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Viviendo en un mundo loco

Es probable que siempre haya sido así. Que los seres humanos siempre nos hayamos dejado ganar por la locura, en el sentido de que mostramos recurrentemente la inclinación a lastimarnos entre nosotros, y lo peor del caso es que en primer lugar cada uno lo hacía o hace con sí mismo.

Por Rocinante

Lo que de cualquier manera ha cambiado en la marcha de la historia es nuestra capacidad de dañar, la que ha crecido a todos los niveles no solo por la presencia de armas diabólicas sino debido el mal uso que se da a los instrumentos del ámbito digital, y como consecuencia de ello el creciente angostamiento de los márgenes de error, ya que el cometerlos, lleva a una cascada interminable de daños infligidos, inclusive los auto-infligidos.

Lo cual es consecuencia de que tanto a nivel mundial como continental, sin olvidar lo nacional, lo provincial y hasta lo local, somos cada vez más interdependientes. Hubo una época en que casi sonaba a risa la afirmación aquella de que el aleteo de una mariposa en la China podría terminar provocando un tornado en California. Ahora un pensamiento de este tipo suena más entendible, en la medida que se admite su posibilidad, en tiempos en que queda en manos de personas como Trump y Kim IlSung, la posibilidad de que se entretengan apretando botoncitos que hagan disparar misiles que transportan armas nucleares.

Y si el mundo está de esa manera, no nos va mejor en nuestra casa. Donde cada día nos encontramos con malas nuevas, que nos dicen de cosas que ni por asomo deberían pasar, pero que pasan.

Es por eso que se tiene la impresión de que se ha perdido el rumbo, y por encima de todo que se da la triste circunstancia de que parecemos inclusive privados de hallar el tipo de brújula adecuada; el indispensable instrumento que nos hace falta para reencontrar el rumbo perdido.

De allí que vemos emerger una serie de propuestas locas acerca de la manera de reencontrar el rumbo, con el agravante de que muchas de ellas no se contentan con serlo así, sino que a la vez son claramente perversas; junto a otras que son bien intencionadas, pero que resultan inocuas por lo utópico del planteo que despliegan.

Para mostrarlo vamos a valernos de dos enfoques, ya que se puede encontrar en cada uno de ellos la muestra de ambas posiciones.
La democracia tutelada
Parto de la base de que nadie ignora de qué se trata cuando se habla de la tutela y del tutor. De allí que resulta innecesario hacer otra cosa que remarcar que ambos conceptos se encuentran presentes cuando se da el caso de personas o cosas a las que se les debe dar amparo, cobijo, protección y asistencia, porque, hasta cierto punto al menos, no están en condiciones de cuidarse por sí mismos. De donde si ello pasa con un menor de edad o con un árbol, por extensión se puede entender que puede llegar a ocurrir en el caso de las sociedades nacionales y hasta en el de la sociedad planetaria.

Es decir que resulta válido hablar de sociedades nacionales que lo deseable sería que asumieran el carácter de un régimen de democracia tutelada. Aunque a renglón seguido, y para evitar confusiones, debo anticipar que no es con la existencia de un tutelaje de cualquier tipo que una sociedad democrática estará en condiciones de mantener el rumbo (si es que lo tiene), o llegar a orientarse adecuadamente (ante su ausencia).

Y en el Brasil de hoy, con su pintoresco (decirlo así es una forma educada de calificarlo como peligroso, como es también el caso de Trump) presidente Jair Bolsonaro. Se le ha escuchado a éste en un acto público de carácter castrense, señalar implícitamente que en la actualidad nuestro hermano país es una república democrática y federativa tutelada por las fuerzas armadas.

Claro está que Bolsonaro no lo dijo de ese modo, pero al expresar que la democracia y la libertad sólo existen cuando las Fuerzas Armadas así lo quieren, vino a manifestar que así ocurría, aunque lo enunciara de una manera enrevesada.

Por lo demás, no nos encontramos aquí ante ninguna novedad, por cuanto algo parecido fue lo que ocurrió en Chile en el proceso de transición del régimen de Pinochet en dirección a la institucionalidad plena en ese país; y lo que intentó hacer Francisco Franco en España, cuando elaboró una estrategia fallida para que después de su muerte funcionara una monarquía parlamentaria condicionada. Intento fracasado según lo explicara uno de sus amargados fieles, al decir que Franco con su estrategia había dejado todo atado y bien atado, menos a la traición.

Algo que se podría decir también del régimen teocrático iraní. Donde existe, formalmente al menos, una democracia limitada pero supervisada por un súper-poder religioso.

Frente a lo cual, se debe comenzar por decir que una democracia tutelada no es en realidad, democracia, dado que el tutelaje significa una autonomía condicionada y por ende limitada. Y por otra parte, ¿quién asegura que los pretendidos tutores cuenten con esa peculiar brújula que los convierte en clarividentes?
El poder moderador
Como un primer paso para entrar en materia, cabe señalar que, en libros de consulta puede encontrase que la construcción idealizada por el francés Benjamín Constant, predica la existencia de cuatro poderes, junto con el Ejecutivo, Legislativo y Judicial, el poder moderador que se encargará del equilibrio de los otros; y que se sitúa jerárquicamente por encima de los demás.

