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La afirmación precedente, como todas las medias verdades, terminan siendo una mentira. Salvo que le añadamos una aclaración: los alimentos que ingerimos deben en su preparación respetar no solo reglas de higiene, sino de una buena práctica bromatológica.

Existen estudios convergentes de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), como de la OMS (Organización Mundial de la Salud), que se ocupan del tema y que advierten acerca del hecho que bacterias, virus, parásitos o sustancias químicas nocivas (invisibles a simple vista) se pueden alojar en distintos alimentos, tanto de origen animal como vegetal y pueden causar más de 200 enfermedades.

Al glosar esos informes, se da el caso de las consideraciones de un periodista cientista que advierte que “muchos diagnósticos no pasan de ser un mal rato, pero en otros, uno de estos episodios puede terminar en una discapacidad, una enfermedad a largo plazo o incluso en la muerte. Los padecimientos de salud pueden ir desde la diarrea (que puede complicarse o no), hasta una meningitis o cáncer”.

El problema se lo subestima hasta el punto de no verlo como tal, pero según la OMS, cada año se registran 600 millones de casos de enfermedades por consumo de alimentos inseguros en todo el mundo; unas 420.000 personas no viven para contarlo. Los chicos son los más vulnerables: en 1 de cada 3 de esas muertes, la víctima es un niño menor de 5 años.

Y, según el mismo informe, desde Canadá hasta Argentina, 77 millones de personas enferman cada año debido al consumo de alimentos insalubres: 31 millones de ellas son niños menores de 5 años. 9.000 adultos y 2.000 infantes mueren por esa causa.

Una situación que encararla exige entre nosotros dos exigencias. La primera dejar de ser desaprensivos y faltos de cuidado al momento de elegir lo que se come, comenzando por lo elemental cual es no admitir la manipulación inapropiada de los alimentos -existe quienes recuerdan los tiempos de los viejos almacenes en que el propietario todo terreno- luego de recoger la basura del local, sin el previo paso de lavarse las manos, atendía a un parroquiano que llegaba a comprar pan- y no dejarse tentar por comidas en apariencia apetitosas servidas en un ámbito con higiene deplorable.

A ello debe agregarse el celo de las autoridades competentes, indispensables en hacer respetar las normas que hacen a la salubridad e higiene alimentaria. Porque la tasa que lleva un nombre vinculado a este tipo de inspecciones, tiene como contraprestación precisamente ese servicio, dado que de no ser así se convierte lisa y llanamente en otro impuesto.

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