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Su nacimiento no fue de forma natural. Por el contrario, lo suyo fue un parto forzado. Salió de las imprentas del Banco Central de la República Argentina, donde jamás merodeó ni por asomo un yaguareté real. Llegó con un 500 estampado para morigerar la insaciable voracidad inflacionaria que se come a los más chicos (de sólo 100 en frente y dorso) y los vuelve insuficientes.

Apenas salió, volvió a entrar a la oscuridad de las máquinas que los que se lo pasan de mano en mano llaman “cajeros automáticos”. No recuerdo a un cajero de carne y hueso que entregue un papel roto, así que más respeto a ellos cuando a esas máquinas devoradoras llamamos “cajeros”. Les queda grande el mote.

Primero una paradoja: ese billete llegó, además de las cuestiones económicas, “para resaltar nuestras riquezas naturales y concientizar sobre la preservación de nuestro medio ambiente. Cuenta con las más estrictas medidas de seguridad y con un novedoso diseño vertical en su anverso”.

Es verdad, El yaguareté, la especie más emblemática de la selva misionera, está en serio peligro de extinción. Entre las principales causas, según investigadores de la Fundación Vida Silvestre, están la pérdida de hábitat, por la conversión de la selva en zonas de cultivos y la falta de presas disponibles para que el felino pueda alimentarse.

Lo que quizás no sabías, aquí viene lo paradójico, es que el billete que intenta rescatar y concientizar con la imagen del característico felino también está en peligro de extinción. ¿No les parece exagerado, de mal gusto, haberlo hecho de pésima calidad para que una máquina se coma algún que otro retazo cuando retirás dinero de modo digital y extinga inmediatamente la posibilidad de usarlo?

Les cuento una breve historia, casi insignificante pero recurrente, en el límite de volverse cotidiana. Un mediodía cualquiera, vas a un “cajero automático” y le indicás que, de la cuenta corriente, te entregue $4000. Cruzás dedos para que no te tire 40 billetes de $100 que no hay billetera que los pueda guardar con cierto disimulo.

Salen apenas 8 papelitos verdes, hasta la ilusión de ver algún dólar te dibuja una sonrisa. Falsa, fugaz ilusión, pero ahí están. Tenés 8 verdes en tu bolsillo aunque en rigor, a la cotización de este jueves 30 de agosto, con “un yaguareté” podés comprar poco más de 12 dólares (o sea, siquiera 100 dólares tenés hoy con $4000 extraídos).

No contás nada (no hagan esto en sus casas chicos, literalmente, sino en el banco) y te vas. Suponte que, unas dos horas después, separás unos $3000 para pagar la luz y la conexión de internet y dejás otros $1000 para gastos cotidianos. Es tarde, el yaguareté herido yace en su lecho de muerte. Le falta suficiente parte como para estimar que ya no hay más que unos $333, aunque tras ir, a algún que otro comercio, la conclusión es lapidaria: no vale un centavo. Ha extinguido su valor.

Primera opción: apenas abre el banco del que procedió el billete malogrado, vas con una sonrisa de gurí que de pronto tendrá $500 que ya no tenía. El de seguridad también sonríe, te dice “pasá por la 3” y el cajero ya no sonríe. “No, no, no” dice textual por triplicado, como si cada negativa fuese por la porción de billete que no está. “Tenés que hablar con el gerente más allá” y señala a su izquierda. Rebote número uno, concretado.

Segunda opción: en caja 6 el buen hombre sí sonríe. “¿Por qué viniste para acá?”, pregunta tajante pero sin perder el buen semblante. “Es que tengo roto el billete”, dijo con cara del Chavo del 8 pidiendo por una “torta de jamón”. Se pone de pie, asiste hasta una oficina ubicada en el fondo, prolijamente vidriada y ploteada con rostros felices, de esos que no abundan en un banco, casi tan extinguidos como el yaguareté de nuestra historia. “Hay que ir al Nación, acá no”, despacha sin perder la sonrisa. Rebote número dos, adentro.

Tercera opción: “C020” dice el papel, mientras que la pantalla muestra “C010 – caja 2”. Va rápido hasta que en el C019 pasa el alfabeto completo (incluido el griego y alguno oriental) hasta que no hay dudas: “C020 – caja 3”. La luz se hace, el billete sale del bolsillo, como tantas veces va y viene en billeteras, carteras o cajas registradoras de supermercados, almacenes o rotiserías. “¿Qué necesita?”, dice la cajera a este servidor con más cara de Chavo que nunca. Un gesto basta para que el herido pase a reposo y resplandeciente salga uno nuevo, intacto. Banco Nación, único lugar para cambiar billetes rotos. No lo olviden.
Fuente: El Entre Ríos.

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