Por otra parte, como intento de ponerlo en funcionamiento, puede leerse en otra obra que el poder moderador fue uno de los cuatro poderes de Estado, establecido por la Constitución de Brasil de 1824 y por la Carta Constitucional Portuguesa de 1826 (ambas salidas del puño del Emperador Pedro I).

Además pueden encontrarse como antecedentes próximos algunos de los órganos incluidos en constituciones o proyectos de ellas en las que fuera tan pródiga la imaginación de Simón Bolívar. A los que se añaden imprecisos ejemplos que se traen a colación, como es el del eforado en la antiquísima Esparta, el Senado Romano, y forzando las cosas, otros como es el caso de la Suprema Corte de los Estados Unidos.

De otras lecturas sobre el tema he sacado en limpio, aunque debo admitir que mi conclusión es solo una opinión, que Benjamín Constant fue un activista político y escritor nacido en Suiza, que en su momento gozó de volátil fama, y que llegó a ser miembro del Consejo de Estado del rey burgués Luis Felipe, luego de la entronización de éste como consecuencia de la revolución en Francia de 1830.

En ese carácter, y, con el objeto de dotar a la función real de un destino que fuera más allá de ser un simple símbolo, elaboró la teoría del poder moderador, para darle a la monarquía una substancia más consistente que la explicación de que el rey reina pero no gobierna, con la que se venía a decir, según un dicho popular, que reinar, es estar para cazar perdices…

Y, según se ha dicho, ha correspondido a Benjamín Constant, el indiscutible mérito de haber sabido comprender, al elaborar la doctrina del poder moderador, el auténtico alcance y significado de ese poder real que, como manifestación de la auctoritas, se había venido configurando en la evolución de la historia política inglesa, hasta terminar convertido, al margen del ejercicio de potestades concretas, en un poder simbólico cuyas facultades sintetizó un autor inglés en la clásica trilogía del derecho a ser consultado, el derecho a alentar, el derecho a advertir. Después de lo cual se advierte que lo de menos es discutir ahora el contenido y las consecuencias que pueden derivar de esos vaporosos derechos, sino debe pasar a señalarse que cabe que en toda sociedad existan quienes se consideren con el derecho a ser consultados, el derecho a alentar y el derecho a advertir y prevenir (o sea de… estar en condiciones de marcar rumbos).

Se llega de esa manera a lo que aparece como un callejón sin salida. Porque es bueno indudablemente en toda sociedad contar con quienes asuman el papel de moderadores ante la presencia de conflictos entre los poderes públicos, y no solo entre ellos, sino además los que se dan entre el gobierno y la sociedad y ¿por qué no? entre distintos grupos de la misma sociedad.

A decir verdad, en una sociedad en serio, no solo deberían ser muchas las personas en condiciones de desempeñarse como moderadores (de manera que no viene a ser necesaria la existencia de un poder específico con ese objetivo), sino que ese es un rol que deberían estar en condiciones de asumir todos los integrantes de la sociedad, sin hacerse acepción de personas.

Pero, siempre aparece un pero, no puede dejarse de advertir que quienes pretendan asumir ese rol, exige no solo que en la sociedad se los reconozca en el desempeño del mismo, sino que ese reconocimiento sea consecuencia de que se esté ante alguien revestido de autoridad.
Autoridad. Poder. Autoritarismo
Para tratar de explicar y por lo mismo llegar a entender lo que la autoridad significa, es necesario desbrozar el camino, dado que en la actualidad ese concepto se encuentra entremezclado, hasta el punto de ser confundido, en el ámbito de lo político con los concepto de poder y autoritarismo.

Es así como si bien debe existir una relación estrecha entre poder y autoritarismo, la vinculación de la autoridad con esos dos conceptos, en el caso que ella sea bien entendida, es sobre todo de una manera de dar cuenta de un contraste.

Es que si bien en los tres casos se presupone la presencia de una relación jerárquica, tanto en el caso del poder como en el del autoritarismo se hace presente una relación de mando y obediencia que es legítima en el caso del poder bien entendido y en el caso del totalitarismo desnaturalizada, y por ende desviada, por significar el ejercicio de un poder arbitrario y no acotado.

Mientras que en el caso de la autoridad, si bien se asiste a la presencia de una relación jerárquica entre el que la tiene y el que la reconoce, no debe confundirse en este caso con la persuasión, la cual presupone igualdad y opera a través de un proceso de argumentación. Tampoco es una coacción porque quien solicita una respuesta a la directiva dada no exige obediencia sino un acatamiento libre, de donde la autoridad hace referencia a una opinión respetada que, sin ser una orden coactiva, es algo más que un consejo.

De donde se ha podido decir que la autoridad es la importancia e influencia de que goza en el reconocimiento general de las personas un individuo, un sistema de opiniones o una organización, en virtud de determinadas cualidades y méritos.
Lo que nos está faltando para encontrar el rumbo
Vuelvo a insistir entonces, en algo que señalé antes. En la necesidad de ubicar entre nosotros personas con autoridad, que estoy convencido que existen, a las que es necesario reconocerlas en tal carácter y escuchar sus recomendaciones lo que, de querer hacerlo, es fácil distinguir de la charlatanería demagógica.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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