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Casi me muero de emoción. No lo digo del todo en serio porque hay que respetar, conociendo como conozco el caso de un señor al que así le sucedió al enterarse que en toda la vida, hasta ese mismísimo momento, no había jamás de los jamases ganado un campeonato el club del que era hincha, y que esa lo fue, por lo que sé y así es hasta ahora, la única vez que ocurrió.

Porque lo que me sucedió, no da para morirse, pero sí para emocionarse, como no se podrá dejar de comprender. De lo que se trata es que a la administración de esta publicación en que poco a poco me voy haciendo mi lugar, y viendo como los que al principio se contenían para no tomarme para el churrete, palpo que me están empezando, no digo a respetar, sino a considerar, llegó una carta dirigida a mí. Sí señor, a mí y no a la directora y me trataba de “querido”, anteponiendo esa cariñosa palabra a mi nombre.

La moral se me vino un poco al suelo -debo confesarlo- cuando terminé de leerla. No es para menos, ya que la carta me la enviaba a mí y no a la dirección, porque yo desde el campanario me ocupo, con mi aguda vista, de las cosas minúsculas -pequeñísimas es lo que escribió el lector- a las que nadie se toma el trabajo de mirar. Y que lo que me pasaba a contar encuadraba en ese perfil.

Por mi parte, cuando me enteré de su historia me agrandé. Porque se trataba de una cosa nunca vista, y que en realidad merece que se sepa. Me explico. Lo que sucede es que él es un ciclista fanático -¿o suena mejor decir “empedernido”?- de esos que salen a la ruta casi siempre en grupo, aunque en otras ocasiones en solitario, como le ocurrió el día de la historia. Fue allí donde, según dice, mientras iba pedaleando va que te va por la autovía, bien pegadito a la línea blanca como corresponde, fue detenido en un control vial de Gendarmería (para mí era de la Policía entrerriana y él se confundió por el susto tremendo que le agarró) donde un uniformado, muy compuesto él, le pidió la exhibición del… ¡¡¡título de propiedad… de la bicicleta!!! Menos mal que, asustado como estaba, no alcanzó a desconcertarse y salió del paso preguntándole al uniformado si tenía un celular y, al recibir una respuesta afirmativa de alguien que había quedado confuso, aprovechó la volada para decirle “muéstreme el celular y su título de propiedad”. Ante el silencio de quien de interrogador había pasado a interrogado se agrandó, y le dijo: “Como los dos estamos en infracción, voy a seguir marchando”, y así lo hizo siguiendo su camino.

Admito que he adornado una misiva más escueta, pero -la verdad sea dicha- merecía que así la adornara. En realidad lo que hay que decir es que los dos eran verdaderamente unos burros -el uniformado y mi amigo, el ciclista “carteador”-, ya que no sabían que ni las bicicletas, ni los celulares cuentan con un número de inscripción.

Por más que pensándolo bien, hay tantos trabajadores de “recolectores de lo ajeno”, que no vendría mal que hubiera cómo poder dejar claro si quienes utilizan una bicicleta o un celular es, como dice mi amigo el gestor, “un legítimo tenedor”.

Con lo que termino, porque no tengo tiempo ni cuento con el espacio, para explicar los motivos de la bronca que me da, cuando me para un uniformado de un control vial para preguntarme de dónde vengo y a dónde voy, como si eso le importara y poco falta para que entre la documentación que piden me exijan mis certificados de vacunación y mi fe de bautismo.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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