lleva a concluir que ambos respondían a una misma autoría intelectual, y que la aparente duda acerca de si había que seguir una “pista siria” o una “pista iraní”, lo que llevaba a marchas y contramarchas según fuera el “corazoncito” del Presidente que estuviera en ese momento en funciones, terminaran por ser superadas por el revelamiento de que ambos bandos tenían razón, al mismo tiempo que los dos estaban al menos parcialmente equivocados ya que la verdadera explicación residiría en que actuaron en colaboración el gobierno iraní, a través de un agente de su espionaje encubierto como “agregado cultural”, con integrantes de un grupo fundamentalista libanés, casi un hermano siamés de los iraníes, porque sería incorrecto tratarlos de títeres.

A lo que se debe agregar el hecho de que el autor intelectual del atentado sería un libanés, devenido sucesivamente un falso colombiano y brasileño, en todos los casos con distintos nombres, y como si esto fuera poco, no solo casado con una argentina de origen libanés y de credo fundamentalista, sino que se movía en nuestro país como dentro de su casa, escondiendo detonantes de explosivos para poder usarlos en el momento oportuno, recogiendo apoyos locales mercenarios, y recalando siempre en la Ciudad del Este, ubicada en la Triple Frontera, que compartimos con Paraguay y Brasil, donde vivía un hermano suyo, mientras nosotros estábamos del todo, o casi, convencidos, de que la Triple Frontera una cueva de terroristas, era poco más y un poco menos que un cuento líbano-iraní más que un cuento chino, a pesar de nuestra inclinación de ver una conspiración debajo de cada piedra, o de oler a gato encerrando aún donde el aire que respiramos es el más puro.

Pero allí no acaba todo. Ya que desde por lo menos el año 2004, nuestro servicio de inteligencia –esa es al menos la forma de llamarlo- sabía de la existencia de nuestro personaje, al que hemos descripto sin nombrarlo, dado que desde esa fecha estaban incorporados a la causa informes que lo mencionan y que poco más que una década después permitieron al asesinado fiscal Nisman avanzar en la causa, hasta llegar a explicarlo. Todo mientras nosotros nos entreteníamos discutiendo acerca del famoso Memorándum que el anterior gobierno suscribiera con su similar persa…

¿Torpeza u omisiones dolosas en alguna parte? Difícil dar una respuesta o jugar a optar por una de esas variantes, si se tienen en cuenta que estamos acostumbrados a ver entre nosotros de una manera hasta habitual esas dos formas de comportarse. Inclusive no ha de faltar alguien que sin ser demasiado osado, se atreva a conjeturar que en el caso que nos ocupa ha habido un poco de las dos cosas.

Mientras tanto, es el momento de agregar una vergüenza más a las tantas otras que deberían no cesar de incomodarnos, y hacernos la pregunta terrorífica si esta vergüenza no es aun de mayor envergadura que el sentimiento que provoca el absurdo de tantas muertes injustas cobradas con perversidad suma. Y si todavía podemos seguir cayendo más bajo de donde ahora nos encontramos.

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