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Ante el cambio de autoridades gubernamentales que se efectúa en el día de hoy a todos los niveles electivos, la frase que deberíamos considerar como la menos positiva, y por ende la menos esperanzadora, es la que dice que nos encontramos “ante el fin de un ciclo” y el comienzo de otro.

Una larga experiencia nos enseña no solo del mal que traen aparejadas “las disrupciones”, sino de la desesperanza y el triste regusto que acompaña a todos los proyectos “fundacionales”, en los que predomina en el mejor de los casos una voluntad bien intencionada obnubilada por la ilusión de mágicas utopías.

La construcción de una sociedad, -o su reconstrucción, como es nuestro caso- luego de décadas en las que nos hemos empeñado en recorrer el camino inverso, no es nunca una tarea sencilla. Es más, hasta cabría decir que se trata de una tarea de mayor calibre, ya que a la postre es mucho más sencillo, y hasta resulte de mayor facilidad seguir la ruta correcta, cuando se ha procedido así desde “el vamos”, que cuando se asiste a la dificultad de enmendar lo mal hecho, con las resistencias que provoca la cantidad de intereses instalados que toda rectificación indispensable acarrea.

Es que hay que tener en cuenta, como sucede en el caso de la vida, que más que pensar en sacar la lotería, y contra lo que erróneamente se supone de esa manera “quedar hecho´” de por vida, el vivir no tiene nada de mágico, sino que viene acompañado del esfuerzo de todos los días, con el agravante de que muchas veces por circunstancias azarosas ese esfuerzo al terminar siendo fallido, queda sin recompensa. Con el agravante de que no siempre se es consciente de que el solo esfuerzo es un empeño que de por sí vale la pena.

Resulta muy difícil, sino imposible, explicar cuáles son las razones, -las motivaciones muchas veces inconscientes y los comportamientos que son sus consecuencias, acumulativas y complejas-, que nos han llevado al actual estado de cosas.

Pero de cualquier manera, cabría preguntarse hasta qué punto no influyen en el creciente descalabro dos creencias colectivas diametralmente opuestas, en cuya vigencia se observa un giro paulatino desde la primera hasta la última.

La primera de ellas, era la creencia colectiva – de la que sacaron un provecho suicida las denominadas clases altas del pasado, y que era generalizado en la medida en que se hacía presente de otra manera y en otra medida cuando se iba descendiendo en la escala social- que contábamos con la fortuna de vivir al borde de “un barril sin fondo” y por ende inagotable. Una manera de ver las cosas, de la que uno de los últimos ejemplos la encontramos en una frase de Eduardo Duhalde, a la que nos hemos referido con frecuencia, y a la que ha dejado de utilizar, en lo que cabría suponer es un rasgo de sabiduría-la que señala que “los argentinos estamos condenados al éxito”.

La misma convicción que llevó en las primeras décadas del siglo pasado a miembros de nuestras clases altas a vivir en Paris “tirando manteca al techo”, de manera que venían a dar cuenta de la misma manera de lo que entonces se conocía por “linyeras”, porque esto últimos estaban también convencidos, a su manera, que la vida es un permanente “deambular sin necesidad de trabajar”.

Una convicción que tiene entre nosotros un lejano origen, ya que el primer saqueo de los recurrentes que se han vivido no solo en nuestro país sino en nuestra íbero América, se lo dio cuando llegaron los conquistadores europeos, precisamente con el propósito de “hacerse la América”.

Desde ese pasado, por momentos nada edificante, en cierta manera cerrando la circunferencia, hemos llegado ahora al punto en que asistimos en el colectivo social a la presencia de dos motivaciones que opuestas tienen en común el “mientras se pueda”. Y que se expresan en la consigna “hay que robar de cualquier manera, mientras se pueda” y la que dice “me llevo todo lo que tengo afuera, mientras se pueda”.

Quiere ello decir que hemos pasado de “el tirar manteca al techo” al “sálvese quien pueda”. Aunque a pesar de este estado de cosas debemos convencernos que podemos salir de esa encerrona si nos damos cuenta que existen entresijos por los que se han colado débiles señales que muestran es posible el escape a constituirnos en una sociedad distinta y mejor, que hasta el día de hoy nos merecemos padecer.

Es que esas débiles señales a que aludíamos, existen y solo se trata de reforzarlas de manera que su conviertan en una masa crítica irreversible.

Entre ellas la primera es a la que aludió un editorialista al señalar que “la bala de plata con la que cuenta muestro nuevo Presidente es gobernar para todos y hacerlo bien”. A lo que se añade que Mauricio Macri es el único presidente no peronista desde la década del 50 del siglo pasado que concluyó su mandato. A lo que se agrega que esta vez, a diferencia de lo sucedido en la última oportunidad en la cual ocurrió la transferencia del poder, sus simbólicos atributos no se los dejó abandonados, sino que las cosas se harán como se debe. A lo que se debe agregar el abrazo con el que “se dieron la paz” los presientes saliente y entrante en el transcurso de una ceremonia religiosa pública, en lo que es un compromiso en procura de una armoniosa y civilizada convivencia en camino a transitar con el objeto de edificar una sociedad mejor.

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